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– Para proteger al cura -expliqué-. «Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee» -añadí, citando a san Lucas.

Pasaron dos meses, apenas el tiempo justo para que mi carta llegara a Goa y recibiera una respuesta, pero la impaciencia me impelió a escribir de nuevo al padre Carlos. Repetí mi solicitud original y esta vez la mandé junto con un anillo de plata que me había dado recientemente el Senhor Pereira como regalo de cumpleaños. Le había grabado una minúscula menorah utilizando un cuchillo que había tomado prestado de su cocina. Le pedí al cura que tuviera a bien aceptar el pequeño regalo como pago por adelantado por el servicio que me estaba prestando, y le expliqué que me lo había dado un amigo jesuita, que a su vez se lo había confiscado a un judío quemado en la hoguera por hereje en Sevilla.

«Sospecho que la menorah podría ser algún tipo de talismán -le escribí-, y por tanto puede ser de gran interés para vuestra investigación. El anillo podría ser muy antiguo, a juzgar por la mala calidad del grabado, pero con vuestro conocimiento de la raza hebrea, sin duda seréis capaz de arrojar más luz sobre este tema.»

Envié mi carta a Goa mediante un mensajero que me había recomendado el Senhor Pereira. El anillo dejó una impresión circular en el papel sellado, lo que prácticamente aseguraba que el capitán Morais lo abriría antes de hacerlo llegar a su destino. Imaginarlo sosteniendo aquella chuchería ante la luz para inspeccionarla más detalladamente me llenó de un vibrante sentimiento de éxito: el primero que tenía desde mi arresto, más de cinco años atrás.

Pasaron tres meses hasta que me llegó una carta de Benedict Gray. Mis palabras halagadoras habían despertado el interés del padre Carlos: me había enviado una larga carta, a la atención de mi viejo amigo inglés, en la que hablaba largo y tendido sobre lo que llamaba la «herejía jainista». Las descripciones de rituales y creencias del cura eran eruditas e incluso poéticas, pero no tenían ningún interés para mí. Era su caligrafía, lo que me interesaba. Era ordenada y cuadrada, excepto las palabras que iniciaban un nuevo párrafo, que estaban decoradas con grandes fiorituras. Su firma era florida y grande. El gran número de horas que había pasado ilustrando manuscritos me resultó muy útil entonces, y tras varias semanas de práctica fui capaz de imitar su escritura sin ni siquiera mirar la carta original. En ese punto me sentí lo suficientemente seguro para volver a escribirle:

A Su Excelencia el padre Carlos Miguel Fonseca:

Habiendo sido confiado por Su Excelencia para encontrar un barco o embarcación adecuado para llevaros desde Lisboa a Tierra Santa después de venir a Europa desde Goa, me he tomado la libertad de contactar con un colega inglés que posee el conocimiento más sutil en tales materias. Su nombre es Charles Benjamin, y tuvo el gran placer de conocerlo en Goa hace años. De hecho, aún no ha olvidado sus numerosos gestos de amabilidad. Me ha asegurado que os escribirá tan pronto como lo haya planificado adecuadamente, ya que puede que tengáis que viajar hasta un puerto mediterráneo para poder coger un barco hasta Tierra Santa. En su carta me promete que os explicará todos los detalles relevantes y os ayudará a encontrar una modesta morada en la que podáis alojaros como es debido. Espero que esto cuente con su aprobación.

«El que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.»

Atentamente,

James Matthews

Cualquiera que leyera esa carta podría llegar a pensar que el padre Carlos me había contratado para ayudarlo a llevar a cabo sus planes para viajar a Tierra Santa, pero puse una atención especial en el uso de expresiones del código que había aprendido de otros prisioneros:

«El conocimiento más sutil» significaba la Torá; «modesta morada» significaba la sinagoga.

Había aún una tercera expresión menos conocida:

Cuando se habla de «puerto» en la carta, se refiere a la mezuzah, la pequeña cajita de oración que se fija a la jamba de la puerta de cada hogar judío como símbolo de protección divina.

Las palabras «para llevaros desde Lisboa a Tierra Santa» acabarían de confirmar ese significado codificado a la vez que mencionarían el viaje espiritual que el jesuita podría llevar a cabo con la ayuda de la mezuzah.

Para cualquiera que estuviera familiarizado con esas expresiones -los inquisidores, por ejemplo-, me había limitado a informar al padre Carlos de que un judío inglés llamado Charles Benjamin le proveería de una mezuzah. Además, quedaba claro que lo utilizaría para cubrir sus necesidades espirituales, y el inglés se pondría en contacto con él en breve.

Volví a enviar la carta por medio de Jácome Morais, pero esta vez escribí «urgente e pessoal» bajo el sello. Dada la curiosidad que mi carta anterior seguro que había despertado en el capitán, y dado el clima de permanente sospecha creado y fomentado por la Inquisición, con eso me aseguraba de que leería su contenido.

Faltaban sólo siete meses para cumplir mi condena y mi tío había conseguido transferirme fondos por medio del Senhor Pereira. Un domingo pude ir solo a su casa y compré un joyero alargado de plata en un tenderete andrajoso del mercado dedicado a la venta de artículos de segunda mano y robados que estaba junto al río. Antes de volver a mi dormitorio esa noche, pude escaparme unos minutos y encerrarme en el estudio de mi anfitrión. En la tapa de la caja de plata grabé las palabras «Oye, oh Israel», que eran las primeras palabras de la oración hebrea que se introduce dentro de una mezuzah. Debajo de la inscripción, dibujé una menorah diminuta. El domingo siguiente, escribí la oración completa en una cinta de papel, la enrollé bien y la metí dentro.

En la nota adjunta, escribí: «Esta caja sólo debe abrirla el padre Carlos Miguel Fonseca». Firmé como Charles Benjamin.

Como posdata, añadí que estaría encantado de cumplir con los deseos del cura de organizar un viaje parecido para el carcelero de la prisión llamado Antonio Ribeiro, a quien había mencionado junto con los otros amigos indicados en la lista. Antonio Ribeiro era el verdadero nombre del Analfabeto; no había olvidado -ni perdonado- que pegara a aquella anciana florista que me ofreció una flor de hibisco mientras me arrastraban para bautizarme.

Esa noche, mandé la mezuzah por medio de un mensajero.

Seis semanas más tarde, en lo que por entonces ya se ha había convertido en mi visita dominical habitual, el Senhor Pereira me dio una carta de Benedict Gray que acababa de llegar. Contenía un breve mensaje del padre Carlos. La punta de la pluma del jesuita había resbalado en dos sitios, lo que se traducía en varias manchas de tinta, y a punto había estado de atravesar el papel al firmar con su nombre. En ella, escribió:

No sé quién es usted, señor, ni quién cree que soy, pero le ordeno que deje de mandarme correspondencia, anillos o cualquiera de esas cosas a las que llama regalos. Simplemente debe de confundirme con algún hereje decadente. No creo en absoluto que sea usted católico. Puede considerar terminada nuestra correspondencia.