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La clase terminó y Cathy salió charlando animadamente con su amiga Jasmine, quien fue la primera en ver a Peter.

—Bien —dijo ella, sonriendo y tirando de la manga de Cathy—, mira quien está ahí. Es el señor Perfecto.

Peter sonrió brevemente a Jasmine, pero realmente sólo tenía ojos para Cathy. Cathy tenía un rostro en forma de corazón, pelo negro largo y enormes ojos azules. Como siempre, sonrió radiante cuando vio a Peter. A pesar de lo que había visto durante el día, Peter también se sintió sonreír. Sucedía cada día. Había electricidad entre ellos; Jasmine y sus otras amigas lo comentaban a menudo.

—Os dejaré solos, tortolitos —dijo Jasmine, todavía sonriendo. Peter y Cathy le dijeron adiós, y los dos se unieron entonces en un beso. En ese breve momento de contacto, Peter se sintió revitalizado. Habían estado saliendo durante tres años, y todavía había magia en cada abrazo.

Cuando se separaron, Peter preguntó:

—¿Qué vas a hacer durante el resto del día?

—Estaba pensando pasarme por el departamento de arte para ver si podía conseguir algo de tiempo en el horno, pero eso puede esperar —dijo Cathy con picardía en la voz. En el techo habían quitado uno de cada dos fluorescentes para reducir costes, pero la sonrisa de Cathy iluminaba todo el corredor para Peter—. ¿Tienes alguna idea?

—Sí. Quiero que vengas a la biblioteca conmigo.

De nuevo la sonrisa maravillosa.

—Ninguno de los dos es tan silencioso —dijo Cathy—. Incluso si lo hiciésemos en algún sitio que probablemente estuviese desierto, quizá la sección de literatura canadiense, sospecho que aun así el ruido molestaría a la gente.

Él no pudo evitar sonreír, y se inclinó para besarla de nuevo.

—Quizá después —dijo—, pero primero, necesito que me ayudes en una investigación, por favor.

Se agarraron de la mano y empezaron a caminar.

—¿Sobre qué?

—Sobre la muerte —dijo Peter.

Los ojos de Cathy se abrieron.

—¿Por qué?

—Hoy he estado haciendo prácticas-contestó Peter—; manejando un ECG durante una operación para retirar un corazón destinado a un trasplante.

Los ojos de Cathy bailaban.

—Suena fascinante.

—Lo fue, pero…

—¿Pero qué?

—Pero no creo que el donante estuviese muerto antes de que empezasen a sacarle los órganos.

—Oh, ¡vamos! –dijo Cathy, tirándole de la mano lo suficiente para darle un ligero golpe en el brazo.

—Lo digo en serio. Su presión sanguínea se elevó cuando comenzó la cirugía, y el pulso también se incrementó. Ésos son signos clásicos de estrés, incluso de dolor. Y anestesiaron el cuerpo. Piénsalo: anestesiaron a una persona supuestamente muerta.

—¿En serio?

—Sí. Y cuando el cirujano cortó el pericardio, el paciente jadeó.

—Por Dios. ¿Qué hizo el cirujano?

—Pidió que le inyectasen paralizador muscular al paciente, y luego siguió con la operación. Todos los demás parecían pensar que todo aquello era perfectamente razonable. Por supuesto, para cuando la operación terminó, el donante estaba realmente muerto.

Abandonaron el edificio Lash Miller y comenzaron a caminar en dirección norte hacia Bloor Street.

—¿Y qué quieres encontrar? –preguntó Cathy.

—Quiero saber cómo determinan que alguien está muerto antes de empezar a sacarle los órganos.

Habían estado buscando durante una hora cuando Cathy se acercó al lugar en el que Peter estaba sentado.

—He encontrado algo —dijo.

Él la miró expectante.

Ella acercó una silla y puso un pesado volumen en equilibrio sobre los muslos.

—Es un libro sobre procedimientos de trasplantes. El problema con los trasplantes, dice, es que nunca sacan al cuerpo del soporte vital. Si lo hiciesen, los órganos comenzarían a deteriorarse. Así que, incluso cuando los donantes son declarados muertos, sus corazones nunca se detienen en lo que se refiere al electrocardiograma, el supuesto donante muerto está tan vivo como tú y yo.

Peter asintió animado. Era exactamente eso lo que había esperado encontrar.

—Así que, ¿cómo deciden que el donante está muerto?

—Una forma es meterle agua helada en los oídos.

—Bromeas —dijo él.

—No. Dicen que desorientaría completamente a una persona incluso si estuviese en coma profundo. Y a menudo produce vómitos espontáneos.

—¿Es ésa la única prueba?

—No. También rozan la superficie del globo ocular para ver si el donante intenta parpadear. Y también sacan el… ¿cómo lo llaman? ¿Tubo de respiración?

—El ventilador endotraqueal.

—Sí —dijo ella—. Lo sacan durante un corto periodo de tiempo para ver si la falta de oxígeno del cuerpo hace que comience a respirar por sí mismo.

—¿Qué hay de los EEGs?

—Bien, éste es un libro británico. Cuando fue escrito, su uso para determinar la muerte no era una exigencia legal.

—Increíble —dijo Peter.

—Pero seguro que los tienen que usar aquí en Norteamérica, ¿no?

—Imagino que sí, en la mayoría de las jurisdicciones.

—Y el donante que viste hoy tendría una línea plana antes de que ordenasen sacarle los órganos.

—Es probable —dijo Peter—. Pero en el curso que seguí sobre EEG, el profesor habló sobre gente que tenía líneas completamente planas y que posteriormente mostraba alguna actividad cerebral.

Cathy empalideció un poco.

—Aun así —dijo ella—, incluso si el donante estuviese todavía vivo en algún pequeño sentido…

Él negó con la cabeza.

—No estoy seguro de que sea en un sentido tan pequeño. El corazón late, el cerebro recibe sangre oxigenada, y hay signos de que se experimenta dolor.

—Aun así —dijo Cathy—, incluso si todo eso es cierto, también debe ser cierto que un cerebro que no muestra ninguna actividad durante un periodo largo de tiempo debe estar gravemente dañado. Estás hablando de un vegetal.

—Probablemente —dijo Peter—. Pero hay una diferencia entre recoger órganos de los muertos, y arrancárselos a los cuerpos de los vivos, sin que importe la grave deficiencia mental que pueda padecer esa persona.

Cathy se estremeció y siguió buscando. Pronto encontró un estudio de tres años antes sobre pacientes con paro cardíaco en el Hospital Henry Ford de Detroit. Una cuarta parte de los pacientes a los que se diagnosticó no tener movimiento cardíaco, lo tenían realmente, detectado por catéteres insertados en la corriente sanguínea. El informe daba a entender que a los pacientes se les declaraba muertos de forma prematura.

Mientras tanto, Peter encontró varios artículos relevantes del London Times de 1986. El cardiólogo David Wainwright Evans y otros doctores veteranos se negaban a realizar operaciones de trasplante por la ambigüedad al decidir cuándo el donante estaba realmente muerto. Habían expresado sus preocupaciones en una carta de cinco páginas enviada a la Conferencia Británica de los Reales Colegios Médicos.

Peter le mostró el artículo a Cathy.

—Pero la conferencia rechazó sus preocupaciones como carentes de base —dijo ella.

Peter negó con la cabeza.

—No estoy de acuerdo. –Él la miró a los ojos—. Mañana, en la necrológica de Enzo Bandello dirá que murió de heridas en la cabeza producidas por un accidente de moto. No es cierto. Vi morir a Enzo Bandello. Estaba allí cuando sucedió. Él fue asesinado cuando le sacaron el corazón del pecho.

2

Febrero 2011

La detective Sandra Philo siguió filtrando los recuerdos de Peter Hobson.

Empezando después de su graduación en 1998, había trabajado durante varios años en el Hospital East York General, luego había fundado su propia compañía de equipamiento biomédico. También en 1998, él y Cathy Churchill, todavía muy enamorados, se habían casado. Cathy había renunciado a su interés por la química; Peter todavía no entendía por qué. En su lugar, ella trabajaba ahora en una posición no creativa para la agencia de publicidad Doowap Advertising.