Выбрать главу

– No sé cómo voy a explicarle lo del corte que llevas en la cabeza a tu padre -me dijo-. Nunca me perdonará que haya permitido que esto haya sucedido. Sabía que no debíamos venir. Fue una equivocación…, una equivocación desde el principio. Uno de esos errores que se repiten una vez tras otra…, errores que se repiten interminablemente…

Nupi se tapó la cara con las manos. Sofía y yo nos miramos sin saber qué hacer.

– Le diré a papá que una ola me embistió mientras nadaba -dije con simulada animación-. Se lo creerá.

Cuando Nupi me miró, el kohl con el que su hermana le había perfilado los ojos estaba emborronado y las lágrimas que le caían eran de color negro.

– Oh, no -suspiró-. Jamás le mentiría a tu padre. No podría vivir con tu familia si lo hiciera. Tendría que marcharme igual que cuando me fui de mi pueblo.

– No lo entiendo…, no ha sucedido nada terrible -insistió Sofía.

– Pero podría haber sucedido -respondió Nupi-, Ti podría estar muerto ahora. Podríamos estar viviendo en un mundo sin él. -Desvió la mirada, pensativa-. Es un mal presagio. Muy malo. Y vuestro padre no volverá a confiar en mí jamás.

– Le contaré la verdad -dije-. Y le haré entender que no ha sido culpa tuya.

– No lo conseguirás -respondió con desesperación.

– ¿Es que no confías en mí? -le dije furioso.

– ¿Cómo puedes decir eso? Es sólo que… no merezco tu ayuda en esto…

– ¡Escúchame! -la interrumpí-. Me han herido a mí. Tanto mi padre como tú tendréis que respetar lo que yo disponga. No es ningún mal presagio, simplemente ha sido algo que ha hecho un anciano furioso porque ha sufrido demasiado.

No sabría decir qué me dio tanta seguridad en mí mismo, especialmente porque sabía que a mi padre no le gustaría nada saber que Sofía y yo habíamos representado el papel de ídolos. Nupi se secó las lágrimas como si se hubiese encontrado de frente con un espejismo.

– No sé cómo no me había dado cuenta antes de que te has convertido en un hombre -me dijo.

La segunda mitad de nuestro viaje fue mucho más agradable y Nupi incluso accedió a subir a su burro durante unos kilómetros. Cuando llegamos a casa, papá estaba allí para recibirnos, aunque nos había dicho que llegaría el día siguiente por la tarde. Enseguida se dio cuenta de mi herida y le echó una ojeada a la luz de una vela mientras yo le contaba que Madesh me había golpeado por la espalda por no ser su nieto. No le conté que habíamos representado a Ganesha, ya que Sofía y yo estuvimos de acuerdo en que el viaje nos había dejado demasiado cansados para escuchar un sermón sobre los males de la idolatría. No le diríamos nada hasta que la herida se hubiese curado; luego le contaría toda la verdad a papá.

Le había encargado a una vecina que preparase un festín a base de pollo y comimos bajo las acogedoras estrellas de nuestro hogar. Antes de irnos a la cama, Nupi puso una carta en mi mano -escrita sobre tres hojas de higuera sagrada- que, según le habían pedido, debía darme cuando hubiésemos llegado.

Querido Ti:

gracias por la estatuilla de Hanuman. ¿Cómo sabías que es mi dios favorito? Fue una sorpresa encantadora y te agradezco que te preocupes por mis sentimientos (¡y por la vigilancia de mi padre!) y que me la hayas enviado a través de tu hermana. No me la llevaré a la escuela (las monjas la confiscarían enseguida por demoníaca; no sólo la estatua, también lo pensarían de mí) pero me la quedaré para siempre.

Madesh fue malvado al intentar herirte, pero estoy segura de una cosa: cuando te estuve vigilando y pensaba que no volverías a abrir los ojos, la perspectiva de no llegar a conocerte se me hizo insoportable (¡imagina que te dan un libro con una preciosa encuadernación de piel y no te permiten leer ni una sola página!). Por eso me gustaría seguir escribiéndote, si no te importa. No puedo prometerte que vaya a contarte nada interesante, pero si te apetece también puedes escribirme tú a mía la escuela del convento, aunque no debes mencionar jamás nada acerca de que eres judío, ya que las monjas leen todas nuestras cartas. Cuando vuelvas a Goa para visitar a tus tíos, quizá podríamos volver a vernos.

Afectuosamente,

Tejal

P.D. Por favor, perdóname por cómo me comporté el día en que nos conocimos, pero noté que me ibas a cambiar la vida. Eso me asustó, pero el miedo ha desaparecido. (Quizás el carácter travieso de Hanuman está detrás de todo lo que siento y simplemente no puede describirse. Sería igual que Él.)

Sofía ya se había acostado, bañada por la suave luz de la luna, cuando acudí a verla con las hojas de Tejal en la mano.

– Soy yo -susurré. Notaba como un hormigueo por todo el cuerpo. Sentí que su nota me había cambiado la vida…, como si estuviera caminando por una cuerda floja con mis sueños a cuestas.

– ¿Quién? -susurró mi hermana con voz adormilada.

Me acosté junto a ella y moví la mano por encima de su pelo como la trompa de un elefante buscando una golosina.

– Adivínalo -dije de forma casi inaudible.

Esperaba que dijese «Ganesha», pero se limitó a acurrucarse junto a mí y puso mi brazo alrededor de sus hombros, lo cual fue aún mejor. Me quedé ahí acostado, despierto durante varias horas, creando una nueva vida con mis deseos mientras ella y el resto de la India dormían.

Una semana más tarde, la herida casi había desaparecido y tenía poco sentido darle más detalles a mi padre sobre las circunstancias en las que me hirieron. Nupi se mostró algo irascible conmigo por no haber cumplido mi promesa de contarle a mi padre la historia completa, pero al final se metió unas cuantas semillas más en la boca, me dejó clavado con una mirada de decepción y recitó una de sus frases favoritas: «Llamando al sol para que vuelva al anochecer nunca se consigue nada bueno».

Tejal y yo empezamos a escribirnos largas cartas una vez a la semana, y ver su letra tras unos días de espera solía hacerme sentir como si estuviera a punto de cruzar un puente hacia mi verdadero hogar. Ella las enviaba a través de la amable campesina que llevaba el pan al convento, y me advirtió que hiciera lo mismo después de descubrir que habían confiscado varias páginas que yo había escrito.

A menudo yo salía corriendo hacia mi habitación cuando recibía una carta, y una vez golpeé sin querer la estatua de Shiva de mamá y la hice caer al suelo. Se rompió un dedo de las ocho manos y Nupi hizo un gesto con la cabeza como si estuviera condenado por un amor demasiado fervoroso. Papá solía decir que la historia de nuestra familia estaba escrita en los rasguños y cicatrices de Shiva.

Era una mala idea encargarme incluso el recado más insignificante durante esa etapa de enamoramiento ciego. Recuerdo que Nupi una vez me pidió que fuera a la ciudad a buscar huevos ¡y volví con un repollo!

Después de eso, papá desarrolló un nuevo número cómico, y cuando íbamos todos juntos al mercado de Ramnath solía imitarme leyendo una carta y metiendo piedras en mi cesta.

Entonces me gustaba ver Portugal y la India mezclados en mi rostro cuando me miraba en el espejo. Sentía que me había encontrado a mí mismo.

Tejal me escribía sobre todo para contarme cosas acerca de sus lecturas y del cariño que le tenía a la hermana Ana, una monja de Lisboa, diminuta, con la nariz muy grande, que le daba libros que sacaba de un armario secreto de la biblioteca y que le cepillaba el pelo con un peine de marfil antes de ir a la cama. Los hindúes de Goa interpretaban los deseos de los dioses a partir de la manera en la que caían los pétalos de sus altares, y Tejal estaba segura de que Hanuman había puesto en su vida a esa monja de buen corazón porque un pétalo de hibisco le había caído justo encima de las manos mientras rezaba en casa de sus padres por la salud de la hermana Ana.