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Incongruentemente, la cena era siempre en Sonny Gotlieb's, una charcutería en Bathurst y Lawrence, en el corazón del distrito judío de Toronto. Peter no podía soportar la cocina pakistaní, a pesar de los valientes esfuerzos de Sarkar por ampliar los registros de su paladar, y Sarkar tenía que comer donde pudiese conseguir comida que se adhiriese a las leyes dietéticas del Islam; algo que la mayoría de los establecimientos judíos se las arreglaban para cumplir admirablemente. Y por tanto los dos se sentaban en su reservado usual, rodeado por zaydes y bubbehs hablando en yiddish, hebreo y ruso.

Después de pedir, Sarkar le preguntó a Peter qué había de nuevo.

—No mucho —dijo Peter, con tono reservado—. ¿Qué hay de ti?

Sarkar habló durante un par de minutos sobre un contrato que su compañía había obtenido para crear sistemas expertos para el Nuevo Partido Democrático de Ontario. Sólo había estado en el poder una vez, a principios de los noventa, pero siempre tenían la esperanza de volver. Antes de que los gobiernos socialistas de Canadá desapareciesen por completo del recuerdo popular, querían capturar los conocimientos de los miembros del partido que habían estado en el poder en aquella época.

Peter medio le escuchó. Normalmente encontraba fascinante el trabajo de Sarkar, pero esa noche su mente estaba a un millón de kilómetros. El camarero volvió con una jarra de Coca-Cola light para ellos y un cuenco de bagels variados.

Peter quería contarle a Sarkar lo que le había pasado con Cathy. Abrió la boca un par de veces para decir algo, pero perdía el valor antes de que saliesen las palabras. ¿Qué pensaría Sarkar de él si lo supiese? ¿Qué pensaría de Cathy? Al principio creyó que no se lo decía a Sarkar por su religión; la familia de Sarkar era importante en la comunidad musulmana de Toronto y Peter sabía que todavía practicaban los matrimonios concertados. Pero no era eso. Simplemente no podía contarle en voz alta a nadie —a nadie— lo que había sucedido.

Aunque realmente no tenía hambre, Peter cogió un bagel de semilla de amapola del cesto y le puso algo de confitura.

—¿Cómo está Catherine? —preguntó Sarkar mientras cogía un bagel de centeno.

Peter se aprovechó de tener la boca llena para ganar unos segundos para pensar. Finalmente, dijo:

—Bien. Está bien.

Sarkar asintió, aceptándolo.

Un poco más tarde Sarkar preguntó:

—¿Qué te parece el segundo fin de semana de septiembre para nuestro viaje al norte?

Durante seis años, Peter y Sarkar se habían ido de fin de semana de acampada en las Kawarthas.

—Ya… ya te diré algo —dijo Peter.

Sarkar cogió otro bagel.

—Vale.

A Peter le encantaban esos fines de semana de acampada. No era una persona de campo, pero disfrutaba viendo las estrellas.

Nunca había aceptado realmente una excursión anual, pero con Sarkar cualquier cosa hecha dos veces se convertía instantáneamente en una tradición inviolable.

Irse sería bueno, pensó Peter. Muy bueno.

Pero…

No podía ir.

Este año no. Quizá nunca más.

No podía dejar a Cathy sola.

No podía, porque no podía estar seguro de que estuviese realmente sola.

Maldita sea. Maldita sea.

—Ya te diré algo —dijo de nuevo Peter.

Sarkar sonrió.

—Ya lo has dicho.

Peter comprendió que toda la velada sería un desastre si no centraba la mente en otra cosa.

—¿Cómo te va con el nuevo escáner cerebral que mi compañía te ha construido? —preguntó Peter.

—Muy bien. Realmente va a simplificar nuestros estudios de las redes neuronales. Una máquina maravillosa.

—Me alegra oírlo —dijo Peter—. He estado trabajando en la forma de refinarlo, intentando obtener un mayor nivel de resolución.

—La resolución actual es más que adecuada para el tipo de trabajo que hago —dijo Sarkar—. ¿Para qué quieres más?

—¿Recuerdas cuando hacía prácticas en la Universidad de Toronto? ¿Te conté lo del donante de trasplante que se despertó en la mesa de operaciones?

—Oh, sí. —Sarkar sufrió un escalofrío—. Ya sabes que mi religión desconfía de los trasplantes. Creemos que el cuerpo debe regresar completo a la Tierra. Historias como ésas me lo hacen creer más aún.

—Bien. Todavía tengo pesadillas. Pero creo que finalmente voy a poder conjurar ese demonio.

—¿Oh?

—El escáner que desarrollamos para tu trabajo es sólo el resultado de la primera fase del proyecto. Realmente quería desarrollar un… un superEEG, si quieres llamarlo así, que pueda detectar cualquier actividad eléctrica en el cerebro.

—Ah —dijo Sarkar levantando las cejas—, ¿así que podrías saber cuando alguien está realmente muerto?

—Exactamente.

El camarero llegó con el primer plato. En el de Peter había un filete de carne ahumada de Montreal y pan de centeno, acompañado por un pequeño carrusel de varias mostazas y una ración adicional de manteca, lo que Sarkar llamaba el paquete de ataque cardíaco de Peter. Sarkar tomaba pescado.

—Eso es —dijo Peter—. He estado trabajando en ello durante años, pero finalmente he logrado obtener justo lo que necesitaba. La relación señal ruido era el problema que me volvía loco, pero navegando por la red encontré un algoritmo creado para la radioastronomía que finalmente me permitió resolver el problema. Ahora tengo un prototipo operativo del superEEG. —Sarkar dejó el tenedor.

—Por lo que puedes detectar el último aliento neuronal, ¿no?

—Exactamente. Ya sabes cómo funciona un EEG normaclass="underline" cada una de los miles de millones de neuronas del cerebro está continuamente recibiendo estímulos sinápticos, señales inhibitorias o una combinación de las dos, ¿no? El resultado es una membrana de potencial que fluctúa constantemente para cada neurona. El EEG lee ese potencial.

Sarkar asintió.

—Pero en un EEG normal, los sensores son mucho mayores en diámetro que las neuronas individuales. Por eso, más que medir la membrana de potencial de una neurona, mide el potencial combinado de todas las neuronas en la zona del cerebro que se encuentra bajo el sensor.

—Sí-dijo Sarkar.

—Bien, el tamaño es la causa del problema. Si sólo una neurona, o unas pocas docenas, o incluso unos pocos centenares, reacciona a un estímulo sináptico, el voltaje estará varios órdenes de magnitud por debajo de lo que un EEG puede leer. Incluso cuando un EEG muestra una línea plana, la actividad cerebral, y por tanto la vida, puede todavía estar presente.

—Un problema agudo —dijo Sarkar. «Agudo» era su palabra favorita; la usaba para indicar cualquier cosa, desde delicado a interesante o complejo—. ¿Dices que has encontrado la solución?

—Sí —dijo Peter—. En lugar de un pequeño número de cables usados por un EEG normal, mi superEEG usa más de mil millones de sensores nanotecnológicos. Cada uno es tan pequeño como una neurona individual. Los sensores cubren el cráneo, como un gorro de ducha. Al contrario que un EEG normal, que recibe la señal combinada de todas las neuronas en un área determinada, estos sensores son muy direccionales y detectan el potencial de membrana de la neurona que se halla directamente bajo ellos. —Peter levantó la mano—. Por supuesto, una línea recta que atravesase el cerebro interceptaría muchos miles de neuronas, pero haciendo las referencias cruzadas de las señales de todos los sensores, puedo aislar la actividad eléctrica individual de cada una de las neuronas en todo el cerebro.