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—Nada. Nos interesan los trabajadores a las órdenes de los ogros. Ogros de nuestra tribu han sido capturados, como ya explicamos, en vil represalia por la muerte de los dracs. ¡Y estos compatriotas trabajan allí como esclavos hasta morir, y nos no vamos a permitirlo!

—De modo que quieres liberar a los ogros —comentó Dhamon—. Parece un objetivo razonable. —En voz mucho más baja, dijo—: Eso debería hacer que la lluvia continuara al menos otro mes o más. —Desde unos metros de distancia, contemplaba ahora la pared cubierta de armas—. Pero Fiona cree que tus hombres van a Takar —añadió.

El otro no respondió. Su atención estaba puesta en una rodela de plata, en la que se reflejaba con claridad su rostro dentudo.

—Ah, Takar y las minas se hallan en la misma dirección más o menos —observó Maldred, que se frotaba la barbilla distraídamente—. La dama guerrera nunca ha estado en ninguno de los dos sitios y no descubrirá la treta hasta que sea demasiado tarde. Y entonces se verá obligada a ayudar de todos modos, pues aborrece la esclavitud. Sí, me gusta este plan. Creo que haré este recado para ti, Donnag.

—Maldred, Fiona creerá que la estás ayudando —dijo Dhamon, con voz cautelosa—. Le dijiste…

—Que soy un ladrón —finalizó él—. Es culpa suya si no se da cuenta de que también soy un mentiroso. Al menos tendrá una escolta para adentrarse en el pantano, y habrá obtenido lo que buscaba, un rescate por su hermano, aunque no le servirá de nada y al final será devuelto a lord Donnag. Y yo habré obtenido lo que prefiero, un poco más de su deliciosa compañía. Realmente puedo hacer lo que quiera con ella.

—Así que quieres quitársela a Rig —murmuró Dhamon—. Como te llevaste a la esposa del mercader. Y a muchas otras. Siempre serás un ladrón, mi grandullón amigo. ¿Me pregunto si la mantendrás a tu lado más tiempo del que tuviste a las otras?

Maldred sonrió afectuosamente y encogió los enormes hombros; luego se encaminó despacio hacia una hilera de arcones.

—La vi luchar contra aquellos trolls. ¡Una auténtica experta con la espada! En efecto, debía de ser realmente formidable para haberte ayudado en la Ventana a las Estrellas. ¡Una espada de primera con un corazón fiero y sangre en las venas! Ah, me gusta, Dhamon. Tal vez la mantendré a mi lado durante un tiempo.

—Y si esquiva ese hechizo que le has lanzado para obtener su favor…

—En ese caso, ¿qué habré perdido? El amor es efímero, al fin y al cabo. Con el tiempo la dejaré marchar, incólume, en honor a tu amistad por ella. Contigo, Dhamon Fierolobo, siempre he mantenido mi palabra.

—No me importa lo que hagas con ella —repuso el otro—. Sólo quiero mi espada, como se me prometió.

—¿No te preocupa en absoluto, Dhamon, que tu amiga solámnica sea engañada? —El rostro del hombretón adoptó una expresión extraña.

—Antigua amiga. —El hombre se aproximó más a las armas—. Y no, no me preocupa. De hecho, encuentro todo el asunto divertido.

Se detuvo ante un cofre rebosante de joyas y extrajo un puñado de collares de él. Extendió con cuidado la mano a su espalda y los depositó en su morral, lo cerró, y decidió que ya había acabado con todas aquellas baratijas.

—¿La espada, Donnag?

El caudillo ogro frunció el entrecejo, su atención arrancada por fin de su propio reflejo.

—Maldred irá al pantano a petición mía. Dice que eres su amigo y socio. Nos pensamos que deberías unirte a él. Lucha por mí, Dhamon Fierolobo, y te recompensaremos más allá de lo que puedas imaginar.

—No gracias. Los trolls ya me facilitaron ejercicio suficiente. No pienso ir a las minas, ni tampoco a ninguna otra parte de los dominios de Sable.

Dirigió una veloz mirada al hueco por el que Donnag y Maldred habían penetrado en la estancia. No existía el menor indicio de que hubiera nadie más allí atrás. Los tres estaban solos.

—Pero tú eres un guerrero y… —objetó Donnag, alzando una mano.

—La espada. Nuestro trato. ¿Recuerdas? No voy a volver a pedirlo. —Dhamon señaló la pared—. Tienes las gemas del valle. Talud del Cerro y los otros pueblos están a salvo de los lobos. Ahora quiero lo que es mío. El arma que elegí.

—Muy bien, Dhamon Fierolobo —Donnag aferró los brazos de su trono y se incorporó—. Tendrás nuestra muy especial espada. Como se te prometió.

El caudillo ogro avanzó despacio hacia el muro donde estaban las armas. Su rostro era sombrío, los ojos clavados con expresión pesarosa en las armas, como si estuviera poco dispuesto a desprenderse de una sola siquiera y reducir así su magnífica colección.

Estaban colocadas de izquierda a derecha, desde las hojas más cortas a las más largas. Las primeras incluían dagas, algunas de las cuales no medían más que unos pocos centímetros. Las últimas eran de tal tamaño que a Dhamon le habría resultado imposible usarlas, aunque algunos de los ogros más grandes y fuertes de Bloten podrían haber conseguido manejarlas. Más de cien dagas y espadas en total, y todas valiosas, por su ejecución, por los materiales o porque habían sido espléndidamente hechizadas en una época en que la magia abundaba en el mundo. Había unas cuantas hachas en el conjunto, también muy trabajadas, espadones dobles y una docena de mazos arrojadizos enanos.

Donnag suspiró, extendió las manos y bajó con cuidado una espada larga situada justo encima de su cabeza. Giró despacio, como para dejar que la hoja danzara bajo la luz de las antorchas, y se la tendió.

—La espada de Tanis el Semielfo.

Dhamon se adelantó y tomó el arma, cerrando los dedos con veneración sobre la empuñadura que estaba hecha a base de tiras de plata, bronce y acero ennegrecido. El travesaño era de platino, en forma de brazos fornidos que terminaban en zarpas que sujetaban esmeraldas de un verde brillante. La pasó de una mano a otra, sopesando su perfecto equilibrio al tiempo que observaba la exquisita hoja grabada con docenas de imágenes: lobos que corrían, águilas en vuelo, enormes felinos agazapados, serpientes enrolladas a verracos, caballos encabritados.

—Un arma magnífica —indicó en tono elogioso. Giró en redondo, moviendo la hoja con él, como si luchara contra un adversario invisible—. Una obra de arte.

—Es apropiada para ti —repuso Donnag—. Una espada famosa para un espadachín famoso; para Dhamon Fierolobo que se atrevió a enfrentarse a los señores supremos dragones.

Dhamon prosiguió sus movimientos con la espada, luego se relajó por un instante, sosteniendo el arma paralela a su pierna. Cerró la mano con más fuerza en la empuñadura, y luego saltó de repente al frente, recorriendo en un segundo la distancia que lo separaba del caudillo ogro, para golpear con el codo el enorme pecho del ogro.

Sorprendido y farfullando, Donnag dio un traspié, con lo que sus hombros chocaron contra un arcón y lo volcaron, lanzando monedas y joyas por todo el suelo. Dhamon pateó tan fuerte como pudo el estómago desprotegido del ogro, y el golpe fue suficiente para hacerle perder el equilibrio al caudillo, que se desplomó pesadamente de espaldas, derribando varias esculturas y haciendo añicos jarrones de cristal.

Sin una pausa, Dhamon volvió a atacar, hundiendo el tacón de la bota en el estómago del caído y lanzando la espada hacia abajo para amenazar la garganta de su adversario.

—No te muevas —siseó—. O Blode tendrá que buscarse un nuevo líder. —Lanzó una veloz mirada al hueco de la pared, pero no salió ningún ogro de allí—. Un jefe que lleve guardias a su cámara del tesoro.

—Por todas las capas del Abismo, ¿qué estás haciendo? —gritó Maldred.

El hombretón hizo un movimiento para acercarse, pero Dhamon le advirtió que retrocediera presionando con la punta de la espada en la garganta de Donnag hasta hacer brotar una gota de sangre.

—¡Atrás! —replicó el guerrero—. Esto es entre Donnag y yo.

En el mismo instante en que Dhamon echaba una mirada a su camarada para asegurarse de que el fornido ladrón no se movía, el caudillo ogro entró en acción. Usando su enorme tamaño en su favor, rodó a un lado, quitándose de encima a su adversario. Al mismo tiempo, su enorme mano agarró el tobillo de Dhamon y tiró, arrojándolo de espaldas contra un pedestal de mármol, lo que lo dejó momentáneamente aturdido.