—Hemos de irnos, Trajín —repitió.
El sonido del río parecía más fuerte, y volvió a echarle una ojeada. Había empezado a derramarse por el suelo de la sala, y ya no habría muchas bolsas de aire.
—Ilbreth —respondió el kobold al cabo de un momento, con voz baja y áspera—. Mi nombre es Ilbreth. Y no eres tan malo. Para ser un humano.
Es Fiona —pensó el marinero—. Me ha contagiado su forma de ser y me ha ablandado.
—Vamos, Ilbreth —dijo en voz alta; dio media vuelta y abandonó la plataforma, dando patadas a unas cuantas rocas y cráneos—. No voy a esperarte más tiempo —añadió innecesariamente.
Pero sí esperó y cuando el kobold no se reunió con él, volvió la cabeza y miró a su espalda.
Trajín yacía en el suelo, inmóvil.
12
El regreso a Bloten
Dhamon dejó de nadar poco después de girar para seguir la estrecha bifurcación, que estuvo a punto de pasar por alto; no había motivo para realizar aquel esfuerzo extra. La corriente era tan fuerte que el hombre era como un pedazo de madera arrastrado por ella. Se concentró en mantener las piernas rectas y los brazos pegados al cuerpo, esperando no rozar contra ningún muro de rocas afiladas. La cabeza le martilleaba y los pulmones exigían aire con desesperación, pero no había ni una gota; ni una sola bolsa de aire desde que había llenado los pulmones en la sala iluminada por la luz verdosa. No existía otra cosa que esa oscuridad total y un sonido constante y ensordecedor.
Empezó a sentirse mareado, y se halló pensando en Feril y en los dragones y en aquella noche en la Ventana a las Estrellas. Sentía un hormigueo en la pierna, lo venía notando desde que empezaron a explorar la vieja sala de los hechiceros Túnicas Negras. Había empezado a emitir oleadas de intenso calor y frío paralizador justo en el momento en que pidió a Trajín que descubriera el origen de la lluvia. Y había empeorado poco antes de abandonar la sala, auténtico motivo por el que había dejado atrás a Rig y al kobold. Cuando el dolor se apoderaba de él, no podía pensar en nada más.
El pasillo describía un brusco ángulo y Dhamon fue lanzado contra una afilada roca; por un breve momento, pensó que ahogarse podría ser una bendición: no más dolor. Alguien hallaría un cadáver con un recuerdo de una hembra de dragón señora suprema fijado a su pierna putrefacta. Entonces percibió un oleaje y notó que unas rocas rozaban su estómago; sintió que se hundía, impulsado a través de una cortina de agua que lo golpeó arrebatándole el poco aire que le quedaba en los pulmones y hundiéndolo hacia el fondo. Sus ojos seguían abiertos, pero todo lo que podía ver era de un gris oscuro y lóbrego. Luego el agua se tornó más clara, del color de una niebla espesa, y fue arrastrado más abajo. Distinguió formas. Cosas curiosas: ¿una casa de piedra? ¿Un pozo cubierto? ¿Un carro? Todo ello bajo el agua.
Dhamon fue empujado hasta el mismo fondo por la fuerza del agua de la catarata. Notó que sus pies tocaban algo sólido y consiguió impulsarse hacia arriba, y luego empezó a patalear al llegar a la superficie. Tenía que hacer un gran esfuerzo para pedalear en el agua, pues el dolor producido por la escama era tan intenso que amenazaba con sumergirlo y enviarlo de nuevo al fondo. Se iniciaron violentos temblores en sus músculos, y se impelió inconscientemente hacia la orilla, concentrándose en una parcela de terreno fangoso, al tiempo que daba boqueadas e intentaba suprimir de su mente la posibilidad de morir. Consiguió llegar a la orilla y arrastrarse en parte fuera del agua antes de rendirse por fin al agotamiento y al dolor abrasador y helado y sumirse en una misericordiosa inconsciencia.
La cabeza de Rikali salió a la superficie justo detrás de él y empezó a tragar aire puro con avidez.
—¡Cerdos, estaba segura de que íbamos a morir, amor! Jamás pensé que me alegraría tanto de ver toda esta lluvia. ¡Es hermosa! —Pedaleó por el agua e inhaló con fuerza, al tiempo que percibía el rugir de la cascada a su espalda y el casi silencioso tamborileo de la lluvia—. ¿Dhamon? ¿Dónde estás, Dhamon?
El pánico se apoderó de su corazón cuando él no respondió. La semielfa miró furtivamente alrededor, hasta descubrirlo en la orilla, con medio cuerpo en el agua. Nadó apresuradamente hacia él, alcanzó tierra firme y giró a su compañero de espaldas sobre el suelo, soltando un suspiro de alivio al comprobar que su pecho ascendía y descendía, para a continuación dedicarse a limpiarle el lodo del rostro. Las extremidades del hombre temblaban.
—Es esta condenada escama —siseó la mujer—. Juntos encontraremos una cura para ella, amor. Deberíamos haber preguntado a ese estanque, haber hecho que Trajín retorciera los dedos y preguntara cómo curarte. Cómo podría hacerse. Ayudarte a ti es más importante que Shrentak y esta lluvia. ¿Por qué no se me ocurrió? ¿Tan egoísta soy que no pensé en ello? —Empezó a apartarle los cabellos del rostro que estaba crispado por el dolor; luego lo arrastró fuera del agua, y alzó la vista hacia la catarata, preguntándose distraídamente por el kobold—. Es un inútil, ese Trajín. De haber pensado un poco, habría podido preguntarle al estanque sobre tu escama. Es culpa suya, ya lo creo. No mía. Culpa suya. Se cree tan listo. Bien, pues no es nada listo. No sirve para nada. Pero no te preocupes, amor. Cuando deje de llover y toda esta agua se seque, regresaremos a esa cueva y le echaremos otra mirada al estanque. Encontraremos un remedio para esa cosa. Lo prometo.
Hizo todo lo que pudo por acunar a Dhamon, meciéndolo y limpiando el barro de su túnica.
—Y cuando estés curado encontraremos un lugar para nuestra magnífica casa. Tendremos un comedor más grande que el del palacio de Donnag y habitaciones para los pequeños que crecerán muy guapos y se parecerán a ti. Y tendremos un jardín interminable lleno de fresas y frambuesas, y plantaré uvas, también. A lo mejor aprenderemos a fabricar vino. Vino dulce. Ya verás, amor, será…
En ese instante la cabeza de Rig apareció en la superficie, escupiendo y dando boqueadas, con la alabarda bien sujeta en la mano. Aspiró con fuerza, luego volvió a hundirse, lo que sorprendió a Rikali e hizo que se pusiera en pie.
—¿Qué haces?
La semielfa echó una ojeada a Dhamon para asegurarse de que seguía respirando y luego se acercó en silencio al borde de la depresión. Miró con atención por entre la neblina y vio que el marinero volvía a salir a la superficie, con el kobold sujeto al pecho. Agitó la mano para atraer la atención del ergothiano y luego regresó junto a Dhamon. Los ojos de éste se abrieron con un parpadeo, y ella sonrió.
—¿Te sientes bien? —preguntó.
Dhamon asintió al tiempo que se incorporaba con un esfuerzo. Se sentía dolorido aún, pero su mirada se centró en el marinero y el kobold. El rostro de Rig mostraba varios cortes, sin duda por haber chocado contra afiladas rocas sumergidas, y la capa del kobold estaba hecha jirones. El marinero se limpió la sangre mientras se arrastraba fuera del agua, dejaba caer la alabarda en la orilla y depositaba con cuidado a Trajín en el suelo.
—¿Qué le pasa a Trajín? —Rikali dio un vacilante paso hacia ellos.
Rig se dejó caer junto al cuerpo del kobold y contempló con fijeza la catarata.
—¿Trajín? —repitió la mujer con cierta indecisión, luego adoptó un tono de reprimenda—. Me preguntaba si vosotros dos conseguiríais llegar. Tanto jugar con el estanque mágico… Podríais haberos dado un poco de prisa.
—Ilbreth está muerto —anunció el otro con sencillez.
La semielfa aspiró con fuerza y avanzó tambaleante hacia la orilla, dejándose caer de rodillas para sacudir con suavidad el cuerpo de la criatura.
—¿Se ha muerto y me ha dejado? —Echó una veloz mirada a Rig, en busca de una explicación—. Trajín no se moriría y me dejaría así. Él no lo haría.
El marinero siguió observando la cascada.
—Pobre Trajín —gorjeó.