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– ¿Qué pasó? -inquiere-. ¿Estás segura de que viste a alguien arrastrando a Benjamín por el pasillo?

– Sí -contesta ella con desesperación.

– Pero ¿no viste quién era?

– Tiraba de las piernas de Benjamín arrastrándolo por el pasillo y luego salió por la puerta. Yo estaba tumbada en el suelo…, no podía moverme.

Las lágrimas vuelven a brotar, él la abraza y ella solloza contra su pecho, temblando de la cabeza a los pies. Cuando se calma un poco, lo aleja empujándolo suavemente.

– Erik -dice-, tienes que encontrar a Benjamín.

– Sí -asiente él, y sale de la habitación.

La enfermera llama entonces a la puerta y entra. Simone cierra los ojos para no tener que verla llenar los cuatro tubos de sangre.

Erik se dirige a su despacho en el hospital mientras piensa en el trayecto en ambulancia de esa mañana, cuando encontró a su esposa desvanecida en el suelo, casi sin pulso. El rápido recorrido por la ciudad iluminada, el tráfico de hora punta que se apartaba, los vehículos subiéndose a las aceras. El lavado gástrico, la eficacia de la médico, su serena celeridad. La mascarilla de oxígeno y la pantalla oscura con el ritmo cardíaco irregular.

Enciende su teléfono móvil en el pasillo, se detiene y escucha todos los mensajes nuevos. El día anterior, un policía llamado Roland Svensson lo llamó cuatro veces para ofrecerle protección policial. No hay ningún mensaje de Benjamín o de alguien que tenga que ver con su desaparición.

Decide llamar a Aida y siente una súbita oleada de pánico cuando la chica le dice con voz aterrada que no tiene ni idea de dónde puede estar Benjamin.

– ¿No puede haber ido a ese sitio de Tensta?

– No -contesta ella.

Erik llama entonces a David, un amigo de Benjamin. Es su madre quien contesta. Cuando la mujer le dice que no ha visto a Benjamin desde hace varios días, él corta sin más la llamada dejándola con la palabra en la boca.

Marca el número del laboratorio para que le informen de los análisis de Simone, pero le dicen que aún no pueden darle una respuesta: la sangre acaba de llegar.

– Esperaré al teléfono -dice él.

Los oye trabajar y, después de un rato, el doctor Valdés coge el auricular y declara con voz áspera:

– Hola, Erik. Parece que se trata de Rapifen o algo similar al alfentanilo.

– ¿Alfentanilo? ¿Un anestésico?

– Probablemente robado en un hospital o a un veterinario. Nosotros no solemos usarlo porque es altamente adictivo. Según parece, tu mujer ha tenido muchísima suerte.

– ¿Por qué? -pregunta Erik.

– Porque sigue con vida.

Erik vuelve a la habitación de Simone para preguntarle por los detalles del secuestro, repasarlo todo una vez más, pero ve que se ha quedado dormida. Tiene los labios agrietados a causa del lavado gástrico.

El teléfono suena entonces en su bolsillo y sale apresuradamente al pasillo antes de contestar.

– ¿Sí?

– Soy Linnea, de recepción, tiene usted visita.

Erik tarda unos segundos en comprender que la mujer se refiere a la recepción de neurología, que quien está hablando es Linnea Akesson, que lleva cuatro años trabajando en el hospital.

– ¿Doctor Bark? -pregunta ella con precaución.

– ¿Tengo visita? ¿Quién es?

– Joona Linna -contesta ella.

– Bien, que suba a la cafetería. Lo esperaré allí.

Erik corta la llamada y luego permanece de pie en el pasillo mientras los pensamientos cruzan su mente a toda velocidad. Piensa en los mensajes de su contestador, en que Roland Svensson, de la policía, lo llamó una y otra vez para ofrecerle protección. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Me ha amenazado alguien?, se pregunta, y a continuación se queda petrificado al caer en la cuenta de lo inusual que resulta que un comisario de la policía judicial vaya a verlo personalmente en lugar de llamar por teléfono.

Se dirige a la cafetería, se detiene delante de las campanas de plástico que protegen los diferentes bocadillos, nota el aroma dulzón de las rebanadas de pan con sirope y siente una oleada de náuseas. Le tiemblan las manos cuando se sirve agua en un vaso estriado.

Joona está subiendo para contarle que han encontrado el cuerpo de Benjamín, se dice, por eso viene en persona. «Me va a pedir que me siente y luego me va a contar que mi hijo está muerto.» Erik no quiere ni pensarlo, pero de todas formas la idea está ahí; no la cree, se niega a creerla, pero vuelve todo el tiempo. Más y más rápidamente, los pensamientos muestran imágenes terroríficas del cuerpo de Benjamín tendido en una cuneta, junto a la autovía, dentro de unas bolsas de basura en una zona boscosa, o flotando en una playa fangosa.

– ¿Café?

– ¿Qué?

– ¿Le sirvo?

Una mujer joven con el pelo rubio y brillante está de pie junto a la cafetera, sujetando la jarra llena. El café recién hecho humea. Ella lo mira inquisitiva y entonces él se da cuenta de que tiene una taza vacía en la mano, niega con la cabeza y al mismo tiempo ve a Joona Linna entrando en la cafetería.

– Vayamos a sentarnos -dice.

La mirada del comisario es de preocupación, huidiza.

– Vale -dice Erik en voz baja después de un momento.

Se sientan a una mesa del fondo; está cubierta con un mantel de papel y sobre ella hay un salero. Joona se rasca una ceja y murmura algo.

– ¿Qué? -pregunta Erik.

Joona se aclara la garganta y luego dice:

– Hemos intentado localizarlo.

– Ayer no cogí el teléfono -explica él débilmente.

– Erik, siento tener que informarle de que… -Joona se interrumpe, le dirige una mirada pétrea y explica-: Josef Ek se ha escapado del hospital.

– ¿Qué?

– Tiene usted derecho a protección policial.

A Erik empieza a temblarle la boca y los ojos se le llenan de lágrimas.

– ¿Eso era lo que iba a contarme? ¿Que Josef se ha escapado?

– Sí.

Erik se siente tan aliviado que le gustaría echarse al suelo para dormir. Rápidamente se seca las lágrimas de los ojos.

– ¿Cuándo escapó?

– Anoche… Mató a una enfermera e hirió gravemente a un hombre -dice Joona penosamente.

Erik asiente varias veces y las ideas se conectan rápidamente de forma nueva y aterradora en su cabeza.

– Anoche vino a casa y se llevó a Benjamín -declara.

– ¿Cómo dice?

– Que se ha llevado a Benjamín.

– ¿Lo vio usted?

– No, pero Simone…

– ¿Qué pasó?

– A Simone le inyectaron un potente anestésico -dice Erik lentamente-. Acabo de recibir el resultado del análisis, es un preparado llamado alfentanilo que se usa para realizar intervenciones quirúrgicas importantes.

– Pero ¿está bien?

– Se recuperará.

Joona asiente y anota el nombre del fármaco.

– ¿Simone dice que Josef se llevó a Benjamín?

– No le vio la cara.

– Comprendo.

– ¿Encontrarán a Josef? -pregunta Erik.

– Lo encontraremos, cuente con ello. Se ha alertado a todos los agentes del país -contesta Joona-. Está gravemente herido. No irá a ninguna parte.

– Pero ¿no tienen ninguna pista?

Joona lo mira con rigor.

– Creo que lo cogeremos pronto.

– Bien.

– ¿Dónde estaba usted cuando se presentó en su casa?

– Estaba durmiendo en el cuarto de invitados -explica Erik-. Me había tomado un somnífero y no oí nada.

– Así que cuando el chico entró sólo vio a su esposa en el dormitorio.

– Probablemente.

– No obstante, hay algo que no encaja.

– Es fácil pasar por alto el cuarto de invitados: parece más bien un ropero, y cuando la puerta del baño está abierta, obstruye el acceso.

– No me refiero a eso -dice el policía-. Quiero decir que no encaja con Josef… Él no va por ahí poniendo inyecciones a la gente; su comportamiento es mucho más agresivo.