Una especie de gateo sobre las rocas indicó que Trajín había decidido por fin acompañarlos.
—Todavía tengo a mi anciano en la bolsa —anunció el kobold—. Aunque el tabaco ya no sirve. —Lo sacó fuera y lo arrojó al suelo aumentando los desperdicios esparcidos por el lugar.
—Eres un inútil —siseó Rikali al kobold.
La semielfa se estremeció al ver una docena de cráneos, todos ellos con dagas clavadas. Unos cuantos eran pequeños, kenders, o a lo mejor niños humanos. Deseó que no se tratara de niños. Aunque no le gustaban los enanos, estaba segura de que ellos no habrían hecho eso; no a criaturas. Pero ¿quién habría sido capaz?
—Por mi vida, que ése tuvo que haber sido un bebé muy pequeño. —Se detuvo para mirar con detenimiento un cráneo especialmente diminuto—. ¿Quién podría haber hecho algo así, y por qué? Quién… —Se interrumpió a sí misma; de nada servía preguntar a Dhamon, decidió, él no parecía en absoluto interesado.
Su compañero se había alejado de ella, liberando por fin su mano, y ascendía los estrechos peldaños negros, lanzando sólo una mirada superficial a los pedestales. De pie en el borde de la plataforma, la luz verde formó un halo alrededor, proyectando un color enfermizo sobre su piel y haciendo que los mojados cabellos parecieran algas marinas. El humano se acercó al centro de la tarima y clavó los ojos en el suelo.
—Curioso.
—¿Qué es? —preguntó Riki, avanzando por delante de Rig, que también se dirigía hacia la plataforma—. ¿Qué? ¿Es valioso?
Dhamon se arrodilló y extendió la mano. Rikali subió corriendo los peldaños y se acomodó junto a su compañero. Trajín también sentía curiosidad y, sin dejar de escurrir sus ropas, llegó pisándole los talones a la mujer.
—Muy bien, ¿qué es? —Se encontró preguntando Rig—. Supongo que no has encontrado un modo de salir.
—No —respondió Dhamon, incorporándose, aunque siguió mirando el suelo de la plataforma, mientras la hormigueante sensación persistía en su cogote—. Y eso es lo que tenemos que buscar, no quedarnos aquí mirando esto todo el día.
—Es hermoso —comentó Rikali—. Quiero tocarlo, y…
—Bueno, pues no lo toques —regañó severo Dhamon—. No sabemos qué es o qué hace, si es que hace algo. Y no necesitamos saberlo. ¿Quieres vivir para ver el nuevo día? Entonces lo que necesitamos es salir de aquí. Y no debería haber dejado que me distrajeras.
—Hermoso —repitió ella, estirando la mano.
—¡No lo toques! —El grito provino del kobold, que tiraba hacia atrás del brazo de la semielfa—. Riki, mantente lejos de eso.
Rikali mostró intención de discutir, pero había algo en la insólita expresión seria del kobold que se lo impidió. ¿Qué es?, le preguntó con un leve gesto de cabeza.
—Es mágico —respondió él—. Y no necesariamente bueno. —El kobold miró por encima del hombro a Dhamon, luego bajó los ojos hacia Rig, que estaba de pie al final de la escalera—. Se supone que hay que mirarlo, no tocarlo. No hay que tocarlo jamás.
Dhamon y la criatura se quedaron mirando el objeto fijamente, Rikali siguió arrodillada, y el único sonido de la sala ahora era el fluir del río subterráneo.
—Magnífico —declaró Dhamon—. Dejémoslo y sigamos nuestro camino.
—Ah, imagino que debería echarle una mirada primero —dijo Rig, sacudiendo la cabeza y pasándose los dedos por los cabellos. Ascendió los peldaños y se colocó entre Dhamon y Rikali, extendiendo una mano para ayudar a la semielfa a levantarse—. Tendré cuidado. Hum. Interesante.
En el centro de la plataforma había un estanque, casi de forma oval. Pero era luz, no agua, lo que se arremolinaba en su interior. De repente era de un color verde oscuro para acompañar al resplandor del techo, luego se tornaba azul zafiro, y los colores ondulaban como si estuvieran vivos y lucharan entre sí. Aparecieron centelleantes motas de un brillante amarillo blanquecino, que daban la impresión de estrellas capturadas en las profundidades del estanque que luchaban por conseguir aire. Los agresivos colores casi las aplastaban por completo.
—¿Y qué es entonces? —La curiosidad acabó venciendo a Rikali—. Quiero decir, realmente parece mágico. ¿Tienes alguna idea, Trajín? ¿O sólo te limitas a intentar asustarme? Magia mala, ja. No reconocerías la magia, buena o mala, aunque yo surgiera de una lámpara y…
—¡Chisst!
El kobold paseó alrededor del borde del estanque, hasta colocarse en el lado opuesto al de ella. Observaba con atención las luces amarillas que centelleaban y parpadeaban siguiendo una pauta que él parecía comprender.
—Esto es antiguo —dijo, y en su voz se percibía el temor.
—Cerdos, eso ya podría habértelo dicho yo, rata inútil.
La criatura se rascó una verruga de la diminuta palma, entrecerrando los ojos para concentrarse.
—Aunque no creo que tan antiguo como todas esas cosas de los enanos. O, tal vez, no lo construyeron tan bien. Esto de aquí es lo único que queda en pie.
—¿Crees que hay algo en el fondo del estanque? —suspiró Rikali, y empezó a alargar un dedo, sólo para sentir su humedad.
—He dicho que no lo toques. No creo que fuera una buena idea. Sólo hazme caso por una vez. ¿De acuerdo? —El kobold se apartó del estanque y retrocedió bajando los peldaños, estudió los pedestales y murmuró para sí—. Con el conocimiento llega la muerte —musitó en Común y, a continuación, empezó a parlotear en kobold otra vez.
—Odio que haga eso —dijo Rikali a Dhamon—. Ojalá pudieras hacer que parara toda esa jerigonza. Aunque no sé si te está maldiciendo o recitando una receta kobold para cocinar el filete de lagarto. Es como intentar oír en…
—Hay algo escrito en los pilares —interrumpió Dhamon, que había abandonado la plataforma en silencio mientras ella hablaba y había ido a colocarse detrás del kobold—. No puedo distinguirlo. No lo vi al principio. —Se inclinó sobre Trajín para verlo más de cerca.
—No sé leer —murmuró ella.
—Pues yo sí puedo leerlo —intervino la diminuta criatura—. Algo de lo que pone, al menos. En su mayoría se trata de símbolos mágicos.
—Y… —Rikali aguardó—. Si no es nada demasiado interesante yo voto por meternos en el río otra vez e intentar hallar una salida antes de que crezca y no queden bolsas de aire. Aquí no hay nada de valor que yo pueda ver. Debí haber arrancado los ojos de ónice de los enanos de madera cuando tuve la oportunidad. Ya no los conseguiré nunca, ahora.
—Hemos de marchar —asintió Dhamon.
Estaba unos metros más allá, fuera ya de la aureola de luz verde. Su piel se había secado, y sus cabellos y ropas empezaban a secarse ya, también. Sus negros rizos se curvaban ahora con suavidad en la base del cuello.
—Hemos perdido demasiado tiempo.
El kobold hizo caso omiso de él y volvió a subir los peldaños, rodeó el estanque, se sentó en el extremo opuesto al que estaban Rig y Rikali y empezó de nuevo con su canturreo mágico. Luego se detuvo y alzó los ojos para mirarlos.
—No tengo por qué canturrear, sabéis —les informó—. Sólo hace que la magia me resulte más fácil. Me concentro mejor.
—¿Magia? —Rig lanzó un suspiro por entre los apretados dientes—. ¿El kobold realmente sabe magia? ¿Es un hechicero? ¿Un kobold hechicero? Pensaba que eso de encender la pipa no era más que un truco.
—No estoy familiarizado con la clase de magia que usaba la gente que construyó este lugar —anunció Trajín servicial, arremangándose las mangas de la túnica para, a continuación, retorcer el aro de su nariz con ademanes teatrales—. ¿Veis esas esferas? Representan a Nuitari, una de las lunas mágicas que suelen flotar en el cielo nocturno. Desde luego, eso fue bastante antes de que yo naciera, en esa época en que la magia era algo que casi todo el mundo podía aprender… antes de que tuvieras que tener una chispa especial dentro de ti. Hechiceros Túnicas Negras y cosas así, creo que los llamaban. Raistlin. Él era uno de ellos.