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—Golpeadlos una y otra vez —explicó entre mandobles—, o volverán otra vez a la vida.

—Yo creía que los trolls eran verdes —dijo Fiona al tiempo que se acercaba a la tercera criatura, a la que Maldred había rebanado la pierna.

La pierna rodaba en dirección a su dueño, y la solámnica le aplicó la llama de la antorcha y observó cómo la piel borboteaba y reventaba.

—Bueno, la mayoría lo es —repuso Dhamon, mientras él y Maldred ensartaban simultáneamente a su adversario—. Buena idea, Fiona. Hay que quemarlos. Los trolls no pueden resucitar si están convertidos en cenizas. Trae tu antorcha hacia aquí cuando termines.

—Creía que estos seres apestosos sólo se encontraban en las ciénagas y los bosques —continuó la solámnica.

La mano libre de la guerrera sacó la espada y acuchilló a su objetivo, que intentaba inútilmente alejarse cojeando. Entonces oyó un movimiento a su espalda y giró en redondo, pensando que sería otro troll que atacaba por detrás. Pero era la semielfa, que se acercaba para ver mejor.

El troll aprovechó la momentánea distracción para extender la mano y golpear el rostro de la mujer; hundió las zarpas en la mejilla e hizo que ella lanzara un grito. La solámnica giró en redondo instintivamente y le asestó un mandoble que le seccionó el brazo a la altura del codo. No obstante, las zarpas permanecieron aferradas a su rostro, como si la extremidad tuviera vida propia.

—Esto es repulsivo —escupió la semielfa, al tiempo que arrancaba el brazo, llevándose un poco de carne de Fiona con él.

A continuación arrojó la extremidad al suelo de la cueva y arrebató la antorcha que la otra mujer sostenía, acercando las llamas al brazo y conteniendo las ganas de vomitar producidas por el olor que despedía la carne de troll quemada.

—¡Condenada bestia! —maldijo Fiona.

Con la mano libre apoyada en la mejilla herida, atacó a la criatura con más fiereza, cortándole el otro brazo. El ser aulló furioso e intentó rodar lejos, pero ella prosiguió con el ataque, acuchillándolo repetidamente hasta que se quedó inmóvil. Luego arrojó los pedazos descuartizados lejos del torso y buscó con la mirada su antorcha.

La semielfa se la había llevado a Dhamon, que se dedicaba a quemar al troll que él y Maldred habían eliminado por segunda vez. La solámnica introdujo la mano en su mochila, sacó una segunda antorcha y la encendió a toda prisa para iniciar su tarea.

A su espalda, Rig pedía que alguien le llevara fuego.

—Uf.

La exclamación procedía de la semielfa, que había recogido un pie de troll, cuyos dedos seguían retorciéndose. Lo arrojó hacia donde estaba Fiona y se dedicó a recuperar los otros pedazos que la mujer había desperdigado, quejándose cada vez que hallaba algo que se agitaba.

—¡Aquí! —vociferó Trajín—. ¡Mirad aquí!

Gesticulaba en dirección a la base de la columna a la que estaba aferrado. Una cabeza había rodado hasta allí, y seguía rodando en dirección a la entrada como si intentara huir.

—La atraparé —replicó Rig. Corrió hacia la columna e impulsó una pierna hacia atrás, con la intención de patear la cabeza fuera de la cueva.

—¡Detente! —Dhamon llevó hasta allí su antorcha y la aplicó a la cabeza, haciendo una mueca cuando ésta abrió la boca y chirrió—. Hay relatos que dicen que de extremidades amputadas de trolls pueden volver a crecer cuerpos enteros.

—¿Desde cuándo crees todo lo que oyes? —El marinero lo apartó a un lado y fue a ver qué hacía Fiona.

Tardaron casi una hora en despedazar a los trolls y quemarlos en una gran hoguera, que hizo que la cueva apestara a carne carbonizada.

—No estoy seguro de que hayamos cogido todos los trozos —indicó Dhamon mientras estaban en la entrada de la cueva, a donde todos se habían retirado para respirar aire fresco. Mantenía los ojos fijos en las llamas, dirigiendo de vez en cuando miradas a las paredes y las columnas, donde las imágenes talladas de los enanos estaban más iluminadas ahora.

Mientras Maldred y Rig se turnaban para vigilar la hoguera que se consumía, usando las espadas para empujar hacia ella de nuevo los dedos y pies que intentaban escabullirse, Dhamon se ocupó de Fiona.

—Podría dejar una cicatriz —le dijo mientras limpiaba la desgarrada mejilla con un poco de su alcohol—. Pero el sanador de Bloten, Sombrío Kedar, es asombroso. Podría ayudarte.

—Estaré bien.

—Tienes una herida que llega hasta el hueso. Me gustaría que te echara una mirada. Podrías coger una infección o enfermedad. No deberías correr riesgos con algo como esto. Las zarpas de esas criaturas estaban mugrientas.

—Me sorprende que te preocupes.

—No lo hago —respondió él con rotundidad—. Pero está muy claro que Maldred sí.

—Muy bien. De acuerdo, pues. Veré a este Sombrío Kedar cuando regresemos a Bloten.

—Oh, no sé, amor —Rikali se había deslizado junto a la pareja—, creo que una cicatriz daría a nuestra dama guerrera un poco más de carácter.

Luego la semielfa se alejó sin ruido, antes de que a Fiona se le ocurriera una respuesta. Dhamon sofocó una risita.

—¿No podríais haber hecho esto fuera? —preguntó Trajín a sus compañeros, cuando descendió por fin de la columna, tapándose la nariz.

El kobold señaló el montón de cenizas humeantes mientras lo decía, pues se había negado a moverse hasta estar totalmente seguro de que los trolls no iban a resucitar.

—Apesta más que yo —concluyó, agitando una mano ante el rostro.

—Eso es discutible —repuso el marinero—. De todos modos, sigue lloviendo, así que no podríamos haberlos quemado fuera. —Hizo una pausa y luego, añadió con aspereza—: Gracias por tu ayuda con todo esto. —Señaló con la mano los humeantes restos.

—Siempre a tu disposición.

El kobold se alejó, para inspeccionar el altar donde estaba sentada Rikali, comiéndose con los ojos su rostro reflejado en la pulida superficie durante unos minutos antes de aburrirse de tal actividad y desaparecer para explorar uno de los huecos.

—Casi con seguridad éstos eran los gigantes que importunaban a los aldeanos —dijo Rig tras varios minutos de silencio—. Aunque no tenemos ningún recuerdo de ellos para mostrarlo a Donnag como prueba de que solucionamos el problema de Talud del Cerro. —Dirigió una ojeada a Maldred—. ¿Aceptará el ogro nuestra palabra?

—Una pregunta mejor —interpuso Fiona—, ¿cumplirá la suya?

—Lo hará. —El hombretón miraba el cielo gris oscuro; no había el menor indicio de luz, lo que le indicaba que el sol se había puesto hacía más de una hora—. O bien los trolls quedaron atrapados aquí dentro y salieron cuando esta hendidura se abrió, o bien llevaban un tiempo por las montañas y empezaron a matar las cabras cuando lo que fuera que comían se les acabó… o se lo llevó toda esta lluvia.

—¿Importa eso? —inquirió Rikali—. Las bestias están muertas. Así que podemos considerar concluida la tarea, arranquemos las gemas de las columnas y salgamos de aquí. Además, estamos…

—¡Desde luego que eran los gigantes! —anunció Trajín, arrastrando los restos de un cabrito al interior de la estancia—. Ahí atrás hay toda clase de huesos. Y una escalera. Pero no estaba dispuesto a bajar por ella solo. —Calló y dejó caer los huesos—. Por si acaso hay más de esos trolls.

Maldred hizo una seña a Fiona para que se acercara y le cogió otra antorcha de la mochila.

—Deberíamos asegurarnos de que no haya otros tres más. —En tono más bajo, para que sólo ella lo oyera, añadió—: Eres realmente una luchadora impresionante, dama guerrera. Observé cómo manejabas la espada. Podrías competir con cualquiera de los hombres que conozco. Probablemente incluso con dos a la vez.

—No debería importar si hay más. —Dhamon agarró la antorcha que habían usado para encender la hoguera de trolls—. Pero para hacerte feliz, Mal, yo iré por el pasillo de la derecha.