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– Tenemos que afrontarlo, Marjorie -dijo Livy-, Tú y yo hemos terminado. Hago esto por Barbara, no por ti. Te veré en el almuerzo -salió del camarote.

Marjorie cerró los ojos y gimió.

20

Por tradición, el último evento social del Mauretania era el concierto. Tenía lugar en el salón principal y casi todos los pasajeros de primera clase estaban presentes. En el centro de la primera fila estaba el lugar reservado al capitán Rostron. Por esa noche la banda del barco era elevada a la categoría de orquesta y mientras el capitán se dirigía a su asiento tocaron un coro de H. M. S. Pinafore…

Démos tres vivas y uno más,

por el intrépido capitán del Pinafore.

Este aire de alegría se debía ciertamente a la sensación de alivio de saber que ésta era la última noche en el mar y nadie más había sido estrangulado. A pesar de la desilusión porque el inspector Dew no hubiera arrestado a ninguna persona, la opinión general era que su presencia en el barco evitaba más fatalidades. El comité de espectáculos hasta había discutido la posibilidad de incluir un segundo coro de Gilbert y Sullivan en el preámbulo…

Cuando hay que cumplir con el deber

el trabajo del policía no es un placer.

Pero se decidió que había que omitir cualquier referencia a Walter por respeto a la víctima del estrangulador.

La segunda parte del programa después del intervalo fue el signor Martinelli. Antes de que apareciera el tenor, el capitán Rostron se dirigió a la audiencia. Expresó el deseo de que hubieran disfrutado de la travesía a pesar del desgraciado episodio del principio y agradeció los esfuerzos denodados del inspector Dew para investigar el crimen y garantizar la seguridad de los pasajeros y la tripulación. Hubo aplausos y Walter hizo una pequeña reverencia desde el fondo del salón. Nadie mencionó la herida de su hombro.

– No he visto a tus padres aquí esta noche -le comentó Paul Westerfield a su novia Barbara cuando terminó el concierto.

– Es cierto -asintió Barbara-. No he hablado con ellos desde el almuerzo.

– No necesitas decírmelo -contestó Paul apretándole la mano-. Sólo te he dejado sola veinte minutos en todo el día.

– Tal vez estuvieran cansados -dijo Barbara con una sonrisa-. Durante el almuerzo me parecieron un poco tensos.

– Estaban tristes por tener que entregar a su preciosa hija.

– No creo que piensen eso precisamente -replicó Barbara.

El salón de fumar de pronto se vio invadido por su habitual clientela y otros parroquianos que querían tomar la última copa con amigos hechos a bordo. Se hablaba de Nueva York, de la cuarentena y de la aduana. Todavía había que hacer las maletas, pero era difícil dejar la bonhomie para dedicarse a tareas tan depresivas.

Algunos pasajeros aún miraban con desconfianza a Jack Gordon, quien se mantenía cerca de Walter.

– ¿Habló con los Cordell? -preguntó mientras alcanzaba a Walter un whisky con soda.

– Sí -contestó Walter-. Y lo lamento -le contó a Jack lo del compromiso de Barbara con Paul-, No se sintieron muy felices de escuchar nuestra teoría de la locura. Ojalá no lo hubiera mencionado. Creo que el joven Westerfield es inocente.

– Estoy seguro de eso -opinó Jack.

Walter levantó las cejas.

Jack le explicó.

– Mientras usted estaba con sus padres yo hablé con Paul y Barbara. Les pregunté dónde habían estado anoche cuando le dispararon y me enteré de que Paul se le estaba declarando en el salón escritorio. Un camarero encendió la luz y los vio besándose. Vestían sus disfraces de peregrinos. El camarero volvió a apagar la luz apresuradamente y los dejó allí. Yo lo controlé. Tienen su coartada.

– Ojalá lo hubiera sabido antes de ver a los padres.

– Un hombre con su tipo de trabajo no puede estar cuidándose de herir los sentimientos de la gente, inspector.

– Supongo que no.

– No cuidó los míos cuando me consideraba un sospechoso.

– No sabía que era el marido de la víctima. Se comportaba de forma sospechosa.

– ¿Se refiere a cuando fui a la morgue para verla?

– Sí. Pero ahora que lo pienso le admiro.

– ¿Cómo es eso?

– Porque logró encontrar el lugar. Yo también estuve allí. Es como un laberinto. Me perdí al regresar de las celdas. No sé cómo logró encontrar la morgue sin ayuda. Usted mismo me dijo que era su primer viaje en el Mauretania.

– No es un misterio. El Mauri tenía una nave gemela.

– ¿Se refiere al Lusitania?

– Sí. Los construyeron en el mismo año. Eran prácticamente idénticos.

– ¿Y usted estuvo en el Lusitania?

– Trabajé en él, inspector. En ese entonces me llamaba Jack Hamilton y era camarero. Así es como aprendí a circular por las cubiertas inferiores. Dos años de ir y venir le enseñan a cualquiera los atajos. Era un trabajo muy pesado -Jack sonrió con aire satisfecho-. Solía mirar a los pasajeros de primera clase reclinados en sus hamacas y romperme la cabeza para encontrar la manera de llegar allí. Entonces otro camarero me contó lo de los «marineros» del salón de fumar, los jugadores de cartas profesionales que se ganaban la vida desplumando a los millonarios. Los estudié mientras trabajaban y decidí que eso era para mí -se encogió de hombros-. Ahora sabe la historia de mi vida.

– Muy interesante -meditó Walter-, Supongo que ya no trabajaba en la Cunard cuando torpedearon el Lusitania.

– Sí -reconoció Jack-, Yo estaba a bordo y Kate también. Era criada. Katherine Barton. Tuvimos la suerte de sobrevivir, porque fuimos de los últimos en dejar el barco. Estuvimos en el agua casi una hora.

– Así estaban más seguros -respondió Walter sacudiendo la cabeza y suspirando-. Murió un montón de gente peleando por los botes.

Jack se quedó mirando a Walter.

– ¿Usted estaba en el Lusitania?

– Sí… con mi padre. Éramos pasajeros de primera clase. Creo que cada superviviente tiene su historia. Mi padre tenía una pierna enyesada y fuimos los últimos en dejar el salón comedor. Siempre pensé que eso nos salvó la vida. Casi todos los botes se hicieron pedazos. Esperamos en cubierta hasta que el agua nos alcanzó y nos alejamos nadando antes del final.

Kate y yo casi nos hundimos con el barco. Después que el torpedo nos alcanzó, nos ordenaron que controláramos si todas las suites y los camarotes de la sección D estaban vacíos. Los pasajeros no estaban, pero Kate se topó con un ladrón en el momento en que éste vaciaba un joyero. El desgraciado la golpeó con la maldita caja y la dejó inconsciente. Luego cerró la puerta y la abandonó a su suerte. Me lo crucé en el corredor y no me dijo una palabra. Volví para ver por qué Kate no me había alcanzado y la encontré desmayada sangrando. De alguna manera la hice volver en sí y la subí a la cubierta. Esa es mi historia, inspector. Lo mejor fue que seis semanas después Kate se casó conmigo.

– ¿Alguna vez supieron lo que le pasó al ladrón?

– No. No sé si sobrevivió. Si lo encontrara no lo reconocería. Apenas lo vi. Era un hombre bajo y robusto con traje oscuro. En ese momento estaba muy asustado. Todavía tengo pesadillas cuando estoy en un barco y éste se inclina, recuerdo a Kate desmayada en mis brazos y el miedo de que en cualquier minuto el agua lo cubriría todo.

– Por eso no quería quedarse ahí abajo durante la tormenta de anoche.

Jack asintió.

– No soy uno de esos que juró no volver a pisar un barco, si no no hubiera elegido esta vida, pero me quiero asegurar de que si alguna vez vuelve a suceder, no me encuentre encerrado abajo.