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– Ricky -aquella vez era su madre-, quiero presentarte a alguien.

Era una niña, una niña con el pelo negro y los ojos marrones. Era más pequeña que Ricky, unos tres o cuatro años.

– Ésta es Celeste -le dijo su madre-. Es la niña de Violet y Peter.

– Hola -lo saludó Celeste.

Ricky asintió.

– Hola.

Su madre le estaba diciendo algo con la mirada y pensó que ya sabía lo que quería. Emmett también le estaba mirando y Ricky hizo un gesto con la cabeza. Emmett decía que él protegía a la gente y Ricky también quería nacerlo. Se sentó al lado de la pequeña.

– ¿Cómo estás?

– Bien. Estoy aprendiendo a andar otra vez. Y mi padre dice que algún día podré volver a correr. Ahora nado. ¿Tú sabes nadar?

– Sí, sé nadar.

No tenían mucho que decirse, pero Ricky continuó a su lado. Había otros niños jugando al escondite por allí. A lo mejor podía jugar con ellos más tarde. Pero de momento, le gustaba estar sentado al lado de aquella niña. Antes de que su madre se despertara, cuando estaba dormida en el hospital, también solía sentarse a su lado.

Pero su madre estaba llena de vida. En aquel momento estaba hablando con la doctora Violet.

Hubo una nueva ronda de besos y abrazos cuando se sumó un nuevo grupo de gente al grupo en el que estaban su madre y Emmett. Ricky ya había renunciado a intentar averiguar cuál era el parentesco entre ellos. La última pareja era la de Vincent y Natalie. Todo el mundo se puso a gritar de alegría cuando Natalie anunció que estaba embarazada. Su marido, Vincent, dijo que ése era el primero de los quinientos hijos que iban a tener. Al oírlo, Ricky miró a Emmett horrorizado.

– ¿Quinientos hijos?-le preguntó moviendo los labios.

Emmett sacudió la cabeza y se inclinó hacia él.

– Es una exageración -le explicó, posando la mano en su hombro.

A Ricky le gustaba sentir aquella mano en el hombro.

Más tarde, durante la barbacoa, Ricky comió montones de maíz y ensalada de repollo. Él pensaba que era el único niño del mundo al que le gustaba, pero su entrenador decía que los futbolistas comían mucha verdura.

Además, así le dejarían tomar dos postres. Tomó una segunda porción de pastel y se acercó a comerlo a una cerca. Se había comido la mitad cuando vio a un señor sentado a su lado. Se parecía mucho a Ryan Fortune; vaya, se parecía muchísimo. El hombre estaba sonriendo, así que Ricky también le sonrió.

– Hola.

– Hola, Ricky, ¿te lo estás pasando bien?

– Sí.

– Me alegro. Hoy es un día muy alegre.

Ricky miró a los reunidos. Había visto algunas lágrimas en un par de ocasiones, cuando alguien había hablado de la ausencia de Ryan, pero Lily había insistido en que quería que todo el mundo estuviera contento.

– Ésta es una familia muy fuerte -continuó diciendo el hombre-. Una familia que sabe estar unida. Y eso es algo digno de apreciar.

– Sí, señor -contestó Ricky mientras comía un pedazo de pastel.

– También es muy importante saber disfrutar de cada segundo de la vida. Lo recordarás, ¿verdad?

– Claro.

Ricky volvió a mirar a los invitados; localizó la melena rubia de su madre y vio a Emmett a su lado, sonriéndole. Se volvieron hacia él y Ricky los saludó con el tenedor.

Vio después a Lily, que estaba sentada cerca de ellos, mirándolo con una sonrisa triste. O a lo mejor estaba mirando al hombre que estaba con él. Se volvió para comprobarlo y vio que el hombre había desaparecido.

Hmm. Miró a su alrededor, intentando localizarlo. No lo vio por ninguna parte. Pero su madre y Emmett volvieron a saludarlo y le indicaron con un gesto que querían que se acercara.

Ricky bajó de la cerca. Él también quería estar con ellos.

Christie Ridgway

***