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– ¿Conocéis a Emmett Jamison?-les preguntó, señalando a su acompañante.

Ambos asintieron, lo que la dejó estupefacta. Así que cuando estuvieron los cuatro sentados, decidió abordar directamente la cuestión.

– Señor Jamison…

– Emmett -la corrigió.

– De acuerdo, Emmett, entonces. ¿Qué puedo hacer…?-miró a la pareja-. ¿Qué podemos hacer por ti?

Nancy y Dean intercambiaron miradas.

– La pregunta debería ser qué puedo hacer yo por ti -respondió Emmett.

A Linda no le gustó el tono en el que pronunció aquellas palabras.

– Yo no necesito nada…

Emmett miró fugazmente a los Armstrong.

– Pronto saldrás de aquí. Y quiero ayudarte.

¿Estaría ofreciéndose para ayudarla a llevarse sus cosas?

– Iré a vivir a casa de los Armstrong y apenas tengo cosas que llevarme. Ropa, algunos libros, nada más.

Emmett no contestó directamente. Dejó que el silencio se alargara. Linda sacó las fotografías del sobre para tener algo que hacer.

– Se lo prometí a Ryan -dijo Emmett por fin.

– ¿Le prometiste qué?-preguntó ella con el ceño fruncido.

– Le prometí que te cuidaría, que haría lo que fuera para facilitarte la vida. Le hice dos promesas y pretendo cumplirlas.

– Era muy propio de Ryan preocuparse por mí, pero no necesito que nadie me cuide. Ni que nadie me facilite las cosas -bueno, por supuesto que lo necesitaba, pero dudaba que hubiera una sola persona en el mundo que pudiera ayudarla a sentirse como una verdadera madre y como una mujer completa.

– Pero yo podría hacerte las cosas más cómodas -insistió Emmett.

Linda miró a los Armstrong. No sabía cómo rechazar su oferta. Fue entonces cuando advirtió la preocupación que reflejaba el rostro de Nancy.

– ¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que me estáis ocultando?

Nancy sonrió.

– Creo que entre todos estamos confundiéndote y, desde luego, no era eso lo que pretendíamos. Es sólo que se nos ha ocurrido un nuevo plan que pensamos que podría funcionar y ser lo mejor para ti.

Dean se aclaró la garganta.

– Cuando Emmett nos habló de la promesa que le había hecho a Ryan, pensamos que su ofrecimiento llegaba en el momento ideal. Es una oportunidad para que conquistes un grado de autonomía mayor que el que conseguirías trasladándote a nuestra casa. Ya sabes que tu psicóloga no estaba segura de que fuera una buena idea.

Linda tragó saliva. Ella ya sabía que la psicóloga desconfiaba de que aquélla fuera la mejor opción.

– ¿Creéis que no debería irme a vivir con vosotros?-musitó.

– No, no, Linda. Nosotros queremos estar a tu lado -se precipitó a aclarar Nancy-. Lo que estamos proponiéndote es que te quedes en la casa para invitados que tenemos detrás de la piscina. Tiene tres dormitorios, un baño y una cocina. Allí tendrás oportunidad de cuidar de ti misma. De hacer la compra, cocinar… Emmett podría quedarse en uno de esos dormitorios para apoyarte durante algún tiempo.

Linda se frotó la frente. Los cambios la descolocaban. Adaptarse a situaciones y a ideas nuevas era una de las habilidades en las que se suponía que tenía que trabajar cuando iniciara su nueva vida.

Bajó la mirada hacia las fotografías que tenía sobre el regazo. Eran de una docena de niños. Estaba tan desconcertada que tardó varios segundos en darse cuenta de lo que estaba viendo. Ricky. Por supuesto, era Ricky, su hijo.

Dean debió de advertir el rumbo que estaban tomando sus pensamientos.

– Mientras estés allí, él puede continuar con nosotros e ir a verte con toda la frecuencia que quiera, por supuesto. De esa manera podrá disfrutar de lo mejor de ambos mundos.

«Lo mejor de ambos mundos». Aquella frase la impactó. «Lo mejor de ambos mundos. Lo mejor».

Lo mejor de irse a vivir a la casa de invitados, la parte más tentadora, era que le permitiría conservar cierta distancia del mayor de sus miedos. Podría pasar más tiempo, pensó, avergonzada y aliviada al mismo tiempo, sin ejercer el papel de madre de Ricky.

Hoy es viernes, día ocho de mayo. Tienes que moverte. Ahora vives en la casa de invitados de los Armstrong. El baño está cruzando el pasillo. Tienes que levantarte, ducharte y vestirte.

Aquellas frases aliviaron la ansiedad de despertarse en una cama y una habitación desconocidas. Más relajada, observó los rayos de sol acariciando el papel amarillo y violeta de las paredes. Había llevado sus cosas a esa habitación la tarde anterior y después, agotada por el ejercicio y por el cambio de escenario, se había puesto el pijama, se había tumbado en la cama y se había quedado completamente dormida.

Le sonó el estómago, recordándole que no había comido nada desde el almuerzo del día anterior. Pero la comida tendría que esperar. Si era por la mañana, lo primero era ducharse y vestirse.

Le resultaba más fácil seguir las instrucciones de su libreta. La improvisación podía conducirla al desastre, como había ocurrido las veces que había olvidado vestirse antes de ir a una cita. Se había presentado en una reunión con uno de los abogados de Ryan en pijama. Afortunadamente, la reunión se celebraba en una de las salas del centro de rehabilitación y no en un despacho de abogados de San Antonio.

Se levantó de la cama y advirtió entonces que llevaba el mismo pijama. Lo había elegido Nancy, al igual que la mayor parte de su guardarropa. Era de algodón, de color salmón claro. Los pantalones eran muy cortos y la parte de arriba no tenía mangas. Hizo una mueca al verse en el espejo que había en uno de los extremos de la habitación. Todavía estaba demasiado delgada y aquel pijama tan infantil la hacía parecer una niña de doce años, en vez de mostrar sus treinta y tres años.

El estómago volvió a sonarle.

«Ducharse, vestirse», se recordó otra vez. Y el cuarto de baño estaba enfrente, cruzando el pasillo.

Pero justo cuando empujó la puerta del dormitorio, se abrió la del cuarto de baño. Y apareció un hombre frente a ella.

Linda se quedó boquiabierta, pero no salió un solo sonido de sus labios. Era un hombre alto y estaba desnudo. Sólo llevaba una toalla alrededor de la cintura. Tras él, escapaba el vapor del cuarto de baño, dándole el aspecto de un genio erótico.

Cuando ya era demasiado tarde, Linda cruzó los brazos sobre el pijama que apenas ocultaba sus senos. Y no porque Emmett se los estuviera mirando. No, él se limitaba a observar su rostro, completamente quieto, como si ella fuera un animal salvaje y estuviera intentando no asustarla.

– Buenos días -le dijo suavemente-, pensaba que todavía estabas dormida.

Linda retrocedió un paso.

– Soy Emmett, ¿te acuerdas?-añadió él.

– Claro que me acuerdo -bufó, dando otro paso hacia el dormitorio y cerrando la puerta de un portazo.

Recordaba quién era, sí. Pero en la confusión del momento se había olvidado de algo más. Alargó la mano hacia el bolígrafo y la libreta y se sentó en el borde del colchón. Allí, tachó algunas de las frases que había escrito y escribió otras nuevas.

Ahora vives en la casa de invitados de los Armstrong CON EMMETT JAMISON. El baño está cruzando el pasillo. ¡Y ES POSIBLE QUE ÉL LLEGUE AL CUARTO DE BAÑO ANTES QUE TÚ! Es por la mañana, hay que levantarse, ducharse y vestirse. ¡Y NO TE OLVIDES DE PONERTE UNA BATA!

Durante la ducha tuvo tiempo de asimilar el hecho de que tenía un compañero de piso. El pequeño cuarto de baño retenía su fragancia, lo que no le resultó desagradable. Y se alegró de ver que no había cambiado el orden de los diferentes productos higiénicos que había colocado en la ventana la noche anterior.

Después de ajustar la presión de la ducha, abrió el bote de champú y el del acondicionador. A medida que iba utilizando cada uno de ellos, lo cerraba para asegurarse de no salir de la ducha con la cabeza llena de espuma, como había hecho una o dos veces antes.