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—No sé qué haréis vosotros, pero yo voy tras la niña —dijo Rig—. Tiene mi alabarda. Y pienso recuperarla.

—¿No está muerta? —Dhamon parecía sorprendido, pues estaba seguro de que se había convertido en cenizas como los trolls.

—¡Qué va! —el marinero negó con la cabeza—. Veo las huellas de sus pies que se alejan. Y puesto que todavía tiene mi alabarda, voy a seguirlas. Se dirigen al oeste. Nosotros vamos en la misma dirección. Hacia Shrentak.

Dhamon se apartó de Maldred y se acercó al ergothiano, que estudiaba con suma atención las huellas. Wyrmsbane seguía en su mano. Sintió la vibración de la empuñadura.

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