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Bromeó conmigo e hizo payasadas, llevando a cabo actos que desafiaban mi razón. Al ver mi congoja, don Juan se rió como idiota. Cuando juzgó que había llegado el momento oportuno, me hizo cambiar a la conciencia acrecentada y durante un momento pude verlos como a dos burbujas de luz. Genaro no era el don Genaro que yo conocía en mi estado de conciencia normal, sino su cuerpo de ensueño. Lo sabía, porque lo vi como una bola de fuego suspendida sobre el suelo. No estaba arraigado como don Juan. Era como si Genaro, la burbuja de luz, estuviera a punto de despegar, ya en el aire, a medio metro de la tierra, listo para remontarse velozmente.

Otra cosa hice esa noche, y que de repente se me presentó con claridad al recordar el evento, fue que supe automáticamente que tenía que mover los ojos para hacer moverse a mi punto de encaje. Con mi intento, podía alinear las emanaciones que me hacían ver a Genaro como una burbuja de luz, o podía alinear las emanaciones que me hacían verlo solamente raro, desconocido, extraño.

Cuando encontraba raro a Genaro, sus ojos tenían un destello malévolo; eran como los ojos de una bestia en la oscuridad. Pero, con todo, eran ojos. No los vi como puntos de luz ambarina.

Esa noche don Juan dijo que Genaro iba a ayudarme a mover mi punto de encaje a gran profundidad, que debía imitarlo y seguirlo en todo lo que hiciera. Genaro empezó a rotar sus caderas y a impulsar la pelvis hacia adelante con gran fuerza. Me pareció un gesto obsceno. Lo repitió una y otra vez, moviéndose como si bailara.

Don Juan me codeó, animándome a imitar a Genaro, y lo hice. Los dos dimos de vueltas, ejecutando el grotesco movimiento. Después de un rato, tuve la sensación de que mi cuerpo llevaba a cabo el movimiento por su cuenta, sin la participación de mi verdadero yo. La separación entre mi cuerpo y mi verdadero yo se volvió aún más pronunciada, y en un momento dado, yo contemplaba una escena ridícula en la que dos hombres se hacían gestos lascivos el uno al otro.

Contemplé la escena fascinado y de repente vi que yo era uno de los dos hombres. En cuanto me di cuenta de ello sentí que algo me jalaba y me encontré, de nuevo, rotando las caderas y empujando la pelvis hacia atrás y hacia adelante, al unísono con Genaro. Casi de inmediato, vi que otro hombre estaba parado junto a don Juan mirándonos. El viento soplaba a su alrededor. Veía como le erizaba el caballeo. El viento parecía apretarlo, como si lo protegiera, o quizás, al contrario, como si tratara de hacerlo desaparecer de un soplido.

Tardé en darme cuenta de que yo era ese otro hombre. Y al hacerlo, recibí el susto del siglo. Una fuerza física imponderable me separó, como si estuviera hecho de fibras, y me encontré mirando a un hombre, que era yo mismo, moviéndose con Genaro mientras me contemplaba boquiabierto. Y a la vez, yo miraba a un hombre desnudo, que también era yo mismo, que miraba boquiabierto mientras yo hacía gestos lascivos con Genaro. La impresión fue tan grande que rompí el ritmo de mis movimientos y caí al suelo.

Luego sentí que don Juan me ayudaba a ponerme de pie. Genaro y el otro yo, el yo desnudo, habían desaparecido.

Recordé que don Juan se negó a discutir el suceso. No lo explicó, con la excepción de decir que Genaro era un experto en crear su doble, o el otro, y que yo tuve largas interacciones con el doble de Genaro en estados de conciencia normal, sin siquiera haberme dado cuenta de ello.

– Esa noche, como hacía en cientos de ocasiones antes, Genaro hizo que tu punto de encaje se moviera a gran profundidad -comentó don Juan cuando le hube relatado todo lo que recordaba-. Su poder era tal que arrastró tu punto de encaje a la posición en que aparece el cuerpo de ensueño. Viste a tu cuerpo de ensueño contemplándote. Y fue su baile lo que logró todo eso.

Le pedí que me explicara como pudo el movimiento lascivo de Genaro producir un efecto tan drástico.

– Eres un puritano -dijo-. Genaro utilizó tu enorme molestia y tu vergüenza al tener que hacer gestos lascivos. Como él estaba en su cuerpo de ensueño, podía ver las emanaciones del Águila; con esa ventaja le resultaba facilísimo mover tu punto de encaje.

Dijo que lo que Genaro me ayudó a lograr esa noche no era gran cosa, que Genaro movió mi punto de encaje haciéndolo generar un cuerpo de ensueño mucha, muchas veces, pero que esos eventos no eran lo que el quería que yo recordara.

– Quiero que vuelvas a alinear las emanaciones adecuadas y recuerdes la ocasión en que realmente despertaste en una posición de ensueño -dijo.

De pronto, pareció explotar adentro de mí una oleada de energía, y supe lo que quería que recordara. Sin embargo, no podía concentrar mi memoria en el evento completo. Sólo recordaba un fragmento de lo ocurrido.

Recordé que cierta mañana, estando yo en un estado de conciencia normal, don Juan, don Genaro y yo nos sentamos en esa misma banca. De repente, don Genaro dijo que iba a hacer que su cuerpo dejara la banca, pero sin levantarse. Su declaración estaba totalmente fuera del contexto de lo que estuvimos discutiendo. Yo estaba acostumbrado a la manera ordenada y didáctica de don Juan. Me volví hacia él esperando alguna seña, pero él permaneció impasivo, mirando de frente como si don Genaro y yo no estuviéramos ahí.

Don Genaro me codeó para atraer mi atención, y luego me hizo presenciar algo extremadamente inquietante. De hecho, vi a Genaro al otro lado de la plaza. Me llamaba a señas. Pero también vi a don Genaro sentado a mi lado, mirando de frente, al igual que don Juan.

Yo quería decir algo, expresar mi asombro, pero estaba atónito, prisionero de una fuerza que no me dejaba hablar. De nuevo, vi a Genaro al otro lado del parque. Allí, seguía, haciéndome un gesto con la cabeza para que me uniera a él.

Mi angustia emocional crecía por segundos. Mi estómago comenzaba a alterarse, y de pronto tuve una visión de túnel, un túnel que iba directamente hacia Genaro. En ese momento, una gran curiosidad, o un gran temor, que por cierto parecían ser la misma cosa, me atrajo hasta donde él estaba. Volé por los aires y llegué adonde estaba Genaro. Me hizo volver la cabeza y señaló a las tres personas que estaban sentadas en la banca, en una posición estática, como si el tiempo se hubiera detenido.

Sentí una terrible molestia, una comezón interna, como si se hubieran incendiado mis órganos internos. Instantáneamente, me hallé de vuelta en la banca, pero Genaro ya no estaba allí. Desde el otro lado de la plaza se despidió de mí con la mano y desapareció entre la gente que iba al mercado.

Don Juan estaba encantado. No dejaba de mirarme. Se puso de pie y caminó a mi alrededor. Volvió a sentarse y no podía conservar una expresión seria mientras me hablaba.

Entendí por qué actuaba de esa manera. Sin la ayuda de don Juan, entré en un estado de conciencia acrecentada. Genaro logró que mi punto de encaje se moviera por su cuenta.

No pude evitar reírme al ver mi cuaderno de apuntes, que don Juan guardó solemnemente en su bolsillo. Dijo que iba a usar mi estado de conciencia acrecentada para mostrarme que no tiene fin el misterio del hombre ni el misterio del mundo. Enfoqué toda mi concentración en sus palabras. De pronto, don Juan dijo algo que no entendí. Le pedí que lo repitiera. Comenzó a hablar muy despacio y muy quedo. Pensé que bajó la voz para no llamar la atención. Escuché atentamente, pero no entendía una palabra de lo que decía; o bien me hablaba en una lengua extranjera o decía cosas sin sentido. Lo más extraño de todo esto era que algo había atraído mi entera atención; o era el ritmo de su voz o el hecho de que yo me estaba forzando por entender lo que decía. Tenía la sensación de que mi mente era diferente que de costumbre, aunque no podía precisar cuál era la diferencia. Me costaba trabajo pensar, razonar lo que estaba ocurriendo.