– Ssshhhh -me hizo callar-. No olvides quién eres.
– ¡Cállate, mujer! -grité-. ¿Acaso Ganesha no puede expresar su gratitud a una de sus sirvientas?
Los ojos de Nupi me miraron con rabia por un momento, pero luego me comprendió y sonrió. Pedí a los músicos que dejaran de tocar por un momento, y luego canté la nana que habían estado deseando oír. Desafiné una o dos veces, pero aun así Nupi se mostró más complacida de lo que la había visto en años.
Arjuna, Sofía y yo estábamos sentados encima de una gran estera sobre la que nos dejaron ofrendas de frutas y flores. Acababan de darme un coco enorme cuando oí un estruendo sobre mi cabeza.
Lo siguiente que recuerdo es la cara borrosa de Nupi. Estaba llorando y yo sentía un dolor punzante en la cabeza.
– Ti… Ti…
Sofía iba tras ella, pronunciando mi nombre. Llevaba el pañuelo de mamá en la mano.
Intenté levantarme, pero estaba demasiado débil.
– ¿Dónde está papá? -pregunté. Me preocupaba mucho que aún no hubiera vuelto de Bijapur. Quería que me llevara a mi cama.
Debí perder la conciencia otra vez. Cuando volví a despertar, Tejal sostenía una taza de té de jengibre frente a mis labios. Tomé un sorbo y miré el oscuro horizonte que tenía detrás de ella. El mundo entero temblaba bajo la fresca luz de la luna.
Entonces me di cuenta de que estaba tendido en el patio de Ajira y de que tenía mucho frío. Me senté, asustado. Alguien me echó una manta por encima de los hombros.
– ¿Qué ha ocurrido? -le pregunté a Tejal.
– Hubo… hubo un accidente -respondió nerviosamente.
– ¿Qué tipo de accidente? Sofía no está herida, ¿verdad?
– No, estoy aquí -dijo mi hermana mientras se sentaba junto a mí, inclinándose sobre mi pecho como un gato y abrazándome-. ¿Estás bien, Ti?
– Creo que sí. Arjuna, ¿el accidente le ha pasado a él?
– No, está bien -me aseguró Sofía.
Nupi apartó con insistencia a los que se habían agrupado a mi alrededor y se agachó a mi lado.
– ¿Me ves? -me preguntó la anciana. Se me acercó aún más. Pude notar el olor acre de las nueces de betel de su aliento.
– Claro que sí.
– ¿Se lo habéis dicho? -le preguntó a Sofía, que negó con la cabeza.
– Ti, escucha. Alguien te golpeó -dijo Nupi-. Con una espada. Has tenido suerte de que Ganesha tuviera la cabeza tan dura. Y de que la hoja de la espada estuviera oxidada. De no haber sido por eso… -Abrió las manos, que hasta entonces había mantenido muy juntas, para mostrarme cómo podría habérseme abierto la cabeza-. Te han puesto una venda en la frente, pero gracias a Ganesha no ha sido un golpe profundo. Ya te hemos puesto una medicina. Te quedará una pequeña cicatriz, pero te pondrás bien.
– ¿Quién me pegó?
La mujer se mordió el labio.
– Mi suegro -respondió.
11
Nupi y Sofía estaban sentadas a mi lado. La vieja cocinera me cogía la mano y le rezaba a Devi por mi salud. Les dije a ella y a mi hermana que volvieran a la celebración, pero insistieron en quedarse conmigo.
Nupi nos contó que su suegro, Madesh, era el anciano de la piel curtida que se pasaba el día escupiendo jugo de nueces de betel. No la había perdonado jamás por haber «matado» a su hijo y a su nieto.
– Me correspondía a mí la tarea de transportar el agua del pozo para mi familia, por lo que puede que tenga razón -dijo con mucho pesar.
– Eso es imposible -exclamó mi hermana-. Debiste beber de ese agua tú también. ¡No podías saber que estaba en mal estado!
– Fue el agua la que hizo que la gente muriera, no tú -añadí yo.
Nupi me puso una mano en el pecho.
– Hace mucho tiempo de eso, y me han pasado muchas cosas en la vida desde entonces y, aun así, parece que fue ayer.
– ¿Por qué Madesh intentó matar a Ti? -preguntó Sofía.
– Creyó que no era justo que yo tuviera un nieto. Estaba tan enfadado, tanto… Intentó quitar a Ti de mi lado porque está convencido de que yo le quité a su hijo y a su nieto. Eso es lo que la vida le ha enseñado.
– ¿Dónde está ahora?
– En su cabaña. Los ancianos decidirán esta noche lo que debe hacerse con él.
– ¿Qué quieres que hagan? -pregunté.
– Debe vivir con su propia vergüenza. Quizás eso sea suficiente. A menos que… a menos que tú le desees un castigo peor. Eres la víctima, Ti. Los ancianos harán lo que les pidas.
Yo sabía lo que quería, pero aún no lo decía por miedo a que Nupi se limitara a hacerme callar.
Al día siguiente supimos que los ancianos habían decidido que Madesh pasaría un año exiliado de Benali. Era la última mañana que pasábamos allí y tardamos mucho rato en recoger nuestras cosas porque se habían perdido dos de las pulseras de plata de Ajira. Revolvimos hasta el último rincón de la cabaña para encontrarlas, pero no fuimos capaces. Nupi me llevó aparte y me susurró que Ajira probablemente las había escondido porque estábamos a punto de dejarla sola.
– Le gustaría que nos quedásemos para siempre -dijo con tristeza.
Ajira me dio un abrazo muy fuerte cuando nos despedimos y me hizo prometer que volvería para el festival del año siguiente. Antes de partir, pregunté si era posible hablar con Madesh. Darpak y Harmut fueron a buscarlo para traerlo ante mí.
– No me arrepiento de lo que hice -gruñó el anciano en cuanto nos encontramos fuera de la cabaña de Ajira.
Estaba de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho para demostrar su ira, como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida. Toda la aldea se reunió a nuestro alrededor.
– ¡Ojalá te hubiera cortado en dos! -añadió el anciano.
Yo no estaba enfadado; simplemente estaba contento de estar vivo. Y confundido por el hecho de que alguien que no me conociera pudiera odiarme tanto.
– No me importa lo que sientas -le dije con tono valeroso, pese a estar mintiendo. Pensaba en lo que Nupi querría que hiciera, no quería fallarle esta vez, por lo que añadí-: He sabido lo que le pasó a tu hijo y a tu nieto, por lo que no quiero verte castigado más tiempo del que ya has sufrido.
– No tienes derecho a venir de este modo -declaró con el ceño fruncido-. ¡Ni a hablar de mi familia! Éste es nuestro pueblo, no el tuyo. -Se dirigió a la multitud-: ¡Ni siquiera es hindú!
Algunos aldeanos gritaron que Madesh era un cobarde. Pude oír la voz de Ajira entre ellas.
Me volví hacia Darpak y Harmut para preguntarles algo:
– ¿Puedo pedirle que haga algo por mí como signo de arrepentimiento?
– Sí -respondieron los gemelos.
– Madesh, quiero que le pidas perdón a Nupi, delante de todos. Si lo haces, pediré que te permitan quedarte en Benali.
Me escupió jugo de betel sobre la sandalia, que no pude retirar a tiempo. Cuando oí su risa demente, el dolor que sentía en el estómago se convirtió en rabia, pero Nupi empezó a maldecirlo antes de que yo reaccionara. Contenida por su hermana, no paró de gritar hasta que Sofía se arrodilló para limpiarme el pie con la mano, lo que me heló la sangre de inmediato. A continuación, mi hermana hizo algo aún más valiente: se acercó al suegro de Nupi y se limpió la inmundicia de la mano en su brazo.
¡Menuda muestra de valor! Jamás había sentido tanto respeto por ella como ese día.
Madesh soltó un grito ahogado de asombro. Aún puedo oír la súbita interrupción de su respiración, como si se la hubieran cortado con un cuchillo. El anciano quiso pegar a Sofía, pero no se atrevió a intentarlo.
Sofía estaba tan tensa que no paraba de temblar. Fue espeluznante, jamás la había visto de ese modo. Luego se puso a llorar y se quedó agachada, al borde del desmayo.
La envolví en mis brazos y me la llevé de allí.
Tenía la esperanza de que Tejal me diría algo antes de que me marchara, pero ni siquiera pude verla. El viaje de vuelta a casa fue sombrío al principio y durante dos horas Nupi no nos dijo nada ni a Sofía ni a mí. Yo estaba seguro de que era porque le dolía abandonar a su hermana y a todos sus parientes allí, pero cuando finalmente se decidió a hablar me di cuenta de que era otra cosa lo que la preocupaba.