Rig hizo intención de levantarse y seguir a Dhamon, pero el pequeño ser frunció el entrecejo y sacudió la cabeza negativamente.
—Quedémonos aquí —sugirió Fiona, dejando caer la mano bajo la mesa para posarla sobre la pierna del marinero—. Y permanezcamos alerta.
—No me gusta este lugar —repitió el otro—. Estoy aquí sólo por ti. —Sus ojos se pasearon de la puerta delantera a los ogros y de allí regresaron a la cortina de cuentas, mientras su mandíbula se movía nerviosamente—. No me gusta esto en absoluto.
Detrás de la cortina había unas cuantas mesas manchadas de sangre y otras sustancias sin identificar. Dhamon se subió a una de las más limpias y se quitó la camisa, dejando al descubierto su pecho; el costado derecho era un enorme cardenal de un negro violáceo.
Sombrío permaneció silencioso, con los ojos fijos en la lesión, y Dhamon, por su parte, inspeccionó al ogro más de cerca. Era anciano y tenía la pálida piel cubierta de pequeñas arrugas. La carne colgaba de sus brazos y alrededor de las mandíbulas, lo que le confería el aspecto de un bulldog, y las venas resultaban visibles en su frente, que estaba fruncida en profunda concentración. Sólo las manos parecían lisas y finas, en aparente incongruencia con el resto de su cuerpo. Las uñas estaban bien arregladas y no se detectaba ni una mota de suciedad. Un sencillo anillo de acero rodeaba su pulgar derecho, y había algo escrito en él, aunque Dhamon no consiguió descifrarlo. El ogro desprendía un olor que al humano le recordó vagamente el hospital de Estaca de Hierro, pero sin ser tan acre.
La semielfa parloteaba en voz baja con Dhamon y el ogro, aunque ninguno de los dos le prestaba atención. La mujer se subió a otra mesa y se sentó a observar cómo el sanador tumbaba a Dhamon de espaldas e inspeccionaba sus costillas.
Sombrío hundió los dedos en las costillas del herido y rezongó en idioma ogro, para sí, no para su paciente. Luego volvió su atención a la escama, que podía ver a través de los harapientos pantalones del hombre. La rozó lleno de curiosidad y recorrió sus bordes con los dedos, luego pasó una gruesa uña sobre la línea plateada. Dhamon se sentó en la mesa y sacudió la cabeza.
—No hay nada que puedas hacer por ella —explicó, y volvió a intentarlo, pero esta vez en un entrecortado dialecto ogro.
Pero el sanador volvió a tumbarlo sobre la mesa, agitó un dedo y señaló los labios de Dhamon para indicarle que debía permanecer callado. A continuación, Sombrío sacó un cuchillo de fina hoja de una funda que llevaba a la espalda, y el herido, al darse cuenta de que el otro pensaba cortarle los pantalones, rodó a un lado, haciendo una mueca de dolor, se desvistió apresuradamente, colocó las andrajosas ropas, el morral y la espada a un lado, e intentó de nuevo explicar qué era la escama al tiempo que era empujado otra vez contra la superficie de madera, con más rudeza que antes.
El ogro sabía cómo manejar pacientes difíciles, e hizo que Dhamon se sintiera vulnerable e incómodo mientras proseguía con tu brusco examen, que debió de durar al menos media hora e incluyó la ávida contemplación del diamante que pendía de la tira de cuero que rodeaba el cuello de Dhamon. Luego profirió una especie de parloteo e, introduciendo una mano en uno de los innumerables bolsillos de su remendada túnica, sacó una raíz y la partió, dejando que el jugo se derramara sobre el pecho de su paciente donde lo esparció formando un dibujo.
El parloteo continuó y se transformó en algo primitivamente musical mientras sus largos dedos nudosos se movían sobre las evidentes heridas y cardenales, regresando siempre a la escama. Toda aquella actuación hizo que Dhamon recordara a Jaspe Fireforge, que lo había curado en más ocasiones de las que podía contar. Aunque la forma de actuar del enano le había parecido mucho más cuidadosa, las acciones del sanador ogro eran uniformes y expertas, pero indiferentes y a veces casi rudas.
Dhamon deseó fervientemente que Maldred estuviera allí o que él mismo estuviera en otra parte. Entonces sintió que un calorcillo empezaba a fluir por su cuerpo; pero en esta ocasión no se trataba de la dolorosa sensación asociada con la escama del dragón, sino de una parecida a la relajante tranquilidad que sentía cuando Jaspe lo atendía. El ogro interrumpió su parloteo y dio la bienvenida a Maldred, que acababa de llegar, y poseía un buen dominio del extraño lenguaje. Dhamon empezaba a sumirse en un letargo cuando el dolor se intensificó de nuevo repentinamente. El sanador estaba tirando de la escama.
—¡No! —chilló él, sentándose de golpe muy erguido y colocando las manos sobre la escama—. ¡Déjala!
Sombrío intentó obligarlo a tumbarse de nuevo, pero Dhamon consiguió impedirlo con sus forcejeos, al tiempo que razonaba con palabras que estaba seguro que el sanador no comprendía pero cuyo significado no podía por menos que reconocer. El descolorido ogro meneó la cabeza y gruñó, luego señaló la escama y realizó un gesto quirúrgico muy claro.
Quítate la escama y morirás. La palabras se repitieron en la mente de Dhamon, y a continuación el maldito objeto empezó a calentarse como un hierro de marcar, enviando terribles oleadas de dolor por todo su cuerpo. No hubo un suave y burlón calorcillo de advertencia esta vez; el dolor golpeó como un martillo, una y otra vez, como si quisiera aplastarlo contra la mesa. Sus músculos se contrajeron y empezó a temblar sin control, rechinando los dientes y cerrando las manos con tanta fuerza que las uñas se clavaron en las palmas. Levantó la cabeza e inhaló grandes bocanadas de aire. Intentó no chillar, pero un gemido ahogado escapó de sus labios y la cabeza cayó violentamente hacia atrás sobre la mesa.
Rikali estaba junto a él, acariciándole el rostro con los dedos al tiempo que alternaba miradas severas y preocupadas entre Sombrío y Maldred.
La mano del hombretón estaba puesta sobre la escama ahora, y éste discutía con el sanador. Dhamon deseó poder comprender más cosas de las que se decían. Finalmente, Sombrío se retiró, sacudiendo la cabeza mientras emitía con la lengua un chasqueo casi humano.
—¿Qué está pasando aquí dentro? —La cabeza de Rig apareció a través de la cortina de cuentas e, inmediatamente, todos los ojos se posaron en el marinero.
—Nada —dijo Maldred—. Espera fuera.
—¿Qué le estáis haciendo a Dhamon. —El marinero vio que Dhamon se estremecía y que el sudor le cubría las extremidades, igual que aquel líquido de extraño color de su pecho que había brotado de la raíz tirada en el suelo.
El sanador ogro dio un paso hacia Rig, con los ojos entrecerrados y un siseo de palabras guturales surgió veloz por su boca.
—Todo va bien —intervino Dhamon jadeante, mientras el ataque remitía por fin.
A una parte de él le preocupaba que el marinero pareciera inquieto por su bienestar, pues deseaba romper todos sus lazos con él.
Refunfuñando, Rig se escabulló al exterior para reunirse con Fiona, y sus ojos se abrieron de par en par al advertir que la cortina de cuentas que había apartado a un lado no era realmente de cuentas. Era una colección de huesos de dedos, pintados.
—Rig es un poco nervioso —explicó Dhamon a Maldred—. Siempre ha sido un tipo nervioso. Te dije que deberíamos haberles vuelto a robar los caballos e impedir que nos siguieran.
—¿Te sientes mejor? —El hombretón le entregó sus ropas.
—Notablemente mejor.
El ogro le proporcionó un trapo, y Dhamon se limpió la mezcla del pecho, abriendo mucho los ojos al descubrir que el cardenal había desaparecido y no quedaba marca alguna. Incluso unas cuantas de sus viejas cicatrices se habían esfumado.
—Notable —musitó—. ¿Qué le debo a este hombre?
El sanador se volvió y señaló el diamante que colgaba de su cuello.