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Para beneficio mío, don Juan encendía el resplandor de su conciencia. De pronto, en su lado izquierdo, el resplandor brilló sobre cuatro o cinco filamentos delgados como hilos. Ahí permaneció fijo. Toda mi concentración estaba fija en ese resplandor. Algo me tironeó como si me pasara a través de un tubo, y vi a los aliados; tres figuras oscuras largas y rígidas agitadas por un temblor, como hojas en el viento. Se encontraban ante un fondo rosa, casi fluorescente. En cuanto enfoqué mi atención en ellos vinieron hacia mí, no caminando o deslizándose o volando, sino arrastrándose a lo largo de unas fibras de blancura que brotaban de mí. La blancura no era una luz o un resplandor sino líneas que parecían dibujadas con tiza gruesa en polvo. Se desintegraron rápidamente, pero no con suficiente rapidez. Antes de que las líneas se desvanecieran, los aliados estaban casi encima de mí.

Me rodearon. Me sentí molesto, y de inmediato se alejaron, como si los hubiera regañado. Sentí lástima por ellos. Mi sentimiento volvió a atraerlos al instante, y de nuevo me rodearon y se frotaron contra mí. Entonces vi algo que había visto en el espejo en el río. Los aliados no tenían resplandor interno. No tenían movilidad interna. No hay vida en ellos. Y sin embargo era obvio que estaban vivos. Eran extrañas formas grotescas que parecían bolsas de dormir con los cierres corridos. La delgada línea en el centro de sus formas alargadas, les daba la apariencia de haber sido cosidos.

No eran figuras agradables. La sensación de que eran totalmente diferentes a mí, me hizo sentirme incómodo, impaciente. Vi que los tres aliados se movían como si saltaran; en su interior había un leve resplandor. Creció la intensidad del resplandor hasta que, por lo menos en uno de los aliados, adquirió bastante brillantez.

Al momento en que vi eso, me encontré en un mundo negro. No quiero decir que estaba oscuro así como la noche es oscura. Más bien, todo lo que me rodeaba era absolutamente negro. Miré al cielo y no pude encontrar luz en ninguna parte. El cielo también era negro y, literalmente, estaba cubierto de líneas y círculos irregulares de varios grados de negrura. El cielo parecía un pedazo de madera negra cuyo grano se veía en relieve.

Miré al suelo. Era esponjoso. Parecía compuesto de escamas de gelatina; no eran escamas opacas, pero tampoco eran brillantes. Era algo entre ambas cosas, que nunca antes vi en mi vida: gelatina negra.

Oí entonces la voz del ver. Dijo que mi punto de encaje alineó un mundo total con otra de las grandes bandas de emanaciones: un mundo negro.

Quería absorber cada palabra que me decía; para hacerlo tuve que dividir mi concentración. La voz se detuvo; mis ojos volvieron a enfocar. Estaba de pie con don Juan, a unas cuadras de la plaza.

Sentí al instante que no tenía tiempo que perder, que sería inútil entregarse al asombro. Reuní todas mis fuerzas y le pregunté a don Juan si yo hice lo que él esperaba de mi.

– Hiciste exactamente lo que se esperaba -dijo de manera tranquilizadora-. Volvamos a la plaza y démosle una vuelta, por última vez en este mundo.

Me negué a pensar en la partida de don Juan, así que le pregunté acerca del mundo negro. Tenía vagos recuerdos de haberlo visto antes.

– Es el mundo más fácil de alinear -dijo-. Y de todo lo que has experimentado, el mundo negro es el único que vale la pena tomar en cuenta. Es el único auténtico alineamiento de otra gran banda que has hecho en tu vida. Todas tus otras experiencias han sido solamente un movimiento lateral a lo largo de la banda del hombre, pero sin salir de nuestra gran banda orgánica. La pared de niebla, la llanura con dunas amarillas, el mundo de las apariciones, todos son alineamientos laterales que hacen nuestros puntos de encaje conforme se acercan a una posición crucial.

Mientras regresábamos caminando al parque explicó que una de las extrañas cualidades del mundo negro es que no tiene las mismas emanaciones que equivalen al tiempo en nuestro mundo. Son emanaciones diferentes que producen un resultado diferente. Los videntes que viajan al mundo negro sienten que han estado allí durante una eternidad, pero en nuestro mundo eso resulta ser un instante.

– El mundo negro es un mundo espantoso, porque envejece al cuerpo -dijo con énfasis.

Le pedí que aclarara sus aseveraciones. Redujo el paso y me miró. Me recordó que, en su manera tan directa, Genaro trató de mostrarme esto en cierta ocasión, cuando me dijo que habíamos caminado en el infierno durante una eternidad mientras que no había pasado ni un minuto en el mundo que conocemos.

Don Juan comentó que en su juventud se obsesionó con el mundo negro. Le preguntó a su benefactor qué le pasaría si entrara en él y permaneciera ahí por un tiempo. Como su benefactor no era dado a las explicaciones, simplemente empujó a don Juan al mundo negro para que contestara su pregunta por su cuenta.

– El poder del nagual Julián era tan extraordinario -prosiguió don Juan-, que me tardé días en regresar de ese mundo negro.

– Quiere usted decir que le llevó días regresar su punto de encaje a su posición normal, ¿no es así? -pregunté.

– Sí, eso es lo que quiero decir -contestó.

Explicó que en los escasos días que estuvo perdido en el mundo negro envejeció por lo menos diez años. Las emanaciones interiores de su capullo sintieron la tensión de años de lucha solitaria.

Silvio Manuel era un caso totalmente diferente. El nagual Julián también lo hundió en lo desconocido, pero Silvio Manuel alineó otro mundo con otra de las grandes bandas, un mundo que tampoco tiene las emanaciones del tiempo pero que tiene el efecto opuesto sobre los videntes. Desapareció durante siete años y sin embargo sintió que sé había ausentado sólo un momento.

– Alinear otros mundos no es sólo cuestión de práctica, sino cuestión de intento -prosiguió-. Y tampoco es meramente un ejercicio de andar rebotando de esos mundos, como si lo jalaran a uno con una liga. Mira, un vidente tiene que ser osado. Una vez que rompe la barrera de la percepción, no tiene que regresar al mismo lugar de donde partió en el mundo. ¿Entiendes lo que digo?

Lentamente comencé a entender lo que decía. Tuve un deseo casi invencible de reírme ante una idea tan ridícula, pero antes de que la idea se formara en una certeza, don Juan me habló y rompió lo que yo estaba a punto de recordar.

Dijo que, para los guerreros, el peligro de alinear otros mundos es que esos mundos son tan posesivos como el nuestro. La fuerza del alineamiento es tal que una vez que el punto de encaje se aleja de su posición normal, queda fijo en otras posiciones, aprisionado por otros alineamientos. Y los guerreros corren el riesgo de quedarse varados en una soledad sin límites.

La parte inquisitiva y racional de mí comentó que en el mundo negro lo vi a él como una bola de luminosidad. Por lo tanto, era posible estar en ese mundo con otras personas.

– No con otras personas -dijo-, pero sí con otros guerreros; si ellos te siguen, moviendo sus puntos de encaje cuando tu mueves el tuyo. Yo moví el mío para estar contigo; de otra manera hubieras estado ahí solo con los aliados.

Dejamos de caminar y don Juan dijo que ya era hora de que yo partiera.

Quiero que pases por alto todos los movimientos laterales -dijo-, y vayas directamente al siguiente mundo totaclass="underline" el mundo negro. En un par de días tendrás que hacer lo mismo por tu cuenta. No tendrás tiempo para titubeos. Tendrás que hacerlo para poder escapar a la muerte.

Dijo que romper la barrera de la percepción es la culminación de todo lo que hacen los guerreros. Desde el momento en que queda rota esa barrera, el hombre y su destino adquieren un significado diferente. Debido a la trascendental importancia de romper esa barrera, los nuevos videntes usan el acto de romperla como prueba final. La prueba consiste en saltar de la cima de una montaña a un abismo, estando en la conciencia normal. Si el guerrero que salta al abismo no borra el mundo cotidiano y alínea otro antes de tocar el fondo, morirá.