– No tengas miedo -le dije-. Te prometo que jamás te haré daño.
Sentí que volvía a ser yo mismo al jurar aquello.
La besé en las mejillas y le lamí la oreja medio en broma, lo que la hizo estremecerse.
– Te quiero -susurré-, y no tengas miedo.
Ella alargó el brazo por debajo de mi dhoti y pasó la mano, arriba y abajo, recorriendo mi erección, como si estuviera poniendo a prueba la longitud y amplitud de su propia voluntad. Sospecho que también confirmaba que podía ser suyo con un gesto tan simple; una oscura sensación de triunfo pronto afloró en su mirada.
Imaginando su cálida humedad, creía que el corazón me daba un vuelco. Cuando apartó la mano, me apretujé contra sus caderas con insistencia.
– Basta, Ti -dijo con dulzura.
Escapó de mi abrazo y se sentó. Alargó la mano para coger la mía, se la di y ella se la llevó a los labios. Luego, sonriendo enigmáticamente, quedó ensimismada en sus pensamientos, como si me hubiera olvidado. No estaba seguro de qué debía hacer.
– Quizá consigamos que Sofía y Arjuna representen a Ganesha como hicieron en el festival -dijo mientras se volvía hacia mí con una mirada llena de esperanza.
La besé en los labios, pero esta vez con delicadeza.
«Has demostrado lo que tenías que demostrar -pensaba yo-, o sea, que no te arriesgues a perderla ahora…»
– No creo que nadie pueda representar a Ganesha en nuestra boda -le dije.
– ¿Por qué? -preguntó mientras tomaba mi mano entre las suyas, un gesto que solía hacer cuando no estaba segura de lo que debía hacer.
– Los dos sabemos que papá te adora, pero eres hindú.
– No creo que eso le moleste tanto.
– Según la ley de Moisés, los hijos de una mujer hindú no pueden ser judíos, aunque el padre lo sea. Papá querrá que te conviertas. Como hizo mi madre.
Hablamos durante un rato sobre lo que eso implicaría, y Tejal dijo que no creía que pudiera llegar a jurar que existe un único Dios, que es el primer mitzvah -precepto- del judaísmo.
– Hanuman siempre me ha protegido, Ti. No creo que estuviera bien negarlo en favor de otro Dios. -Al ver mi cara de consternación, me acarició la mejilla-. No te preocupes, tendré una larga conversación con tu padre sobre nosotros -dijo con una voz que me pareció mucho más segura que nunca-. Sé que puedo convencerlo para que nos ayude.
¿Qué le daba tanta confianza? Quizás había estado esperando para pedirme que nos casáramos desde aquella primera noche en Benali.
Mordiéndose el labio, como si surgiera de un desafío interior, volvió a meter la mano entre mi dhoti para jugar conmigo otra vez.
– Si tu padre permite que Shiva sea el guardián de su puerta -susurró con aire conspirativo, como si estuviéramos hablando del sexo prohibido y no de un dios poderoso-, seguro que estará más dispuesto de lo que crees a llegar a un acuerdo con una chica hindú.
Se agarró a mi erección y jugueteó con ella como si estuviera comprobando su peso.
«Se está acostumbrando a mi tacto», pensé con la certeza de que eso era lo que había estado deseando durante muchos años.
A la mañana siguiente, Tejal le dijo a mi padre que quería hablar con él antes de que empezara con mis lecciones. Él estuvo de acuerdo y los acompañé a los dos hasta la biblioteca, donde me puso la mano en el pecho y movió la cabeza con gesto negativo.
– No, Ti. Déjanos hablar solos un rato.
Cuando cerraron la puerta tras ellos, pensé que ella tendría que ser muy hábil para evitar las trampas de mi padre.
Me arrodillé y puse la oreja en el ojo de la cerradura, pero al cabo de un momento la puerta se abrió de golpe. Allí estaba mi padre, con una sonrisa triunfal, las manos en la cintura y echándose hacia atrás como un pachá.
– ¿Has perdido algo y lo estás buscando, jovencito? -preguntó. Oí la risa de Tejal por detrás.
– Muy bien, ya me voy -dije con aire derrotado-. Pero, por favor, escucha lo que tiene que decirte. Y recuerda que no estás obligado a pensar en todas las trabas posibles.
Cuando ya me marchaba, vi que Nupi nos estaba mirando desde una ventana del salón. Al ver que se lo pedía con la mirada, me hizo un gesto con la mano.
– Las negociaciones empezarán cuando te haya visto salir al jardín -gritó papá-. Y no te molestes en pedirle a Nupi que venga a espiar para ti. -Dijo esto lo suficientemente alto como para que Nupi lo oyera. Mi padre levantó la nariz como un perrito olisqueando el aire-. Puedo oler esas semillas de hinojo a un kilómetro de distancia.
Media hora más tarde, Tejal salió al jardín con la mirada gacha por el desánimo y el paso inseguro. Yo extendí los brazos para intentar no desplomarme, pero sólo encontré aire.
– Oh, Ti, no pasa nada malo. Sólo era una broma, ¡A veces soy tan tonta!
Me abrazó muy fuerte -apretó su cabeza contra mi pecho desnudo-, tanto que me pareció que quería entrar dentro de mí. ¡Lo siento, lo siento! Perdóname.
– No lo entiendo -dije mientras sentía su aroma tranquilizador.
– Tu padre y yo pensamos que te haría aún más ilusión si te hacíamos creer primero que las cosas habían ido mal. Pero cuando he visto que te ponías tan pálido no he podido continuar.
– O sea, ¿que no ha ido mal? -pregunté. En ese instante me di cuenta de que la tendencia a la comicidad de papá y el talento dramático de Tejal estaban a punto de convertirse en una combinación peligrosa para mí.
– No, tu padre y yo estamos de acuerdo en todo. Él me dará lecciones de judaísmo y leeremos la Torá juntos. Si, después de eso, aún elijo no convertirme, no tendré que hacerlo.
– ¿Ha aceptado atenerse a tu decisión sea cual sea? -pregunté sin poder creer lo que oía.
Al ver que Tejal asentía, quedé sumergido en una enorme sensación de alivio, como un cálido océano. Wadi y Sofía ya no tendrían ningún poder sobre mí. A través de Tejal y de mi padre, Dios había escuchado mis plegarias. Todo iría bien a partir de entonces.
– Tu padre también me ha dicho algo sobre el Lazarillo de Tormes -dijo Tejal, apartándose de mí y sonriendo como una niña traviesa-. ¡Dice que el héroe del libro es Hanuman!
– Tejal, no tengo ni idea de lo que me estás contando.
– La tradición del dios travieso no es sólo hindú -dijo enérgicamente-. Ése es el secreto del libro, según me dijo. El lazarillo es un pícaro. Se me permite pensar que Hanuman forma parte del Señor si decido convertirme. De hecho, ¡tengo que creer en ello!
Me empujó hasta la veranda para explicarse mejor mientras estábamos allí sentados.
– Tu padre me ha dicho que todos los pájaros y árboles y serpientes que vemos, y todo lo que sentimos e incluso lo que soñamos…, todo es un reflejo de Dios. Devi y Lakshmi, hasta Vishnu son el Señor de la Torá con distintas apariencias. Me ha dicho que sus diferentes formas se llaman sephirot en el judaísmo. El Creador que se le apareció a Moisés tiene alas y cabeza de elefante, y una papaya en la cola y todo lo que podamos imaginar. Por lo que puedo seguir creyendo que Hanuman vela por mí. De hecho, tu padre me ha dicho que es un secreto, pero que Hanuman se ocupa de protegernos a todos desde el momento en el que nacemos, e incluso antes que eso. Porque todos llevamos un pícaro dentro. ¡Y que es bueno que así sea!
Entonces comprendí lo que papá había querido decir cuando nos contó que Dios estaba en el lugar más obvio del libro.
– A mí nunca me ha contado nada como eso -dije yo, algo resentido.
– Quizá lo haga cuando seas mayor y puedas entenderlo -respondió ella, riendo.
Entonces me ocurrió algo asombroso, recuerdo que me sentí como si nos estuvieran mirando los árboles y los arbustos, el cielo azul y el horizonte distante: de repente me di cuenta de que papá debía ser consciente de que Wadi y Sofía me habían estado amenazando. Era mucho más observador de lo que podría haber llegado a imaginar y me estaba diciendo que yo debía responder a su traición con la misma habilidad. Por eso nos había dado el Lazarillo.