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—No fue un asunto —dijo suavemente.

—¿Cómo demonios lo llamas? —dijo Peter. Las palabras eran de furia, pero el tono no lo era. Estaba vacío, sin vida.

—Fue… no fue una relación —dijo ella—. Realmente no. Simplemente sucedió.

—¿Cómo?

—Un viernes por la noche, después del trabajo. Tú no viniste esa vez. Hans me pidió que lo llevase hasta el metro. Volvimos junto al aparcamiento de la compañía y cogimos mi coche. Para entonces estaba desierto, y estaba muy oscuro.

Peter negó con la cabeza.

—¿En tu coche? —dijo. Hizo una pausa durante mucho tiempo, luego dijo, suavemente—: Tú —y la siguiente palabra salió lentamente, espontánea, expelida por los labios con un pequeño encogimiento de hombros, como si no hubiese otra palabra más exacta—, mujerzuela.

Ella tenía la cara hinchada y los ojos rojos, pero no lloraba. Movió la cabeza de un lado a otro, lentamente, como si intentase negar la palabra, una palabra que nadie había usado con ella antes, pero finalmente ella también se encogió de hombros, como si aceptase el término.

—¿Qué sucedió? —dijo Peter—. Exactamente ¿qué hicisteis?

—Hicimos el amor. Eso es todo.

—¿De qué forma?

—Sexo normal. Se bajó los pantalones y me levantó la falda. Él… él no me tocó en ningún sitio.

—¿Pero aun así estabas húmeda?

—Yo… yo había bebido demasiado —respondió ella.

Peter asintió.

—Antes no bebías. No hasta que empezaste a trabajar para ellos.

—Lo sé. Lo dejaré.

—¿Qué más pasó?

—Nada.

—¿Te besó?

—Antes, sí. Después no.

—¿Te dijo que te amaba? —dijo sarcástico.

—Hans se lo dice a todas.

—¿Te lo dijo a ti?

—Sí, pero… pero sólo son palabras.

—¿Se lo dijiste tú a él?

—Por supuesto que no.

—¿Te… te corriste?

Un susurro.

—No. —Y luego una lágrima le corrió por la mejilla—. Él… él me preguntó si me había corrido. Como si alguien lo hubiese hecho, en un mete saca como aquél. Él me lo preguntó. Dije que no. Y se rió. Se rió y se subió los pantalones.

—¿Cuándo sucedió?

—¿Recuerdas el viernes en que llegué tarde a casa y me duché?

—No. Espera… sí. Nunca te duchas por las noches. Pero eso fue hace meses…

—Febrero —dijo Cathy.

Peter asintió. De alguna forma, el hecho de que aquello hubiese sucedido tanto tiempo atrás lo hacía más soportable.

—Hace seis meses —dijo él.

—Sí —dijo ella, y luego, las palabras como un trío de balas rompiéndole el corazón—. La primera vez.

Todas las preguntas estúpidas le vinieron a la mente. ¿Quieres decir que hubo otras? Sí, Peter, exactamente eso es lo que quiere decir.

—¿Cuántas veces?

—Dos más.

—Para un total de tres.

—Sí.

—¿Pero «asunto» no es la palabra adecuada para esto? —sarcástico de nuevo.

Cathy estaba en silencio.

—Cristo —dijo Peter en voz baja.

—No fue un asunto.

Peter asintió. Él sabía qué tipo de persona era Hans. Por supuesto que no había sido un asunto. Por supuesto que no había amor de por medio.

—Sólo sexo —dijo Peter.

Cathy, sabiamente, no dijo nada.

—Cristo —dijo de nuevo Peter. Todavía tenía el lector de revistas en la mano. Lo miró, pensando que debía arrojarlo al otro lado de la habitación, estrellándolo contra la pared. Después de un momento, se limitó a arrojarlo sobre el sofá que estaba a su lado. Rebotó en silencio sobre los cojines—. ¿Cuándo fue la última vez? —dijo.

—Hace tres meses —dijo ella, con voz débil—. He estado intentando reunir el coraje para decírtelo. No… no creía que pudiese. Lo he intentado antes en dos ocasiones, pero simplemente no podía hacerlo.

Peter no dijo nada. No había una reacción apropiada, ninguna forma de encararlo. Nada. Un abismo.

—Pensé… pensé en matarme —dijo Cathy después de una larga pausa, con la voz apagada como el viento de la mañana—. Pero nada de veneno o cortarme las venas, nada que pareciese un suicidio. —Le miró a los ojos brevemente—. Un accidente de coche. Iba a estrellarme contra un muro. De esa forma, todavía me amarías. Nunca sabrías lo que había hecho, y… y me recordarías con amor. Lo intenté. Lo tenía todo preparado, pero… pero cuando finalmente lo hice, desvié el coche. —Las lágrimas le corrían por las mejillas—. Soy cobarde —dijo finalmente.

Silencio. Peter intentó encontrarle sentido a todo aquello. No tenía sentido preguntar si iba a irse con Hans. Hans no quería una relación, no una relación real, no con Cathy o cualquier otra mujer. Hans. Maldito Hans.

—¿Cómo pudiste hacerlo con Hans? ¿Precisamente con Hans? —preguntó Peter—. Sabes lo que es.

Ella miró al techo.

—Lo sé —dijo suavemente—. Lo sé.

—Siempre he intentado ser un buen marido —dijo Peter—. Lo sabes. Te he apoyado de todas las formas posibles. Hablamos de todo. No hay problema de comunicación, ninguna forma en que puedas decir que no te escucho.

La voz de ella sonó enfadada por primera vez.

—¿Sabías que durante meses he estado llorando antes de dormir?

Tenía un par de ventiladores de dormitorio que usaban como generadores de ruido blanco, para apagar los sonidos del tráfico del exterior, así como los ronquidos ocasionales.

—No había forma en que pudiese saberlo —dijo. Él había notado ocasionalmente que ella temblaba a su lado mientras él se quedaba dormido. Medio consciente, había dado por supuesto que se estaba masturbando; mantuvo esa idea para sí.

—Tengo que pensar sobre esto —dijo lentamente—. No sé muy bien lo que quiero hacer.

Ella asintió.

Peter echó la cabeza atrás, y dejó escapar un largo y desigual suspiro.

—Cristo, tengo que reescribir por completo los últimos seis meses en mi mente. Las vacaciones que hicimos a Nueva Orleans. Eso fue después de que tú y Hans… Y la vez en que estuvimos en la casa de campo de Sarkar durante un fin de semana. Eso también fue después. Ahora todo es diferente. Todo ello. Cada imagen mental de esa época, cada momento feliz… falso, manchado.

—Lo siento —dijo Cathy, muy suavemente.

—¿Lo sientes? —La voz de Peter era de hielo—. Podrías sentirlo si hubiese sucedido sólo una vez. ¿Pero tres veces? ¿Tres jodidas veces?

A Cathy le temblaban los labios.

—Lo siento.

Peter volvió a suspirar.

—Voy a llamar a Sarkar y veré si está libre para cenar.

Cathy estaba callada.

—No quiero que vengas. Quiero hablar a solas con él. Tengo que pensar en esto.

Ella asintió.

5

Peter conocía a Sarkar Muhammed desde la adolescencia. Habían vivido en la misma calle, aunque Sarkar había ido a una escuela privada. Quizá su amistad había parecido poco probable. Sarkar estaba muy metido en actividades atléticas. Peter estaba en el equipo que se ocupaba del periódico y del libro del año de su escuela. Sarkar era un musulmán devoto. Peter no era devoto de nada. Pero se habían hecho amigos poco después de que la familia de Sarkar se mudase al vecindario. Tenían un sentido del humor similar, a los dos les gustaba leer a Agatha Christie, y los dos eran expertos en trivialidades sobre Star Trek. También, por supuesto, Peter no bebía y eso hacía feliz a Sarkar. Aunque Sarkar comía en restaurantes que vendían alcohol, evitaba en lo posible sentarse en una mesa con alguien que estuviese impregnándose de alcohol.

Sarkar había ido a la Universidad de Waterloo para estudiar informática. Peter había estudiado ingeniería biomédica en la Universidad de Toronto. Se habían mantenido en contacto durante la universidad intercambiándose mensajes de correo electrónico por Internet. Después de un breve trabajo en Vancouver, Sarkar había vuelto a Toronto, para dirigir su propia empresa de alta tecnología especializada en el diseño de sistemas expertos. Aunque Sarkar estaba casado y tenía tres hijos, Peter y él cenaban a menudo juntos, sólo ellos dos.