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Regresamos a la casa. Don Juan le contó a todos lo que había hecho la Gorda. El deleite de los videntes y las bromas que le hicieron al respecto, aumentó el desasosiego de la Gorda.

– La importancia personal no puede combatirse con delicadezas -comentó don Juan cuando expresé mi preocupación acerca del estado de animo de la Gorda.

Pidió luego a todos que abandonaran el cuarto. Nos sentamos y don Juan comenzó sus explicaciones.

Dijo que los videntes, antiguos y nuevos, se dividen en dos categorías. La primera queda integrada por aquellos que están dispuestos a ejercer control sobre sí mismos. Esos videntes son los que pueden canalizar sus actividades hacia objetivos pragmáticos que beneficiarían a otros videntes y al hombre en general. La otra categoría está compuesta de aquellos a quienes no les importa ni el control de sí mismos ni ningún objetivo pragmático. se piensa de manera unánime entre los videntes que estos últimos no han podido resolver el problema de la importancia personal.

– La importancia personal no es algo sencillo e ingenuo -explicó-. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia. Los videntes de todas las épocas han conferido las más altas alabanzas a quienes lo han logrado.

Me quejé de que, aunque a veces me parecía muy atractiva, la idea de erradicar la importancia personal me era realmente incomprensible; le dije que sus directivas y sugerencias para deshacerse de ella eran tan vagas que no había modo de implementarlas.

– Estoy ya cansado de repetirte -dijo-, que para poder seguir el camino del conocimiento uno tiene que ser muy imaginativo. Como lo estás comprobando tú mismo, todo está oscuro en el camino del conocimiento. La claridad cuesta muchísimo trabajo, muchísima imaginación.

Mi zozobra me hizo argüir que sus amonestaciones sobre la importancia personal me recordaban a los catecismos. Y si algo era odioso para mí era el recuerdo de los sermones acerca del pecado. Los encontraba yo siniestros.

– Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como cuestión de fe -repuso-. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad.

– Yo lo veo a usted como un hombre de gran moralidad -insistí.

– Lo que tú estas viendo como moralidad es simplemente mi impecabilidad -dijo.

– El concepto de la impecabilidad, así como el de deshacerse de la importancia personal, es un concepto demasiado vago para serme útil -le comenté.

Don Juan se atragantó de risa, y yo lo desafié a que explicara la impecabilidad.

– La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía -dijo-. Todo lo que yo te digo no tiene un ápice de moralidad. He ahorrado energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.

Durante largo tiempo permanecimos en silencio. Yo quería pensar en lo que había dicho. De repente, comenzó a hablar de nuevo.

– Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de sus actividades y sus intereses. Luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.

Yo alegué que una lista de esa naturaleza tendría que incluir todo lo imaginable. Con mucha paciencia me contestó que el inventario estratégico del que hablaba sólo abarcaba patrones de comportamiento que no eran esenciales para nuestra supervivencia y bienestar.

Yo aproveché la oportunidad para señalarle que la supervivencia y el bienestar eran categorías que podían interpretarse de incontables maneras. Le argüí que no era posible ponerse de acuerdo sobre lo que era o no era esencial para nuestra supervivencia y bienestar.

Conforme seguí hablando, comencé a perder mi impulso original. Finalmente, me detuve porque me di cuenta de la inutilidad de mis argumentos. Me di cuenta de que don Juan estaba en lo cierto cuando decía que mi pasión era hacerme el difícil.

Don Juan dijo entonces que en los inventarios estratégicos de los guerreros, la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad de energía, y que por eso se esforzaban por erradicarla.

– Una de las primeras preocupaciones del guerrero es liberar esa energía para enfrentarse con ella a lo desconocido -prosiguió don Juan-. La acción de recanalizar esa energía es la impecabilidad.

Dijo que la estrategia más efectiva fue desarrollada por los videntes de la Conquista, los indiscutibles maestros del acecho, y que consiste en seis elementos que tienen influencia recíproca. Cinco de ellos se llaman los atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento. Estos cinco elementos pertenecen al mundo privado del guerrero que lucha por perder su importancia personal. El sexto elemento, que es quizás el más importante de todos, pertenece al mundo exterior y se llama el pinche tirano. Me miró como si en silencio me preguntara si le había entendido o no.

– Estoy realmente perdido -dije-. El otro día dijo usted que la Gorda es la pinche tirana de mi vida. ¿Qué es exactamente un pinche tirano?

– Un pinche tirano es un torturador -contestó-. Alguien que tiene el poder de acabar con los guerreros, o alguien que simplemente les hace la vida imposible.

Don Juan sonrío con un aire de malicia y dijo que los nuevos videntes desarrollaron su propia clasificación de los pinches tiranos. Aunque el concepto es uno de sus hallazgos más serios e importantes, los nuevos videntes lo tomaban muy a la ligera. Me aseguró que había un tinte de humor malicioso en cada una de sus clasificaciones, porque el humor era la única manera de contrarrestar la compulsión humana de hacer engorrosos inventarios y clasificaciones.

De conformidad con sus prácticas humorísticas los nuevos videntes juzgaron correcto encabezar su clasificación con la fuente primaria de energía, el único y supremo monarca en el universo, y le llamaron simplemente el tirano. Naturalmente, encontraron que los demás déspotas y autoritarios quedaban infinitamente por debajo de la categoría de tirano. Comparados con la fuente de todo, los hombres más temibles son bufones, y por lo tanto, los nuevos videntes los clasificaron como pinches tiranos.

La segunda categoría consiste en algo menor que un pinche tirano. Algo que llamaron los pinches tiranitos; personas que hostigan e infligen injurias, pero sin causar de hecho la muerte de nadie. A la tercera categoría le llamaron los repinches tiranitos o los pinches tiranitos chiquititos, y en ella pusieron a las personas que sólo son exasperantes y molestos a más no poder.

Las clasificaciones me parecieron ridículas. Estaba seguro de que don Juan improvisaba los términos. Le pregunté si era así.

– De ningún modo -contestó con expresión divertida-. Los nuevos videntes eran estupendos para hacer clasificaciones. Sin duda alguna, Genaro es uno de los mejores; si lo observaras con cuidado, te darías cuenta exacta de como se sienten los nuevos videntes con respecto a las clasificaciones.

Cuando le pregunté si me estaba tomando el pelo se rió a carcajadas.

– Jamás te haría eso -dijo sonriendo-. Quizá Genaro lo haga, pero no yo, especialmente cuando sé lo serio que son para ti las clasificaciones. Lo malo es que los nuevos videntes eran terriblemente irreverentes.

Agregó que la categoría de los pinches tiranitos había sido dividida en cuatro más. Una estaba compuesta por aquellos que atormentan con brutalidad y violencia. Otra, por aquellos que lo hacen creando insoportable aprensión. Otra, por aquellos que oprimen con tristeza. Y la última, por esos que atormentan haciendo enfurecer.