Выбрать главу

– Ve a estudiar la Torá y déjanos en paz.

– Sofía, sólo te daré este consejo una vez: no confíes siempre en alguien sólo porque lo amas -le dije mirando fijamente a Wadi.

– ¡Estás celoso! -me gritó cuando me volví de espaldas.

– ¿De Wadi? Ya veo que no harás diana jamás si no te acercas más al objetivo.

– ¡De él no, de mí! ¡No soportas que Wadi me ame a mí y no a ti! Nunca te ha gustado. Siempre lo has querido para ti solo.

De repente todo se detuvo a mi alrededor. Era incapaz de pensar. Wadi levantó el arco lentamente y apuntó con una flecha hacia mis ojos, con la mandíbula tensa como si fuera a matarme, pero en ese momento no me habría inmutado si hubiera lanzado la flecha.

Me volví sobre mí mismo para marcharme, preguntándome si tendría razón. Jamás se me había ocurrido imaginar una vida con él. ¿Nos habríamos condenado para siempre si hubiésemos dado rienda suelta -aunque fuera una sola vez- a nuestro afecto? ¿Era eso lo que yo había deseado?

Algo me golpeó en la espalda. Al bajar la mirada, vi una piedra gris y, por la manera perversa con la que Wadi y Sofía me sonreían, me di cuenta de que les complacía haberme herido, y que su pasión les haría ir más lejos si yo se lo permitía.

– No voy a mentirle más a papá acerca de vuestras andanzas -les dije-. Habéis ido demasiado lejos.

Wadi imitó mi forma de hablar; lo interpreté como una manera ruin de confirmarme que nuestra amistad había muerto, y en la mirada altiva e implacable de Sofía vi que me había convertido en su enemigo.

Al no encontrar más que desprecio en sus ojos, me eché a temblar. ¿Eran mis deseos ignominiosos los que estaban tras cada uno de los momentos de risa y afecto espontáneos que había compartido con mi primo?

Hice cuanto pude por no llorar mientras estuve con ellos, pero no pude evitar desmoronarme cuando llegué a mi habitación. «Tendré que marcharme muy lejos si se lo cuentan a alguien», pensé.

Pasé el resto del día tan sumido en un sombrío sentimiento de terror que pensé en escapar de allí y no volver jamás. La inminencia del desastre me impedía incluso respirar normalmente, parecía como si la tierra fuera a abrirse y a tragarme sin remedio.

Durante esas primeras horas de angustia descubrí que un solo instante del presente puede destrozar nuestro pasado. Nada de lo que había vivido parecía corresponder a lo que había deseado en esos momentos. Mi hermana y Wadi habían malinterpretado las cosas y probablemente no serían los únicos.

¿Era eso lo que quería decir mi tía cuando sostenía un pendiente junto a mi oreja y se reía de mí porque quería cuidar de mi hermana?

Negar que hubiera llegado a sentir eso por mi primo no me serviría de nada, ya que Wadi y Sofía lo creían de verdad, e incluso podrían convencer a mi padre. ¿Y cómo podría negarlo, si ni siquiera yo mismo sabía hasta dónde habría llegado para que nuestro vínculo fuera más profundo? Cuando dos chicos crecen juntos, ¿llegan a saber dónde les llevará su intimidad y cómo acabará? Si dicen que sí, si dicen que el pecado no los podría haber atrapado cuando se sentaban junto a la orilla del río para ver ponerse el sol o cuando corrían por el bosque bajo la lluvia, entonces no creo que hayan vivido nada parecido a lo que he vivido yo.

Me desperté con un respingo después de medianoche. Alguien se había sentado a los pies de mi cama. Los postigos de mi habitación estaban cerrados y todo estaba oscuro.

– ¿Papá? -dije con tono sombrío. Me incorporé presa del pánico.

– Soy yo -dijo Wadi.

– ¿Qué haces aquí?

– Me preguntaba si debería estrangularte mientras duermes.

Su voz sonó fría y decidida, como si caminara por una cuerda floja por encima de cualquier emoción que pudiera haber sentido.

Antes de que pudiera poner los pies en el suelo, me rodeó el cuello con las manos. Intenté zafarme de su ataque, pero no pude. Luché con él, pero no podía respirar.

Luego me soltó con una carcajada seca y burlona. Caí al suelo, sin aliento, intentando desesperadamente volver a llenar los pulmones de aire. Él se puso de pie, salió de mi habitación y cerró la puerta.

12

La posibilidad de que papá supiera aquello de lo que me acusaban Sofía y Wadi elevó una barrera invisible entre mi padre y yo. A veces me preguntaba qué ocurría, pero siempre le respondía mintiendo. No me habría sido posible soportar su vergüenza además de la mía. Un tiempo después, para explicar mi retraimiento, inventé dolencias estomacales para las que Nupi siempre me preparaba té de jengibre.

Podría haberles rogado a Wadi y a Sofía que no dijesen nada, pero sospechaba que mis súplicas tan sólo alimentarían en ellos la tentación de llevar más lejos su crueldad. «Mi debilidad les confirmará que tenían razón, y eso acabaría con cualquier posibilidad de ser feliz con Tejal.»

Tanto era así que empecé a evitarlos, me escabullía como un cangrejo cuando oía que sus pasos se acercaban. Durante los meses siguientes, Sofía y yo no hablamos ni una sola vez como hermanos.

Yo pensaba todo el tiempo, por supuesto, en las aventuras infantiles que había vivido con Wadi, pero ver las cosas en retrospectiva es una forma natural de engaño. ¿Cómo podía estar seguro acerca de mis sentimientos en el pasado si estaban velados por años de distancia y por todo lo que había vivido desde entonces? Sólo veía clara una cosa: las precauciones que tendríamos que haber seguido Wadi y yo para ocultar cualquier vínculo físico entre nosotros lo habrían anulado. Nunca le habría dado voluntariamente los medios para destruirme, ni para hacerle sentir tanta vergüenza a mi padre. Por tanto, habría tenido que forzarme.

¿Alguna vez había pensado en doblegarme a su voluntad cuando estábamos solos en el canal de Indra? ¿Era ése el peligro animal que a veces me parecía oler en él?

¿Cuán cerca habíamos estado de llevar una doble vida?

En el centro de ese mundo en continua expansión de pecado y dudas que me rodeaba había un solo recuerdo: la sonrisa lasciva de Wadi cuando se tocó las partes el día que me habló por primera vez de Sara. Me dijo que no estuviera celoso. Yo no había entendido que había querido decir de Sara, del mismo modo que al principio no había entendido la acusación de Sofía. La conexión no podía ser accidental. Quizá Wadi me había estado enviando señales durante años porque quería que nuestra relación tomara un camino distinto.

¿Debía sospechar Sofía que tendría que haberlo acusado de celos a él, y no a mí?

Qué frustrado debió sentirse de que no hubiese sabido interpretar sus deseos, aunque quizá creyó que los había entendido fácilmente y me había negado a propósito. Si fue así, debió de convencer a Sofía para que me acusara, para equiparar la venganza. No hizo falta que Wadi me lanzara una flecha ese día en el jardín: Sofía lo había hecho por él. Y había apuntado bien, después de todo.

¿O acaso me estaba inventando esas motivaciones por parte de Wadi para comprender una traición final que no sabía explicarme de otro modo, para escribir el final de nuestra amistad como una historia en la que yo asumía el papel de víctima? ¿Se me escapaba aún la naturaleza de Wadi?

Papá me llamó a su estudio un día a finales de mayo para contarme lo preocupado que estaba por cómo se estaba degradando su relación con Sofía, pero ni siquiera fui capaz de empezar a explicarle lo que había sucedido entre nosotros sin revelar la naturaleza de lo que ella sentía por Wadi. El temor de lo que ella podría hacer conmigo era la causa principal de mi silencio, pero también quería mostrarle a Sofía que el hermano al que acosaba aún estaba moralmente por encima de ella.

– Cuanto más crecemos, más nos distanciamos -fue lo que le dije y, de hecho, era cierto-. Pero creo que al final volveremos a unirnos.

Con una mirada de resignación, papá aceptó mi respuesta que entonces incluso yo me creí a medias, ya que me era imposible imaginar que tantos años de cariño pudieran quedar en nada. De hecho, mientras yo realizaba mi predicción, me di cuenta de que Wadi sin duda revelaría algún secreto de Sofía, o que cometería cualquier otra traición que la obligaría a despertar, finalmente, de su ensoñación romántica. Parecía la única salida a una amistad con él.