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– ¿Y eso cómo nos afecta a nosotros dos?

Sus ojos apuntaron hacia mí como si lo que había dicho no pudiera ser peor.

– Significa que haré lo que me pida.

Yo no dije nada. Más allá de mis pensamientos más sombríos esperaba que las cosas no fueran como estaban yendo, pero sobre todo se apoderó de mí una extraña sensación de novedad que no supe entender en ese momento. Más adelante, me daría cuenta de que mi hermana estaba marcando las reglas de nuestra nueva relación y de que yo agradecí saber cuál era mi posición respecto a ella. «Ti, así es como serán las cosas a partir de ahora…»

Cuando le conté a papá que quizá Wadi debiera venir a pasar una temporada larga con nosotros y que yo me quedaría en Goa entre tanto, mi padre puso los ojos en blanco.

– Ti, ¿no crees que debería ser él quien sugiriera una visita? Ha estado cortejando a tu hermana desde hace meses.

– Quizá te tiene miedo.

– Si ese miedo es más fuerte que el amor que siente por Sofía, eso nos dice algo acerca del futuro que les depara juntos. ¿Debería dejar que se casara con un cobarde?

Dudé por un momento, pero al final decidí no callarme nada.

– Sí, papá, creo que deberías dejar que se casen. No tenemos ningún medio de saber cómo es realmente, Wadi se esconde demasiado. En cualquier caso, no puedes seguir evitando que Sofía cometa sus propios errores.

– Si eso es cierto, tú tampoco puedes -me dijo con intención de sorprenderme o incluso de herirme como lo había herido yo a él. Me limité a asentir.

A la mañana siguiente, muy temprano, me acerqué a papá, que estaba tomando el té sentado en los escalones de la veranda, y me liberé de una duda que me había estado torturando toda la noche.

– Sofía podría escaparse con Wadi cualquier día de éstos y no volveríamos a verla. Si quieres tener alguna influencia sobre lo que hace, tendrás que aceptar su boda enseguida.

Papá me dijo que también había pensado en esa posibilidad, pero que le había dado miedo siquiera mencionarla.

– No podría seguir viviendo si no volviera a verla -me confesó.

Pensé en lo que Nupi me había dicho y le dije:

– Entonces no tienes otra opción.

Esa noche, papá nos dijo a Sofía y a mí que tenía que contarnos algo especial durante la cena. Cuando estuvimos sentados sacó el anillo de oro que sus padres le habían dado cuando abandonó Constantinopla para venir a la India y se lo dio a Sofía.

– Para ti -dijo.

Papá cerró el puño de Sofía alrededor del anillo y la besó en la frente. Yo no sabía cómo reaccionar, ya que una vez, mucho tiempo atrás, me había dicho que sería mi regalo de cumpleaños cuando cumpliera veintiún años.

Sofía contempló el regalo con los ojos humedecidos por la gratitud.

– Papá, ¿por qué…? -empezó a decir Sofía.

Mi padre la interrumpió:

– Ssshhh, ahora es tuyo. Quiero que lo tengas tú. -Entonces me miró y se dirigió a mí con un gesto de disculpa.

– ¿Te importa, Ti? -preguntó-. Si te molestara, lo entendería.

Busqué entre mis sentimientos, no quería mentirle.

– Es toda una sorpresa, siempre lo he querido, pero… -miré a mi hermana, que examinaba el anillo con los ojos llenos de entusiasmo- si eso puede cambiar las cosas, será mejor que lo tenga Sofía.

– Gracias, hijo.

El anillo de oro era el objeto más preciado que papá conservaba de sus padres. Había llegado a la familia a través de mi bisabuelo Berequías, a quien se lo había dado su mejor amigo, Farid. Quedaba claro que nuestro padre quería demostrarle a Sofía lo mucho que la quería. Mientras ella se lo probaba en los diferentes dedos, papá dijo que hablaría con el tío Isaac y la tía María cuando volviera a Goa e intentaría acordar la boda para septiembre, cuatro meses más adelante.

Entre tantas preocupaciones, me había olvidado de mi tía, pero no me costó suponer que no le gustaría nada que su hijo se casara con una judía y tuviera que sufrir el mismo estigma que ella, que se había casado con el tío Isaac. Quizá Sofía, por miedo a ese nuevo obstáculo, respondió algo que no había querido. O quizá tenía que contarle a papá lo que quería por última vez; a veces tenemos que dejar que caiga una última gota de ácido sobre el corazón de nuestros seres queridos para estar preparados para empezar de nuevo.

Cualquiera que fuera la razón, Sofía bajó la mirada un momento, midiendo las palabras para adaptarlas a la solemnidad del momento. Aún no se había puesto el anillo. Volvía a tenerlo en el puño.

– No creo que tenga que esperar tanto, papá.

No lo dijo con aspereza. Las palabras tenían un matiz de disculpa; recuerdo que pensé que finalmente estaba preparada para comprometerse. Por desgracia, nuestro padre no esperaba más que su agradecimiento. El rostro de papá palideció antes de que se levantara y se encerrara en su habitación. No contestó cuando Sofía y yo le suplicamos que nos dejara entrar. Rodeamos la casa buscando la ventana pero ya había cerrado los postigos y aunque los golpeé con los nudillos durante un rato, no quiso abrirlos. Recuerdo que Sofía tenía en la mano una flor de hibisco grande y roja mientras esperábamos. Nupi le dijo que se la diese a papá. Entonces ya llevaba puesto el anillo.

Mi hermana supo que había cometido un error fatal esa noche; la pasó llorando en brazos de Nupi.

Papá le dijo a la mañana siguiente que no volvería a permitirle ir a Goa.

Sofía se quedó en su habitación casi toda la semana siguiente, y su tristeza envolvió cualquier palabra que mediamos entre papá, Nupi y yo. El aire a nuestro alrededor parecía más denso debido a la preocupación, y las sombras perseguían mi mente en todo momento. Incluso el inflexible sol de la India parecía dudar a su paso por encima de nuestro hogar, parecía inseguro de sí mismo por primera vez.

Las cartas que le escribí a Tejal durante esos días eran tan tristes que parecía que se deshacían en mis manos. Odié a Sofía por hacernos pasar por todo eso y se lo dije con la mirada más fría de la que fui capaz cada vez que venía a ver cómo trabajaba en mis ilustraciones. Entonces no me importaba que me odiara. Ni ella ni Wadi podían ya herirme y yo no deseaba ningún tipo de relación con ellos.

Papá tuvo que posponer las lecciones de la Torá con Tejal y me pidió que le pidiera disculpas en mis cartas. Me molestó que eso me apartara de ella y durante unas semanas me acosaron las preocupaciones acerca de que nuestros planes no transcurrieran como deseábamos, pero después de contárselo a Tejal, ella reunió el valor para preguntarle a su padre qué le parecería si yo le pedía la mano de su hija, y respondió favorablemente.

«Mi madre me dijo que será una buena boda para la familia», me escribió, y pude entrever su alegría en las filigranas de su caligrafía.

Le conté a papá esa buena noticia y él hizo lo posible por mostrarme una sonrisa verdadera, pero en realidad tenía el corazón destrozado.

En esa época a menudo me parecía que si Sofía no podía obtener la aprobación para casarse, haría lo posible por mantenernos en un estado de desesperación constante, aunque quizás ella estaba tan confusa como nosotros respecto a la rapidez con la que habíamos caído en su abismo. ¿De veras sabía lo que estaba haciendo?

Una mañana, mientras papá y yo estudiábamos la Torá, Sofía llamó a la puerta de la biblioteca con suavidad y pidió permiso para ir al mercado de Ponda con Nupi. Mi hermana mantenía la mirada fija en el suelo como si sintiera tener que esperar su aprobación. Ésas fueron las primeras palabras que le oímos decir después de varios días.

– Vuelve antes de que anochezca -le dijo papá sin levantar su puntero de la página de la Torá. Cuando la puerta se hubo cerrado tras ella, le pregunté si sabía lo que Sofía quería hacer en la ciudad.