– ¿Qué hace que esas ocho bandas produzcan conciencia? -pregunté.
– El Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones -contestó.
Su respuesta me hizo discutir con él. Afirmé que era una aseveración sin significado, porque decir que el Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones es parecido a lo que diría un hombre religioso acerca de Dios, que Dios concede la vida a través de su amor.
– Las dos aseveraciones no tienen el mismo punto de vista -dijo con paciencia-. Y sin embargo creo que significan la misma cosa. La diferencia es que los videntes ven cómo el Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones y los hombres religiosos no ven cómo Dios confiere la vida a través de su amor.
Dijo que la manera en que el Águila confiere la conciencia es mediante tres gigantescos haces de emanaciones que recorren las ocho grandes bandas. Estos haces son bastante peculiares, porque hacen que los videntes sientan un color. Un haz da la sensación de ser rosa amarillento; otro da la sensación de ser de color durazno; y el tercer haz da la sensación de ser ambarino, como la miel clara.
– De modo que es asunto de ver un color cuando los videntes ven que el Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones -prosiguió-. Los hombres religiosos no ven el amor de Dios, pero si pudieran verlo, sabrían que es o rosa, o color durazno, o ambarino.
– El hombre, por ejemplo, está ligado al haz ambarino, pero hay otros seres que también lo están.
Quise saber que otros seres compartían esas emanaciones con el hombre.
– Tú mismo tendrás que descubrir detalles como ése, viéndolos -dijo-. No tiene caso que te diga cuáles seres son; sólo te dará ocasión para hacer otro inventario. Basta con decir que descubrir eso por tu cuenta será una de las cosas más emocionantes que puedas hacer.
– ¿Los haces de color rosado y color durazno también se ven en el hombre? -pregunté.
– Nunca. Esos haces pertenecen a otros seres vivientes -contestó.
Estaba a punto de hacerle otra pregunta, pero me ordenó detenerme con un vigoroso movimiento de la mano. Se perdió en sus pensamientos. Durante largo tiempo estuvimos envueltos en silencio total.
– Te he dicho que en el hombre el resplandor de la conciencia tiene diferentes colores -dijo finalmente-. Lo que no te dije entonces, porque aún no llegábamos a ese punto, era que no son colores sino tintes de ámbar.
Dijo que el haz de conciencia ambarino tiene una infinidad de variantes sutiles que siempre denotan diferencias en la calidad de la conciencia. Los tintes más comunes son el ámbar rosado y el verde pálido. El ámbar azul es más inusitado, pero el ámbar puro es el más raro de todos.
– ¿Qué determina los tintes particulares de ámbar?
– Los videntes dicen que la cantidad de energía que uno ahorra y almacena determina el tinte. Incontables cantidades de guerreros han comenzado con un tinte ordinario, color rosa, y han terminado con el más puro de todos los ámbares. Genaro y Silvio Manuel son ejemplos de ello.
– ¿Qué formas de vida pertenecen a los haces de conciencia color rosa y color durazno? -pregunté.
– Los tres haces, con todos sus tintes, entrecruzan las ocho bandas -contestó-. En la banda orgánica, el haz color rosa pertenece sobre todo a las plantas, la banda color durazno pertenece a los insectos, y la banda ambarina pertenece al hombre y a otros seres orgánicos y no necesariamente animales.
"La misma situación prevalece en las bandas inorgánicas. Los tres haces de conciencia producen tipos específicos de seres inorgánicos en cada una de las siete grandes bandas.
Le pedí que me diera detalles de los tipos de seres inorgánicos que existían.
– Esa es otra cosa más que tienes que ver por tu cuenta -dijo-. Las siete bandas y lo que producen son en realidad inaccesibles a la razón, pero no al ver.
Le dije que no lograba entender del todo su explicación de las grandes bandas, porque su descripción me había obligado a imaginarlas como bandas planas, o incluso como las correas transportadoras de una fábrica.
Explicó que las grandes bandas no son ni planas ni redondas, sino indescriptiblemente arracimadas, como un monto de paja, que queda sostenido a mitad del aire por la fuerza de la mano que la lanzó ahí. Por eso, no existe orden en las emanaciones; decir que existe una parte central o que existen bordes resulta engañoso, pero necesario para poder entender.
Explicó que los seres inorgánicos producidos por las otras siete bandas se caracterizan por tener un recipiente que carece de movimiento; tienen más bien un receptáculo amorfo con un bajo grado de luminosidad. No se parece al capullo de los seres orgánicos. Le falta la tensión, la calidad que hace que los seres orgánicos parezcan bolas luminosas que rebosan energía.
Don Juan dijo que la única similitud entre los seres inorgánicos y los seres orgánicos es que todos tienen las emanaciones color rosa, color durazno o ambarinas.
– Bajo ciertas circunstancias -prosiguió-, esas emanaciones hacen posible la más fascinante comunicación, entre los seres de esas ocho grandes bandas.
Dijo que, debido a que sus campos de energía son más intensos, los seres orgánicos son generalmente los que inician la comunicación con los seres inorgánicos, pero una sutil y sofisticada relación que siempre resulta es iniciativa de los seres inorgánicos. Una vez rota la barrera, los seres inorgánicos cambian y se convierten en lo que los videntes llaman aliados. A partir de ese momento los seres inorgánicos pueden anticipar los más recónditos pensamientos o estados de ánimo o temores de los videntes.
– Tanta devoción de parte de los aliados hechizó a los mismos hechiceros, los antiguos videntes -agregó don Juan-. Hay historias de que los antiguos videntes conseguían que sus aliados hicieran lo que ellos les pedían. Esa es una de las razones por las que creían en su propia invulnerabilidad. Los engañó su importancia personal. Los aliados sólo tienen poder si el vidente que los ve es un parangón de impecabilidad; y esos antiguos videntes simplemente no lo eran.
– ¿Existen tantos seres inorgánicos como organismos vivientes? -pregunté.
Dijo que los seres inorgánicos no son tan abundantes como los orgánicos, pero que esto queda compensado, en cierta medida, por el mayor número de bandas de conciencia inorgánica. Puesto que los organismos pertenecen a una sola banda, mientras que los seres inorgánicos pertenecen a siete, las diferencias entre los seres inorgánicos son más vastas que las diferencias entre los organismos.
– Además, los seres inorgánicos viven infinitamente más que los organismos -prosiguió-. Este detalle, por razones que te revelaré más adelante, es lo que impulsó a los antiguos videntes a ver todo lo que pudieron, acerca de los aliados.
Dijo que los antiguos videntes llegaron también a darse cuenta de que es la intensa energía de los organismos y el subsecuente alto desarrollo de su conciencia lo que los convierte en deliciosos bocados para el Águila. Su interpretación fue que era la gula, la razón por la cual el Águila produce un número tan grande de organismos.
Luego explicó que el producto de las otras cuarenta grandes bandas no es en absoluto la conciencia, sino una configuración de energía inanimada que los antiguos videntes llamaban vasos, mientras que llamaban capullos y recipientes a los productos de las ocho bandas con conciencia. Dijo que lo que explica la luminosidad independiente de los capullos y de los recipientes es la energía de la conciencia, y que los vasos son receptáculos rígidos cuya luminosidad estática proviene sólo de la energía de las emanaciones encapsuladas.
– Debes tomar en cuenta que en el mundo todo está encapsulado -prosiguió-. Todo lo que nosotros percibimos está compuesto por porciones de capullos o vasos con emanaciones. Como hombres comunes no percibimos en absoluto los recipientes de los seres inorgánicos.