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Todos se le quedaron mirando. Peter sonrió para demostrar que el chiste había terminado. Cathy hizo todo lo que pudo por reír, aunque lo había oído la noche antes.

—Inmiscible —dijo débilmente Peter una vez más. Todavía no había respuesta. Miró al pseudointelectual. Pseudo lanzó una risita condescendiente. Lo había cogido, o eso pretendía. Pero las otras caras estaban en blanco—. Inmiscible —dijo Peter—. Significa que no pueden mezclarse. —Miró a cada una de las caras—. Aceite y vinagre.

—Oh —dijo una de las damas pintadas.

—Jo, jo —dijo otra.

El zumo de naranja de Peter llegó. Hans hizo la pantomima de una bomba que caía, silbando un tono descendente mientras bajaba, luego haciendo el sonido de una explosión. Cuando levantó la vista, dijo:

—Eh, todos, ¿habéis oído el de la puta que…?

Peter sufrió durante una hora más, aunque pareció mucho más tiempo. Hans siguió flirteando con las mujeres de forma colectiva e individual. Finalmente, Peter ya había superado todo cuanto podía aguantar de él, del ruido y del terrible zumo de naranja. Buscó los ojos de Cathy y miró el reloj. Ella le dedicó una sonrisa de gracias-por-tu-indulgencia, y se levantaron para irse.

—¿Tan pronto, doc? —dijo Hans, con la voz claramente torpe, y su brazo ahora ya residente en el hombro de una de las mujeres.

Peter asintió.

—Deberías dejar que Cath se quede hasta tarde.

El comentario injusto enfureció a Peter. Él asintió secamente, ella dijo sus adioses y se dirigieron a la puerta.

Sólo eran las siete y media, pero el cielo ya estaba oscuro, aunque la luz de las farolas apagaba las estrellas. Cathy cogió el brazo de Peter y caminaron juntos, lentamente.

—Me estaba cansando de él —dijo Peter, con las palabras apareciendo como hálitos de vapor.

—¿De quién? —dijo Cathy.

—Hans.

—Oh, es inofensivo —dijo Cathy, pegándose a Peter mientras caminaban.

—¿Ladrador pero no mordedor?

—Bueno, no es exactamente eso —le dijo ella—. Parece que ha salido con todas en la oficina.

Peter agitó la cabeza.

—¿No ven cómo es? Sólo quiere una cosa.

Ella se detuvo y se levantó para besarle.

—Esta noche, mi amor, yo también.

Él le sonrió y ella a él, y de alguna forma parecía que ya no hacía tanto frío.

Hicieron el amor de forma maravillosa, las formas desnudas unidas, cada uno atento a los deseos del otro. Después de doce años de matrimonio, diecisiete de vivir juntos, y diecinueve desde su primera cita, cada uno conocía los ritmos del cuerpo del otro. Y aun así, después de todo aquel tiempo, todavía encontraban formas nuevas de sorprenderse y agradarse el uno al otro. Finalmente, después de medianoche, cada uno se quedó dormido en los brazos del otro, calmados, relajados, agotados, enamorados.

Pero alrededor de las 3.00, Peter se despertó de un golpe, sudando mucho. Había tenido ese sueño otra vez; el mismo sueño que había estado persiguiéndole durante dieciséis años.

Tendido en una mesa de operaciones, declarado muerto, pero sin estarlo. Escalpelos y sierra cortándole, los órganos arrancados del torso.

Cathy, todavía desnuda, despertada por el súbito movimiento de Peter, salió de la cama, cogió un vaso de agua, y se sentó, como había hecho muchas noches antes, abrazándole, hasta que pasó el terror.

3

Peter había visto los anuncios en revistas y en la red. «¡Viva para siempre! La ciencia moderna puede evitar que su cuerpo envejezca.» Había creído que era una estafa hasta que vio un artículo sobre aquello en Biotechnology Today. Aparentemente una compañía californiana podía hacerte inmortal por una suma de veinte millones de dólares. Peter no creía que realmente fuese posible, pero la tecnología implicada parecía fascinante. Y, ahora que tenía cuarenta y dos, la idea de que él y Cathy sólo tendrían unas pocas décadas más para estar juntos era la única cosa en su vida que le ponía triste.

De todas formas, la compañía californiana —Life Unlimited— estaba dando seminarios a lo largo de Norteamérica anunciando el proceso. En su momento, llegaron a Toronto, alquilando espacio en el hotel Royal York.

Ya no era posible conducir en el centro de Toronto; Peter y Cathy cogieron el metro hasta la Union Station, que estaba directamente conectada al hotel. El seminario se celebraba en la lujosa sala Ontario. Había unas treinta personas presentes, y…

—Uh-uh —le dijo Cathy en voz baja a Peter.

Peter miró. Colin Godoyo se aproximaba. Era el marido de Naomi, la amiga de Cathy y vicepresidente del Toronto Dominion Bank; un tipo rico al que le gustaba demostrarlo. A Peter le agradaba Naomi, pero nunca había podido soportar del todo a Colin.

—¡Petey! —dijo Colin, en voz lo bastante alta para que todos los presentes se volviesen hacia ellos. Le presentó una mano carnosa a Peter, quien la estrechó—. Y la impresionante Catherine —dijo, inclinándose para recibir un beso, lo que Cathy hizo renuente—. ¡Es maravilloso veros a los dos!

—Hola, Colin —dijo Peter. Señaló con un pulgar hacia el otro lado de la habitación donde un presentador se preparaba—. ¿Pensando en vivir para siempre?

—Suena fascinante, ¿no? —dijo Colin—. ¿Qué hay de vosotros dos? ¿La feliz pareja no puede soportar la idea de «hasta que la muerte nos separe»?

—Me intriga la ingeniería biomédica —dijo Peter, algo repelido por la presunción de Colin.

—Por supuesto —dijo Colin en un tono irritante y sabelotodo—, por supuesto. Y Cathy… ¿quieres conservar siempre ese aspecto maravilloso?

Peter sintió la necesidad de defender a su mujer.

—Tiene un título de química, Colin. A los dos nos intriga la ciencia detrás de ese proceso.

En ese momento, el presentador habló en voz alta desde el otro lado de la habitación.

—Damas y caballeros… estamos listos para empezar. Por favor, tomen asiento.

Peter avistó dos sillas desocupadas en una fila, por otra parte completamente llena, y rápidamente dirigió a Cathy y a él mismo hacia ellas. Todos se callaron para oír el discurso promocional.

—La nanotecnología es la clave de la inmortalidad —le dijo el tipo de Life Unlimited a la audiencia. Era un afroamericano musculoso de mediana edad, con pelo salpicado de canas y amplia sonrisa. El traje tenía aspecto de haber costado dos mil dólares—. Nuestras máquinas nanotecnológicas pueden prevenir todos los aspectos del envejecimiento. —Señaló una imagen en la pantalla de pared: una ampliación de un robot microscópico—. Ahí hay uno —dijo—. Los llamamos «niñeras», porque cuidan de ti —rió, e invitó también a la audiencia a reír.

»Ahora, ¿cómo previenen el envejecimiento nuestras niñeras, que distribuimos por todo el cuerpo? —preguntó el hombre—. Simple. Gran parte del envejecimiento está controlado por temporizadores en ciertos genes. Bien, no se pueden eliminar los temporizadores, son necesarios para regular los procesos corporales, pero nuestras niñeras leen su estado y los reajustan cuando es necesario. Las niñeras también comparan el ADN que el cuerpo produce con imágenes del ADN original. Si se introduce un error, el ADN es corregido al nivel molecular. Realmente no es muy diferente a la comunicación informática libre de errores. La prueba de la suma permite una comparación rápida y precisa.

»Los daños producidos por la acumulación en el cuerpo de desechos tóxicos son también parte importante del envejecimiento, pero nuestras niñeras se ocupan de eso también, eliminando los desechos.