—No hay otra salida —gruñó el marinero tras unos minutos, y en voz más baja, añadió—: Siempre imaginé que moriría ahogado. Sólo que no quería morir con Dhamon.
La antorcha de su compañero danzó fantasmal sobre la superficie del agua y las profusamente talladas paredes de roca. La luz acariciaba con suavidad cientos de imágenes de enanos, que forjaban armas, cocinaban, excavaban; una gordinflona pareja bailaba alrededor de la imagen de un yunque; un niño amontonaba piedras. En el techo había una imagen de Reorx hecha con azulejos, casi idéntica a la que habían visto en el suelo del piso superior. Había una enorme abertura en uno de los muros, y Rig la señaló con la mano.
—Ése tiene que ser el lugar por el que penetró el arroyo. Pero ahora es más un río, debido a toda esa lluvia —dijo, avanzando veloz hacia él.
Mientras lo hacía, tropezó con algo y cayó de bruces en el agua. Se puso en pie farfullando, mientras el kobold sujeto a su espalda se quejaba con voz chillona. Palpó bajo el agua: un banco de piedra, una mesa de piedra y otros objetos que no pudo identificar. Se obligó a ir más despacio, chocando contra más cosas ocultas bajo la negra superficie, y lanzó un chorro de agua en dirección a Rikali para llamar su atención.
—¡Por aquí! Y ten cuidado.
Por una vez maldijo todas las armas con las que cargaba, pues nadaría tranquilamente, en lugar de moverse despacio, si no llevara la alabarda a la espalda. Pero no podía permitirse soltarla.
—Toda esta maldita lluvia —se dijo en voz baja cuando por fin llegó junto a la hendidura de la pared—. Debe de haber hecho crecer tanto el río que al final se abrió paso a través de una zona más fina del muro. Sí, es muy fina aquí. —Arrancó un pedazo de roca.
La semielfa pedaleaba en el agua a su lado, pues el nivel había aumentado y sólo podía tocar el fondo con las puntas de los pies.
—Vaya, es bueno saberlo —resopló—, nos vamos a ahogar todos por culpa de la lluvia.
Dhamon se había acercado chapoteando hasta colocarse detrás de ella. Parecía perplejo, aunque mantenía una expresión estoica, con los ojos revoloteando a izquierda y derecha. Su respiración era regular y avanzaba con lentitud, como si supiera adonde se dirigía y no le preocupara en absoluto lo que había más adelante.
El marinero sacudió la cabeza ante la aparente falta de preocupación de su compañero, aspiró con fuerza y penetró en la abertura, sujetándose a la pared de piedra para no ser arrastrado. Trajín tosió y se agarró con más fuerza al cuello del ergothiano. La luz de la antorcha mostró los dedos de Rig ascendiendo poco a poco por la pared.
—¿Qué está haciendo, amor? —Rikali tenía la mano apoyada en el hombro de Dhamon, que la ayudaba a mantenerse por encima del agua.
Dhamon no contestó mientras ella seguía lamentándose e inundándolo con preguntas inútiles, porque observaba con atención los dedos del marinero, que cada vez resultaban más difíciles de distinguir al irse extinguiendo la antorcha. Se oyó un último chisporroteo, luego la llama se apagó, sumiéndolos en una espesa y total oscuridad. La semielfa gimió y clavó los dedos en el hombro de su compañero.
—¿Amor? No veo nada.
Un chapoteo y una retahíla de maldiciones proferidas en tono agudo procedentes de Trajín indicaron el regreso del marinero.
—¿Dhamon?
—Estamos aquí, Rig. ¿Qué encontraste?
—Hay unos treinta centímetros de aire entre el río y las rocas, por el momento al menos. Y el agua se mueve muy deprisa. Creo que es nuestra mejor posibilidad. Seguirla y rezar para que nos expulse en alguna parte.
—Yo no rezo —musitó la semielfa.
—¡Estás loco! —escupió el kobold al marinero—. ¿Entrar ahí?
—¿Tienes tú una idea mejor? —preguntó Dhamon mientras tiraba la inútil antorcha y palpaba con las manos hasta encontrar a Rig y la hendidura de la pared.
Rikali siguió aferrada al humano, respirando con dificultad mientras intentaba mantener la barbilla fuera del líquido elemento, sin dejar de rezongar todo el tiempo sobre la oscuridad y la posibilidad de ahogarse.
—¡Sí, tengo una idea mejor! —chirrió el kobold—. ¡Yo puedo ver! Un poco. A lo mejor si nos quedamos aquí, si examinamos realmente esta habitación, podremos… —El resto de sus palabras quedaron ahogadas cuando el marinero siguió a Dhamon y Rikali al otro lado de la abertura y penetró en un pasadizo que el río había tallado siglos antes.
Avanzaron por el agua, en medio de las tinieblas, nadando a veces torpemente; Rig era quien tenía más problemas debido a la alabarda y al kobold que llevaba a la espalda. Sus cabezas chocaban contra afloramientos de rocas del techo, lo que arrancaba juramentos de sus labios, y el río los empujaba contra afiladas puntas que sobresalían de los muros. Dhamon notó que algo resbaladizo le rozaba la pierna, un pez o una serpiente, esperó que no fuera nada peor mientras seguía su marcha.
Siguieron el río durante unas cuantas horas mientras éste zigzagueaba y giraba por la montaña, en ocasiones retrocediendo de tal modo que llegaban a pensar que estaban cerca otra vez del lugar del que habían salido. Por fin su curso se enderezó y percibieron que el agua chapoteaba con fuerza contra la roca; de vez en cuando conseguían distinguir el chirrido agudo de los murciélagos proveniente de algún punto más adelante. Rikali anunció que aquello era una buena señal, pues significaba que todavía había aire frente a ellos.
—Te equivocas, Riki —replicó Trajín, mientras seguía firmemente sujeto al cuello del marinero, con la capa arremolinada alrededor de las piernas que flotaban detrás de él—. Es una señal muy mala. Significa que los murciélagos están atrapados. Y nosotros también.
La semielfa hundió más los dedos en el hombro de Dhamon cuando éste aceleró el paso, y sintió el calor de la sangre en las yemas de los dedos. Su compañero no se quejó.
Un segundo después Dhamon perdió pie cuando el fondo del túnel descendió y las aguas adquirieron mayor profundidad. Él y la mujer chocaron contra Rig.
—¿Qué? —inquirió el marinero.
—La corriente parece diferente aquí —explicó su amigo—. No la profundidad. Es algo que no consigo…
—Sí —interrumpió el otro—. Yo también lo noto. La corriente se divide. La más fuerte sigue recto, pero hay un ramal que se dirige a la izquierda, y el agua allí parece más caliente, a lo mejor calentada por algo situado en una zona más subterránea.
—Y… —intervino la semielfa—. Eso significa ¿qué?
—Podríamos separarnos —sugirió Dhamon—. Rikali y yo iríamos por la izquierda y Trajín y…
—Mala idea —lo interrumpió Rig—. Todos estamos cansados. Ha de ser bien pasada la medianoche ya. Nadie se separa. Seguidme. —El marinero los adelantó, deteniéndose sólo para sacarse al kobold de la espalda y entregarlo a Dhamon—. Tu turno. —Luego empezó a nadar torpemente hacia adelante, pasando la alabarda a su mano, y casi perdiéndola, sin prestar la menor atención a las quejas de Trajín y Rikali.
—Ojalá Fiona estuviera aquí —musitó mientras seguía avanzando con dificultad—. Espero que esté bien.
Se dijo a sí mismo que la mujer estaría perfectamente, que ella y Maldred no habrían perdido tanto tiempo, que no habrían penetrado tanto en las profundidades de la montaña y que habrían conseguido salir al exterior antes del derrumbamiento.
—Ella está bien —se tranquilizó, añadiendo que se aseguraría cuando saliera de allí de que Maldred no se mostrara demasiado cariñoso con la solámnica. Y haría todo lo posible por ayudarla a conseguir el rescate para su hermano—. Tiene que estar bien. Creo que moriría sin ella.
Luego un sombrío pensamiento cruzó su mente. Quizá Maldred había provocado el derrumbe, y el kobold había mentido para ocultar la acción de su señor. La historia del brazo de troll ardiendo que había provocado el fuego arriba parecía un poco rebuscada. Eliminar a Rig facilitaría a Maldred la posibilidad de conquistar a Fiona. Su corazón latió salvajemente ante tal posibilidad.