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Han pasado seis años desde que regresé de la Contratierra, mientras tanto parece que no envejezco exteriormente. He estado pensando sobre esto y lo he relacionado con la misteriosa carta de mi padre que llevaba fecha del siglo diecisiete. Quizá los sueros de la Casta de los Médicos tienen algo que ver al respecto, no lo sé.

Dos o tres veces al año regreso a las montañas de New Hampshire para contemplar la gran roca chata y pasar una noche allí, y para tratar de divisar, quizás, el disco plateado en el cielo, en el caso de que los Reyes Sacerdotes quieran volver a llamarme a su mundo. Pero si esto ocurre, lo harán conscientes de que yo no estoy dispuesto a ser una simple pieza de su gran juego, ¿Quién o qué son los Reyes Sacerdotes para determinar de tal modo la vida de otros, para dominar un planeta, infundir terror a las ciudades de un mundo, condenar a hombres a la muerte llameante y separar a quienes se aman? No importa cuán tremendo sea su poder, alguien tiene que desafiarlos. Si vuelvo a contemplar alguna vez los verdes campos de Gor, sé que trataré de resolver el enigma de los Reyes Sacerdotes. Me internaré en las Montañas Sardar y me enfrentaré con ellos, quienesquiera que sean.