Выбрать главу

– Las tumbas que van encontrándose son exploradas despacio -intervino el secretario de la embajada-. Por mucho que algunas aporten, no se trata de noticias que sean relevantes para la prensa nacional, así que menos para la internacional. Desde el hallazgo de los restos del Señor de Sipán en Perú o los de la tumba KV-63 del Valle de los Reyes en Egipto, ningún descubrimiento arqueológico ha merecido una atención especial.

– Y de lo de la tumba KV-63 fue hace seis años -advirtió el agregado cultural, demostrando estar al día-. En febrero de 2006.

– ¿Debo entender que mi padre se encontraba en Palenque interesado en esas tres nuevas tumbas? -recondujo la conversación ella.

– Eso parece.

– ¿Cuánto tiempo llevaba allí?

– ¿No lo sabe usted? -abrió los ojos Alvaro Ponce.

– Mi padre y yo solíamos hablar a menudo, pero no a diario -eludió una respuesta directa.

– El profesor Mir entró en México hace dos meses exactamente. Se cumplen mañana.

Miguel Duran le había dicho que, dos meses antes, su padre le reveló que iba tras algo importante, algo que ni ella sabía.

¿Por qué?

Su padre se lo contaba todo, siempre. Siempre.

– ¿Sus cosas siguen allí, en Palenque?

– Sí, claro.

– Nadie ha tocado nada. Como le he dicho, la reserva ha sido máxima hasta hablar con usted.

– El personal del hotel siguió el procedimiento acostumbrado en estos casos: ponerse en contacto con nosotros para avisarnos de que un ciudadano español no daba señales de vida. Nada más. Tras ello nos pusimos en contacto con usted dado que es la persona más allegada y al parecer la única familia.

Joa pensó en su abuela.

Tan lejos de todo, en las tierras de los huicholes.

– Lo cierto es que la desaparición de su padre es… embarazosa -el secretario de la embajada hizo un gesto de impotencia-. Es un personaje más o menos público, una eminencia. No hemos dado la noticia a la prensa, pero no creo que tarden mucho en enterarse del suceso.

– No querríamos que esto se convirtiera en un escándalo o un incidente internacional.

La última parte del diálogo había sido un fuego cruzado entre ellos dos, con Joa de testigo principal.

– A mí tampoco me gustaría -no tuvo más remedio que convenir.

– ¿Su padre tenía enemigos?

– No.

– Hemos calibrado la posibilidad de un secuestro.

– ¿Un secuestro? -no pudo creerlo ella.

– Ustedes tienen abundantes bienes, su familia y su apellido son conocidos. No quiero que piense que somos indiscretos pero… Bueno, nos lo han confirmado. No son personas sin medios.

Nunca pensaba en el dinero. Quizá porque los Mir lo tenían y su padre había sido el único hijo de una dinastía de relieve.

– Nadie se ha puesto en contacto conmigo -pensó en el registro de su piso pero no les dijo nada.

– ¿Si lo hicieran…?

– Les avisaría, claro -mintió Joa con aplomo.

La conversación quedó momentáneamente congelada.

Apenas si duró unos segundos más.

– ¿Qué piensa hacer aquí, señorita Mir?

– Ir a Palenque, por supuesto -lo dijo con determinación-. Mi avión sale a mediodía.

– Podríamos hacer que le enviaran las cosas de su padre aquí, evitarse las molestias -manifestó con cautela el secretario de la embajada.

– Quiero saber en qué trabajaba mi padre y si tiene relación alguna con su desaparición.

– Pero usted es muy joven… -aventuró Alvaro Ponce.

– Una niña… -también se quedó a medias el secretario.

– He viajado muchas veces con mi padre, le he ayudado en sus trabajos de campo e investigaciones desde los doce o trece años de edad.

– Por lo menos aquí el idioma es el mismo.

– Hablo cinco idiomas -lo dijo con naturalidad, sin deseos de impresionarles-, sin contar catalán, gallego y algo de euskera, y me entiendo en otros dos o tres más.

Su figura, de pronto, se hizo mayor.

– Ya, sí, por supuesto -parpadeó Alvaro Ponce.

– Gracias por lo que están haciendo -quiso suavizar las cosas ella-. Y sobre todo por su discreción.

Los dos hombres se sintieron aliviados.

– No dude en llamarnos para lo que sea -se ofreció el agregado cultural.

– El personal de la embajada está a su disposición -no quiso ser menos el secretario.

Todo estaba dicho, y todavía disponía de tres horas antes de la salida de su vuelo con destino a Villahermosa.

7

Villahermosa pertenecía al estado de Tabasco, pero eran la ciudad y el aeropuerto más próximos a Palenque y sus ruinas mayas, ya en Chiapas. Le habían advertido de que era una de las ciudades más húmedas del mundo.

Nada más salir del avión supo que se quedaron cortos. El golpe de calor la azotó, pero lo peor fue la densidad mojada del mismo aire que respiró en su primera bocanada y le inundó los pulmones de vapor de agua. Ya sudaba a los cinco minutos, y más al salir de la terminal, con la bolsa de viaje en la mano. El cambio de horario y el asomo de jet lag la azotaron de forma definitiva en ese momento.

Alquiló el coche en el mismo aeropuerto. Podía devolverlo en cualquier oficina de la empresa y en cualquier lugar de México. Lo hizo por una semana, previa firma de un impreso con los datos de su tarjeta de crédito. Debía renovar el alquiler en Palenque por si acaso su estancia se prolongaba más allá de esa semana.

Quizá tuviera suficiente con un par de días. Quizá no.

A los quince minutos, con un mapa de carreteras abierto sobre el asiento contiguo, trataba de orientarse por Villahermosa rumbo al pueblo de Palenque y sus ruinas, a poco más de ochenta kilómetros. Cruzó la ciudad, con algo de aire acondicionado para contrarrestar el sofocante calor y sobre todo la humedad, y recordó algunos de los escasos datos leídos en el vuelo, más como ejercicio mental que por necesidad. Villahermosa la había fundado Hernán Cortés en 1519, tras recibir del cacique Taabs Cool un inusual obsequio, una mujer, la Malinche, también conocida como doña Marina. Fue su intérprete y su amante. Asentada sobre tierras pantanosas y ríos, como el Grijalva y el Usumacinta, su primer nombre había sido el de Santa María Victoria. Cuando la ciudad fue trasladada río arriba por los ataques de los piratas, cambió al ya conocido de Villa-hermosa de San Juan Bautista. La historia hablaba de turbulencias constantes entre los siglos XIX y XX, incluidos bombardeos por parte de Estados Unidos primero, Francia después, y una guerra intestina entre el Estado mexicano y la Iglesia católica.

Cuando la ciudad quedó atrás se concentró en la carretera. Sólo el fresco aroma de las flores de guayacán perfumaba aquel ambiente de pesada densidad. La lluvia la sorprendió a mitad de camino, y llegó a ser por momentos tan torrencial que detuvo el coche en la cuneta, atemorizada, antes de que cesara como por arte de magia y saliera un tímido sol ya declinando hacia el ocaso. No tenía miedo, pero sí estaba asustada, y no por la soledad; sólo porque al final de aquella carretera iba a encontrarse la verdad.

0 no.

Su padre nunca hubiera desaparecido sin dejarle un rastro.

El pueblo de Palenque, a siete u ocho kilómetros de las ruinas mayas, se le apareció de improviso a las dos horas, incluida la parada por la lluvia. Originariamente el nombre de las ruinas había sido el de Otulum, que en lengua chol significaba «cercado», o «lugar fortificado». Fueron los españoles los que lo rebautizaron como Palenque y lo mismo hicieron con el pueblo, fundado por el fraile Pedro Lorenzo de la Nada en 1567. La villa urbana formaba un rectángulo casi perfecto flanqueado por el Periférico Norte y el Periférico Sur arriba y abajo, y el Periférico Oriente por la derecha. La carretera de Villahermosa descendía de norte a sur y se prolongaba sin necesidad de entrar en el pueblo hacia las ruinas formando un suave giro a la derecha, con el pueblo a la izquierda.