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En el extremo opuesto del poblado, Rikali pasó el brazo alrededor del de Dhamon mientras éste se presentaba a sí mismo y a la semielfa.

—Estos lobos que están masacrando vuestras cabras, Kulp…

—¿Lobos? —El cabrero arrugó el rostro en expresión interrogativa—. No viven lobos en estas montañas. Son gigantes. Son gigantes los que roban nuestras cabras. —Al instante apareció una enorme tristeza en el rostro de Kulp, como si hubiera perdido un hijo—. Nuestro rebaño es la mitad de lo que era en primavera. Si esto continúa, al llegar el invierno estaremos arruinados. Se llevaron cuatro cabritos anoche que estaban siendo amamantados en ese risco.

La mente de Dhamon trabajaba veloz, mientras sus dedos tamborileaban sobre el cinturón irritados.

—¿Gigantes?

—Eso dijeron nuestros mensajeros a Donnag —asintió el hombre.

Los dedos de Dhamon tamborilearon con mayor velocidad. ¿Confiar en Donnag? —pensó para sí—. Maldred dijo que podía confiar en él. Sus ojos llamearon coléricos, y Kulp dio un paso atrás, sobresaltado.

—¿Así que esos gigantes en realidad no os han hecho daño a vosotros? —preguntó finalmente Dhamon.

—¿Daño? —el otro pareció escandalizarse—. ¡Nos han hecho un daño terrible! Llevarse nuestras cabras es hacernos daño, son nuestro sustento. Las cabras son todo lo que poseemos. No tendremos con qué pagar los impuestos de Donnag si esto continúa. No tendremos nada con que comerciar y perderemos nuestro hogar.

—¿Pagar a Donnag? —interrumpió Rig, que se había ido acercando a ellos durante la conversación.

—Pagamos al caudillo en leche y carne por el derecho a vivir en su montaña. Desde luego, ése es el motivo por el que os envió, para detener a los gigantes de modo que podamos seguir pagando sus cuotas e impuestos.

—¿Gigantes?

El marinero gruñó y miró en derredor buscando a Fiona. ¿Dónde estaba?, tenía que escuchar esa prueba de la crueldad del caudillo ogro. La descubrió junto con Maldred inclinada sobre un pequeño corral donde descansaban una cabra y sus tres crías recién nacidas.

—¿Y dónde están esos gigantes…? —Dhamon se aclaró la garganta.

—Creemos que las criaturas viven en aquellas cuevas, señor Fierolobo. —Kulp señaló en dirección a un pico que se elevaba muy por encima de la aldea—. Algunos de nuestros pastores se enfrentaron a uno y creyeron haberlo matado. Dijeron que era una criatura imponente con brazos largos y zarpas afiladas. Sin duda sólo estaba aturdida y luego despertó, huyendo cuando intentaban arrastrarla hasta aquí. Unos cuantos siguieron sus huellas, que se dirigieron hasta ese pico. —Bajó la mirada y sacudió la cabeza—. Pero esos jóvenes no regresaron.

—Seguir las huellas de los gigantes ahora, seguir las de cualquier cosa, no es posible —dijo Dhamon, mirando al terreno.

La poca tierra que allí había formaba amplias parcelas de barro de las que brotaba una maleza alta; también había pequeños jardines, razonablemente protegidos de toda la lluvia por una red de pieles y cobertizos. Pero la mayor parte del terreno consistía en esquisto y granito y excrementos de cabra.

Dhamon dirigió la mirada al elevado pico, bizqueando a través de la lluvia para distinguir las cuevas donde tal vez vivían los gigantes que robaban los animales.

—Kulp, eso significa varias horas más de ascensión. Nos gustaría quedarnos aquí durante el resto del día y ponernos en marcha mañana temprano.

—Prepararemos alojamientos para los hombres de Donnag —dijo el jefe del poblado, dando fuertes palmadas—. Y los alimentaremos bien. —A continuación marchó a desalojar a una familia para acomodar al grupo.

La lluvia había parado unas cuantas horas durante la noche, y bajo las escasas estrellas que asomaban por entre las finas nubes se les proporcionó una comida de raíces hervidas, caldo picante y pan duro. El caldo era lo que había estado hirviendo a fuego lento durante todo el día y tenía un sabor sorprendentemente bueno a pesar de su fuerte olor. El pan se hallaba entre los alimentos que los pastores recibían regularmente de Bloten como parte de su trueque de provisiones. Tenían también un fuerte licor que los aldeanos destilaban ellos mismos y que Dhamon encontró aceptable.

Maldred ordenó a la semielfa que no perdiera de vista al kobold mientras estuvieran en el poblado, pues no quería que ocasionara problemas. Luego conversó en susurros con Dhamon, jurando que cuando regresaran a Bloten se aseguraría de que Donnag cumpliera su parte del trato. La espada sería suya, junto con gran cantidad de otros objetos por haber tenido que ocuparse de gigantes en lugar de lobos, Cuando el hombretón abandonó su compañía, Fiona lo siguió hasta que se encontraron solos junto a una roca alargada. Fue entonces cuando Maldred la tomó en sus brazos.

Al descubrirlos Dhamon, echó una veloz mirada en dirección a Rig, que estaba absorto en una conversación con uno de los aldeanos. Luego volvió a mirar a Maldred y a Fiona que se besaban; los ojos del hombretón estaban fuertemente enredados en los cabellos de la mujer.

Dhamon se encogió de hombros y se sentó frente a Rig, entablando conversación con él para mantenerlo ocupado.

Preguntó al marinero sobre sus planes de boda y sobre si Fiona había conseguido convencerlo de unirse a la Orden.

Rig no tuvo inconvenientes en hablar de lo primero y prefirió evitar lo segundo.

—Nos casaremos el día de su cumpleaños, una tradición entre las mujeres de la familia de Fiona —explicó alegremente, aunque había un deje de irritación en su voz—. No falta tanto ya. Dos meses y medio. De hecho, hemos… —Sus palabras se apagaron cuando distinguió a la dama que avanzaba hacia ellos.

—¿Dónde has estado? —Rig se puso en pie rápidamente y le tomó la mano—. Has estado…

—Visitando a algunos de los aldeanos —respondió ella.

Dhamon se sobresaltó ante la mentira y se alejó; se encontró con Rikali, que estaba encaramada en una repisa desde la que se contemplaba Bloten. Al mirar por encima del hombro vio a Fiona y a Rig conversando.

—Fiona, ese Donnag está muy lejos de ser una buena persona —dijo el marinero, manteniendo la voz baja.

Y le habló del impuesto de leche y carne que se pagaba allí, de los elevados impuestos que los humanos soportaban en Bloten, del temor que todos sentían por el caudillo ogro. Cómo oprimía a todos los habitantes de su reino. Cómo los lobos se habían convertido en gigantes.

—Lo sé —respondió ella por fin, con expresión conciliadora y algo entristecida—. Y está bien que te preocupe. Me preocupa también a mí. Pero no podemos corregir todas las injusticias de este mundo, Rig. Hemos de elegir nuestras batallas. Y por malo que sea Donnag, la Negra de la ciénaga es mucho peor. El ogro protege a estas gentes de ella, y sus tropas se esfuerzan por impedir que el pantano engulla estas montañas. Así pues, ayudando a Donnag, combatimos contra ella. Si eliminas a Donnag, el pago de impuestos abusivos se convertiría en la menor de las preocupaciones de estas gentes.

El marinero permaneció sentado en silencio, digiriendo sus palabras.

—De todos modos no tiene por qué gustarme, ni tengo por qué estar de acuerdo contigo —repuso, suspirando mientras gotas de lluvia resbalaban por la punta de su nariz—. Y no tiene por qué gustarme el hecho de que vayamos a aceptar monedas y joyas para el rescate de tu hermano de esa criatura… malvada. Siempre y cuando cumpla su palabra, cosa que dudo. Y tampoco tiene por qué gustarme esta lluvia. Aquí hay algo extraño. Estas montañas deberían estar secas como un desierto.

—No hace mucho te quejabas de que no había llovido en semanas.

—Eso no quería decir que deseara que lloviera durante semanas.

Intentó rodearla con el brazo, pero ella volvió a incorporarse y se dirigió hacia el cobertizo que les habían prestado, desde donde observaron cómo la lluvia azotaba la rocosa meseta durante el resto del día.

La mañana no fue distinta, pues la lluvia continuó golpeando las rocas y empapándolo todo y a todos. Sólo las cabras parecían indiferentes a ella. Los relámpagos describían arcos en el cielo, y los truenos que los seguían resonaban potentes y pavorosos en las montañas.