Pero si tres cuadrados vivos están situados horizontal mente en una fila, el centro tiene dos vecinos y sobrevive, en tanto que los dos cuadrados de los extremos mueren, pero ahora las células justo arriba y debajo de la del centro experimentan un nacimiento. Por lo tanto, la lila se convierte en una columna. Análogamente, en la siguiente generación la columna se vuelve a convertir en una fila, y así sucesivamente. Estas configuraciones oscilatorias son llamadas «intermitentes» o «parpadeadoras».
Si tres cuadrados vivos están dispuestos en Corma de «L», se presenta un nuevo comportamiento. En la generación siguiente, el cuadrado abrazado por la «L» dará nacimiento, conduciendo a un bloque 2 X 2. El bloque pertenece a un tipo de patrón denominado vida estacionaria porque pasa inalterado de generación en generación. Existen muchos otros tipos de patrones que se metamorfosean en las primeras generaciones pero pronto se convierten en una vida permanente, o mueren, o vuelven a su forma original, y a continuación repiten el proceso.
También hay patrones llamados «planeadores», que se metamorfosean en otras formas y tras unas pocas generaciones recuperan su forma original, pero en una posición que está un cuadrado más abajo en diagonal. Si contemplamos cómo evolucionan en el tiempo, parece que se arrastren a lo largo de la disposición. Cuando esos planeadores chocan, pueden ocurrir comportamientos curiosos, según la forma de cada planeador en el momento de la colisión.
Lo que hace que ese universo resulte interesante es que aunque su «física» fundamental sea sencilla su «química» puede ser muy complicada. Es decir, pueden existir objetos compuestos en diferentes escalas. En la escala más pequeña, la física fundamental nos dice que sólo hay cuadrados vivos y muertos. A una escala mayor, hay los planeadores, los intermitentes y los bloques de vida estacionaria. A escala todavía mayor hay objetos todavía más complejos, como por ejemplo «ametralladoras de planeadores»: patrones estacionarios que engendran periódicamente nuevos planeadores que abandonan el nido y se deslizan diagonal abajo.
Tras observar el universo del Juego de la vida durante un rato a una escala particular cualquiera, podríamos deducir las leyes que rigen los objetos a esa escala. Por ejemplo, a escala de los objetos de unos pocos cuadrados podemos deducir leyes como «los bloques nunca se mueven», «los planeadores se mueven en diagonal» y varias leyes sobre lo que ocurre cuando los objetos chocan. Podríamos elaborar toda una física a cualquier nivel de objetos compuestos, cuyas leyes harían intervenir entidades y conceptos que no aparecen en las leyes originales. Por ejemplo, en las leyes originales no hay conceptos como «chocar» o «desplazarse». Las leyes originales simplemente describen la vida y la muerte de cuadrados individuales estacionarios. Tal como en nuestro universo, en el Juego de la vida la realidad depende del modelo que utilizamos.
Conway y sus alumnos crearon ese mundo porque querían saber si un universo con reglas fundamentales tan sencillas como las que habían definido podía contener objetos suficientemente complejos para replicarse. En el mundo del Juego de la vida, ¿existen objetos compuestos que simplemente siguiendo las leyes del Juego de la vida durante generaciones den lugar a otros objetos de su mismo tipo? Conway y sus alumnos pudieron demostrar no sólo que eso es posible, sino que incluso demostraron ¡que uno de tales objetos puede ser, en cierto sentido, «inteligente»! ¿Qué queremos decir con eso? Para ser precisos, mostraron que los enormes conglomerados de cuadrados que se autorreplican son «máquinas de Turing universales». Para los efectos de nuestra explicación, ello significa que, para cualquier cálculo que un ordenador de nuestro mundo físico pudiera en principio realizar, si suministráramos a la máquina el input adecuado -es decir, le suministráramos el ambiente adecuado en el mundo de la vida-, algunas generaciones después la máquina se hallaría en un estado que podría leerse como el output correspondiente al resultado de dicho cálculo de ordenador.
Para hacernos una impresión de cómo funciona eso, consideremos qué ocurre cuando disparamos planeadores contra un bloque 2x2 de cuadrados vivos. Si los planeadores se acercan en la forma adecuada, el bloque, que había permanecido estacionario, se desplazará hacia la fuente de los planeadores o en dirección opuesta. De esa manera, el bloque puede simular una memoria de ordenador. De hecho, todas las funciones básicas de un ordenador moderno, tales como las puertas Y u O, también pueden ser creadas mediante planeadores. De ese modo, así como pueden emplearse señales eléctricas en un ordenador físico, se puede utilizar chorros de planeadores para enviar y procesar información.
En el Juego de la vida, como en nuestro mundo, dichos patrones autorreproductores son objetos complejos. Una estimación basada en trabajos originales del matemático John von Neumann estima el tamaño medio de un patrón autorreplicante del Juego de la vida en diez billones de cuadrados -aproximadamente el número de moléculas que hay en una célula humana-.
Podemos definir los seres vivos como sistemas complejos de tamaño limitado que son estables y que se reproducen. Los objetos que acabamos de describir satisfacen la condición de reproducirse pero probablemente no son estables: probablemente una pequeña perturbación procedente de su entorno podría destrozar su delicado mecanismo. Sin embargo, es fácil imaginar que leyes ligeramente más complicadas pudieran permitir sistemas complejos con todos los atributos de la vida. Imaginemos una entidad de tal tipo, un objeto en un mundo parecido al de Conway, Tal objeto podría responder a los estímulos ambientales y por lo tanto podría parecer que toma decisiones. ¿Tendría tal vida conciencia de sí misma; sería autoconsciente? Las opiniones sobre esta cuestión están irreconciliablemente divididas. Algunos pretenden que la autoconciencia es algo único de los humanos, que les proporciona libre albedrío, la capacidad de escoger entre diferentes cursos de una acción.
¿Cómo podemos discernir si un ser tiene libre albedrío? Si encontráramos un alienígena, ¿cómo podríamos decir si es sólo un robot o si tiene una mente propia? El comportamiento de un robot estaría completamente determinado, a diferencia de un ser con libre albedrío. Por lo tanto, podríamos en principio detectar un robot como un ente cuyas acciones pueden ser predichas. Tal como dijimos en el capítulo 2, esto puede ser muy difícil o imposible si el ente es grande y complejo, ya que ni siquiera podemos resolver exactamente las ecuaciones para tres o más partículas en interacción mutua. Dado que un alienígena del tamaño de un humano contendría unos mil billones de billones de partículas, aunque el alienígena fuera un robot sería imposible resolver sus ecuaciones y predecir lo que va a hacer. Por lo tanto, tendríamos que decir que cualquier objeto complejo tiene libre albedrio) no como una característica fundamental, sino como una admisión de nuestra incapacidad para llevar a cabo los cálculos que nos permi tirían predecir sus acciones.
El ejemplo del Juego de la vida de Conway demuestra que incluso un conjunto simple de leyes puede producir características complejas análogas a las de la vida inteligente. Debe haber muchos conjuntos de leyes con esa propiedad. ¿Qué selecciona las leyes que rigen nuestro universo?. Tal como ocurre en el universo de Conway, las leyes de nuestro universo determinan la evolución del sistema, dado su estado en un instante cualquiera. En el mundo de Conway, nosotros somos los creadores -escogemos el estado inicial del sistema al especificar los objetos y sus posiciones en el inicio del juego-.