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Le pedí que me explicara como pudo el movimiento lascivo de Genaro producir un efecto tan drástico.

– Eres un puritano -dijo-. Genaro utilizó tu enorme molestia y tu vergüenza al tener que hacer gestos lascivos. Como él estaba en su cuerpo de ensueño, podía ver las emanaciones del Águila; con esa ventaja le resultaba facilísimo mover tu punto de encaje.

Dijo que lo que Genaro me ayudó a lograr esa noche no era gran cosa, que Genaro movió mi punto de encaje haciéndolo generar un cuerpo de ensueño mucha, muchas veces, pero que esos eventos no eran lo que el quería que yo recordara.

– Quiero que vuelvas a alinear las emanaciones adecuadas y recuerdes la ocasión en que realmente despertaste en una posición de ensueño -dijo.

De pronto, pareció explotar adentro de mí una oleada de energía, y supe lo que quería que recordara. Sin embargo, no podía concentrar mi memoria en el evento completo. Sólo recordaba un fragmento de lo ocurrido.

Recordé que cierta mañana, estando yo en un estado de conciencia normal, don Juan, don Genaro y yo nos sentamos en esa misma banca. De repente, don Genaro dijo que iba a hacer que su cuerpo dejara la banca, pero sin levantarse. Su declaración estaba totalmente fuera del contexto de lo que estuvimos discutiendo. Yo estaba acostumbrado a la manera ordenada y didáctica de don Juan. Me volví hacia él esperando alguna seña, pero él permaneció impasivo, mirando de frente como si don Genaro y yo no estuviéramos ahí.

Don Genaro me codeó para atraer mi atención, y luego me hizo presenciar algo extremadamente inquietante. De hecho, vi a Genaro al otro lado de la plaza. Me llamaba a señas. Pero también vi a don Genaro sentado a mi lado, mirando de frente, al igual que don Juan.

Yo quería decir algo, expresar mi asombro, pero estaba atónito, prisionero de una fuerza que no me dejaba hablar. De nuevo, vi a Genaro al otro lado del parque. Allí, seguía, haciéndome un gesto con la cabeza para que me uniera a él.

Mi angustia emocional crecía por segundos. Mi estómago comenzaba a alterarse, y de pronto tuve una visión de túnel, un túnel que iba directamente hacia Genaro. En ese momento, una gran curiosidad, o un gran temor, que por cierto parecían ser la misma cosa, me atrajo hasta donde él estaba. Volé por los aires y llegué adonde estaba Genaro. Me hizo volver la cabeza y señaló a las tres personas que estaban sentadas en la banca, en una posición estática, como si el tiempo se hubiera detenido.

Sentí una terrible molestia, una comezón interna, como si se hubieran incendiado mis órganos internos. Instantáneamente, me hallé de vuelta en la banca, pero Genaro ya no estaba allí. Desde el otro lado de la plaza se despidió de mí con la mano y desapareció entre la gente que iba al mercado.

Don Juan estaba encantado. No dejaba de mirarme. Se puso de pie y caminó a mi alrededor. Volvió a sentarse y no podía conservar una expresión seria mientras me hablaba.

Entendí por qué actuaba de esa manera. Sin la ayuda de don Juan, entré en un estado de conciencia acrecentada. Genaro logró que mi punto de encaje se moviera por su cuenta.

No pude evitar reírme al ver mi cuaderno de apuntes, que don Juan guardó solemnemente en su bolsillo. Dijo que iba a usar mi estado de conciencia acrecentada para mostrarme que no tiene fin el misterio del hombre ni el misterio del mundo. Enfoqué toda mi concentración en sus palabras. De pronto, don Juan dijo algo que no entendí. Le pedí que lo repitiera. Comenzó a hablar muy despacio y muy quedo. Pensé que bajó la voz para no llamar la atención. Escuché atentamente, pero no entendía una palabra de lo que decía; o bien me hablaba en una lengua extranjera o decía cosas sin sentido. Lo más extraño de todo esto era que algo había atraído mi entera atención; o era el ritmo de su voz o el hecho de que yo me estaba forzando por entender lo que decía. Tenía la sensación de que mi mente era diferente que de costumbre, aunque no podía precisar cuál era la diferencia. Me costaba trabajo pensar, razonar lo que estaba ocurriendo.

Don Juan me susurró al oído. Dijo que como entré en la conciencia acrecentada sin ayuda alguna de su parte, mi punto de encaje se hallaba muy maleable, y que, si yo quería, podía dejarlo moverse profundamente en el lado izquierdo, quedándome medio dormido en esa banca. Me aseguró que él cuidaría de mí, que no tenía nada que temer. Me instó a dejar que mi punto de encaje se moviera.

Al instante, sentí la pesadez del sueño profundo. En cierto momento me di cuenta de que soñaba. En mi sueño vi una casa que me era algo familiar. Me acercaba a ella como si caminase por la calle. Había otras casas, pero no podía prestarles ninguna atención. Algo en mí estaba fijo en esa casa en particular. Era una casa moderna, de estuco, con un jardín de cactos al frente.

Cuando me acerqué a esa casa, tuve una sensación de intimidad con ella, como si la hubiera soñado muchas veces con anterioridad. Caminé por un sendero de grava hasta la puerta principal; estaba abierta y pasé al interior. A la derecha había un vestíbulo a oscuras y una gran sala, amueblada con un diván de color rojo oscuro y con dos sillones que hacían juego con él, colocados en una esquina. Definitivamente no podía ajustar mi visión y sólo podía ver lo que tenía frente a los ojos.

Una mujer joven, de quizá veinticinco años, estaba de pie junto al diván, como si se hubiera incorporado cuando entré. Era delgada y alta, exquisitamente vestida con un traje sastre verde. Tenía cabello oscuro, casi negro, llameantes ojos color café que parecían sonreír y una nariz puntiaguda, finamente labrada. Su cutis era claro pero el sol la había dorado confiriéndole un suntuoso bronceado. Me pareció enormemente hermosa. Parecía ser estadounidense. Me saludó con un movimiento de cabeza, sonriéndome, y extendió las manos con las palmas hacia abajo, como si me ayudara a incorporarme.

Ceñí sus manos con un movimiento extremadamente torpe. Me asusté a mí mismo y quise retroceder, pero me retuvo con firmeza y a la vez con gran suavidad. Sus manos eran largas y hermosas. Me habló en español, con el leve rastro de un acento extranjero. Me suplicó que no me agitara, que sintiera sus manos, que concentrara mi atención en su rostro y en el movimiento de sus labios. Quería preguntarle quién era, pero no podía pronunciar una sola palabra.

Luego escuché la voz de don Juan en mi oído: "Oh, ahí estás", como si en ese momento me encontrara. Yo estaba sentado con él en la banca del parque. Pero también escuchaba la voz de la joven. Dijo: "Ven a sentarte conmigo". Hice precisamente eso y comencé la más increíble serie de cambios de puntos de vista. Alternadamente, estaba con don Juan y con aquella joven. Veía a ambos con toda la claridad del mundo.

Don Juan me preguntó si la joven me gustaba, si me parecía atractiva y serena. No podía hablar, pero de alguna manera le transmití el sentimiento de que efectivamente la joven me gustaba enormemente. Sin ningún motivo aparente, pensé que ella era un parangón de bondad, una persona indispensable en lo que don Juan hacía conmigo.

Don Juan me habló nuevamente al oído y dijo que si esa joven me gustaba tanto debería despertar en su casa, que mi sentimiento de afecto por ella me guiaría.

Me sentía lleno de risa, temerario. Una sensación de excitación ondeó a lo largo de mi cuerpo. Sentía como si, de hecho, la excitación me desintegrara, y de pronto, con toda felicidad, me hundí en una negrura, indescriptiblemente negra, sin importarme lo que me ocurriera. Después me hallé en la casa de la joven. Yo estaba sentado en el diván con ella.

Tras un instante de absoluto pánico, me di cuenta que, de alguna manera, no estaba completo. Algo de mí estaba ausente. Sin embargo, la situación no me parecía peligrosa. Por mi mente cruzó la idea de que estaba ensoñando y que tarde o temprano iba a despertar en la banca de la plaza en Oaxaca, con don Juan, donde yo realmente estaba.