—Tiene razón. Está muy mal —explicó a Dhamon—. Pero esperar no ayudará. —Señaló con el dedo—. No hay ningún indicio de que vaya a aflojar dentro de poco. No hará más que empeorar.
El hombretón indicó sendero adelante, y Rikali y Trajín avanzaron despacio, deteniéndose en el recodo para esperar a que el carro los alcanzara y guiar luego a los caballos para rodear el siguiente peñasco. Era una marcha difícil, pues buena parte del sendero iba siendo arrastrada por las aguas, y lo que quedaba apenas tenía la anchura suficiente para el vehículo. Cuando el carromato rodeó otro recodo, el pequeño ser lanzó una exclamación. Sus pies salieron despedidos por los aires y, con las manos agitándose desesperadamente, el kobold resbaló en dirección al precipicio.
Rikali lo sujetó por la huesuda muñeca justo en el momento en que su cuerpo salía disparado por el borde, y lo dejó colgando en el vacío unos instantes, atesorando la expresión de terror que inundó el rostro de la criatura antes de levantarlo a lugar seguro y subirlo al lomo de uno de los caballos.
—Inútil —farfulló, dándose la vuelta para reanudar su tarea de guía único—. Eres una completa nulidad, Trajín.
Lo que podrían haber llevado a cabo en sólo unas pocas horas, necesitó casi todo un día y estuvo a punto de terminar en catástrofe cuando una rueda resbaló fuera del camino. Hicieron falta Rig, Fiona y Dhamon para volver a colocarla sobre el sendero.
Aquella noche acamparon en una pequeña meseta que estaba libre de barro, pues la lluvia había arrastrado toda la tierra, dejando al descubierto una capa de pizarra que relució con un negro oleoso cuando la luna realizó una breve visita. La lluvia amenazaba también con desalojar a los pocos arbolillos que brotaban en grietas de la ladera, y los pequeños árboles eran sacudidos sin piedad por el viento que había aumentado su fuerza y lanzaba la lluvia de modo casi horizontal.
El diluvio continuó toda la noche, aflojando con la mañana para luego volver a aumentar con el crepúsculo. El cielo estaba oculto por nubes, hinchadas y oscuras que retumbaban constantemente. De vez en cuando el suelo se estremecía bajo sus pies, y aunque las sacudidas no eran tan amenazadoras como las anteriores, aquello atemorizaba a Trajín, a Rikali y a Maldred. Dhamon permanecía impasible ante el tiempo y los pequeños temblores.
Rig y Fiona se mantuvieron apartados la mayor parte del tiempo, y Dhamon se las arregló para evitar su compañía dejándose caer en los brazos de Rikali, aunque la semielfa receló lo suficiente para preguntarse por qué su compañero se mostraba tan cariñoso repentinamente. No pudo evitar observar cómo se entrecerraban los ojos del marinero cada vez que besaba a Dhamon.
—Sé que amas a tu hermano —dijo Rig en voz baja a Fiona—. Pero no creo que él aprobara esto. Diablos, yo no lo apruebo. —Estaban sentados el uno al lado del otro sobre una roca plana, acostumbrados ya a la lluvia—. Asociarse con esta gente y dirigirse a Bloten. Eso es el corazón mismo del país ogro. No parece correcto. Y es condenadamente peligroso.
—Tengo que conseguir un rescate, Rig. ¿De qué otro modo puedo obtenerlo? Esta… gente… son mi mejor posibilidad. No poseo nada; durante todos estos años lo he dado todo como diezmo a la orden. Tú no tienes suficiente. Y tampoco tienes una idea mejor.
El marinero lanzó un bufido y le pasó un brazo por los hombros, frunciendo el entrecejo cuando ella no se dejó caer contra él como acostumbraba hacer. Su postura era tan rígida como su armadura, y el agua goteaba por entre las rendijas en las láminas de metal y rebosaba por encima de los bordes de sus botas.
—No confío en Dhamon. Y ¿qué hay de ese Maldred? No sabemos nada de él, excepto que es un ladrón.
—Recuerdo que me contaste que tú fuiste un ladrón en una ocasión.
—Eso fue hace una eternidad, Fiona. —El marinero sacudió la cabeza, haciendo rechinar el tacón contra la pizarra—. Al menos lo parece. Y yo no era un ladrón. Era un pirata. Existe una gran diferencia. Al menos la hay para mí.
—Aquellos a quienes robaste podrían no estar de acuerdo. —Suspiró y dulcificó su tono—. Mira, Rig, realmente necesito conseguir ese rescate. Y pronto. Esta es mi mejor idea. Tal vez si hubiera más tiempo… pero no lo hay. Su vida está en juego.
—¿De verdad crees que este draconiano nos estará esperando?
—Contó al consejo solámnico que estaba estacionado en Takar.
—¿Y confías en él?
—¿Qué elección tengo? —La mujer se encogió de hombros—. Además, no tendría por qué mentir al consejo sobre su paradero si realmente deseaba recoger algunas riquezas para Sable. Y tampoco se habría puesto en contacto con él en primer lugar para hablar de un rescate, si la hembra de dragón no estuviera interesada en aumentar su tesoro.
—Y si consigues obtener el rescate y llegar a Takar, todavía tendrás que localizar a ese draconiano. Apuesto a que hay unos cuantos draconianos y dracs allí.
—Eso, estoy segura, será la parte fácil —dijo ella, suspirando profundamente—. Lo reconoceré, Rig. Lo sé. Su nombre es Olarg, y la cicatriz es muy peculiar.
—Fantástico. Así que estás segura de poder encontrarlo. Y estás igualmente segura de que el draconiano se limitará a entregarte a tu hermano a cambio de un gran saco de…
—No tengo otra alternativa que creerlo. Y Dhamon y Maldred son nuestra mejor posibilidad de obtener las monedas. Puede que nuestra única posibilidad. Mi hermano debe ser liberado. Luego podremos dejar todo esto atrás y casarnos.
Rig enarcó las cejas y se inclinó hacia adelante para mirarla a la cara. La mujer observaba a Maldred que, con el torso desnudo, estaba apoyado en el carro, mientras mantenía el rostro alzado hacia la lluvia.
—Y ¿qué hay de Dhamon? Una vez termine todo esto… ¿de un modo u otro?
—Dhamon necesita que creamos en él, y tú lo sabes. Necesita otra oportunidad. Es un buen hombre, Rig. En lo más profundo de su ser. Demasiado bueno para meterlo en prisión, no importa lo que haya hecho últimamente.
—No pareces tú, Fiona. —Las palabras de la solámnica lo sorprendieron sinceramente—. Creía que dijiste que la justicia exige que la gente pague por sus errores.
—Justicia —repitió ella—. ¿Dónde está la justicia en este mundo? Mi hermano está en Shrentak. Y Dhamon va a ayudarme a conseguir que lo suelten. Ésa es la justicia que quiero, que mi hermano quede libre. Además, Dhamon es en realidad una buena persona. Bueno interiormente.
Yo también soy una buena persona, pensó el marinero pesaroso, mientras escogía un lugar en el suelo y se acomodaba en él para pasar otra noche en blanco y empapado de agua.
Dos días más tarde, lloviendo aún, aunque con más suavidad, se encontraron ante las puertas de Bloten, en el pasado una gran ciudad situada en las alturas de las Khalkist, con las cimas de las montañas circundándola como una corona de espinas.
Una muralla desmoronada de casi doce metros de altura rodeaba la antigua capital, aunque en algunas secciones se había derrumbado, y los huecos se habían rellenado alternativamente con rocas amontonadas sujetas con argamasa y con vigas clavadas profundamente en el rocoso terreno y sujetas entre sí con abrazaderas de oxidado hierro. En la parte superior, donde las paredes parecían en peor estado, se habían incrustado lanzas, inclinadas hacia el exterior y hacia el interior.
—Hay cristales rotos y abrojos repartidos por toda la zona superior —informó Trajín al marinero—, con el propósito de mantener fuera a los que no han sido invitados.
—O de mantener a todo el mundo dentro —replicó el hombre de piel oscura—. A mí me parece una prisión enorme.
En lo alto de una barbacana que parecía tan erosionada que podría venirse abajo en cualquier momento, se hallaban dos ogros entrecanos. De espaldas encorvadas y cubiertos de verrugas, y con sus pellejos gris verdosos empapados por la lluvia, contemplaron con expresión colérica al pequeño séquito. El de mayor tamaño tenía un diente que sobresalía de su mandíbula inferior en un curioso ángulo, y una lengua de un oscuro tono violeta que serpenteó hacia fuera para enrollarse sobre sí misma. Gruñó algo y golpeó su escudo con su garrote claveteado, luego volvió a gruñir, profiriendo una retahíla de palabras guturales que nadie entendió, con excepción de Maldred y Dhamon.