Выбрать главу

—¡Sacúdelo! ¡Despiértalo! —gritaron los otros, impacientes.

A Galion no le gustó nada que lo sacudieran y despertaran, y mucho menos que se rieran de él. —Estáis retrasados —gruñó—. Aquí estoy yo, esperando y esperando, mientras vosotros bebéis y festejáis y olvidáis vuestras tareas. ¡No os maraville que caiga dormido de aburrimiento!

—No nos maravilla —dijeron ellos—, ¡cuando la explicación está tan cerca en un jarro! ¡Vamos, déjanos probar tu soporífero antes de que comencemos la tarea! No es necesario despertar al joven de las llaves. Por lo que parece, ha tenido su ración.

Bebieron entonces una ronda, y de repente todos se pusieron muy contentos. Pero no perdieron por completo la cabeza. —¡Sálvanos, Galion! —gritó de pronto alguien—. ¡Empezaste la fiesta temprano y se te embotó el juicio! Has apilado aquí algunos toneles llenos en lugar de los vacíos, a juzgar por lo que pesan.

—¡Continuad con el trabajo! —gruñó el mayordomo—. Los brazos ociosos de un levantacopas nada saben de pesos. Éstos son los que hay que llevar y no otros. ¡Haced lo que digo!

—¡Está bien, está bien! —le respondieron haciendo rodar los barriles hasta la abertura—. ¡Tú serás el responsable si las cubas de mantequilla del rey y el vino mejor son empujados al río para que los hombres del lago se regalen gratis!

¡Rueda-rueda-rueda-rueda,

rueda-rueda-rueda bajando a la cueva!

¡Levantad, arriba, que caigan a plomo!

Allá abajo van, chocando en el fondo.

Así cantaban, mientras primero uno, y luego otro, los barriles bajaban retumbando a la oscura abertura y eran empujados hacia las aguas frías que corrían unos pies más abajo. Algunos eran barriles realmente vacíos; algunos eran cubas bien cerradas con un enano dentro; todos cayeron, uno tras otro, golpeando y entrechocándose, precipitándose en el agua, sacudiéndose contra las paredes del túnel, y flotando lejos corriente abajo.

Fue entonces precisamente cuando Bilbo descubrió de pronto el punto débil del plan. Seguro que ya os disteis cuenta hace tiempo, y os habéis reído de él; pero no creo que hubierais conseguido ni la mitad de lo que él consiguió. ¡Por supuesto, él no estaba en ningún barril, ni había nadie allí para embalarlo, aun si se hubiera presentado la oportunidad! Parecía como si esta vez fuese a perder de veras a sus amigos (ya habían desaparecido casi todos a través de la escotilla oscura), que lo dejarían atrás para siempre, de modo que él tendría que quedarse allí escondido, como un saqueador sempiterno de las cuevas de los elfos. Pues aun si hubiera podido escapar en seguida por los portones superiores, no tenía muchas posibilidades de reencontrarse con los enanos. No sabía cómo llegar al sitio donde recogían los barriles. Se preguntó qué demonios les ocurriría sin él; pues no había tenido tiempo de contar a los enanos todo lo que había averiguado, o lo que se había propuesto hacer, una vez fuera del bosque.

Mientras todos estos pensamientos le cruzaban por la mente, los elfos, que parecían ahora muy animados, comenzaron a entonar una canción junto a la puerta del río. Algunos habían ido ya a tirar de las cuerdas que alzaban la compuerta para dejar salir los barriles tan pronto como todos flotaran abajo.

¡Bajas la rápida corriente oscura

de vuelta a tierras que antaño conociste!

Deja las salas y cavernas profundas,

las escarpadas montañas del norte,

donde el bosque tenebroso y ancho

en sombras grises y hoscas se inclina.

Más allá de este mundo de árboles

flota saliendo hacia la brisa,

más allá de las cañadas y los juncos,

más allá de las hierbas del pantano,

en la neblina blanca que asciende

del lago nocturno y de los charcos.

¡Sigue, sigue a las estrellas que asoman

arriba en cielos fríos y empinados,

gira con el alba sobre la tierra,

sobre la arena, sobre los rápidos!

¡Lejos al Sur, y más lejos al Sur!

¡Busca la luz del sol y la del día,

de vuelta a los pastos, y a los prados,

que a vacas y bueyes apacientan!

¡De vuelta a los jardines de las lomas

donde las bayas crecen y maduran

bajo la luz del sol y bajo el día!

¡Lejos al Sur, más lejos al Sur!

¡Bajas la rápida corriente oscura

de vuelta a tierras que antaño conociste!

¡Ya el último de los barriles iba rodando hacia las puertas! Desesperado, y no sabiendo qué hacer, el pobre pequeño Bilbo se aferró al barril y fue empujado con él sobre el borde. Cayó abajo en el agua fría y oscura, con el barril encima, y subió otra vez balbuceando y arañando la madera como una rata, pero a pesar de todos sus esfuerzos no pudo trepar. Cada vez que lo intentaba, el barril daba una media vuelta y lo sumergía otra vez. El barril estaba realmente vacío, y flotaba como un corcho. Aunque Bilbo tenía las orejas llenas de agua, aún podía oír a los elfos cantando arriba en la bodega. Entonces, de súbito, las escotillas cayeron y las voces se desvanecieron a lo lejos. Bilbo estaba ahora en un túnel oscuro, flotando en el agua helada, completamente solo... pues no puedes contar con amigos que flotan encerrados en barriles.

Muy pronto una mancha gris apareció delante, en la oscuridad. Oyó el chirrido de la compuerta que se levantaba, y se encontró en medio de una fluctuante y entrechocante masa de toneles y cubas, todos empujando juntos para pasar por debajo del arco y salir a las aguas del río. Trató por todos los medios de impedir que lo golpearan y machacaran; pero al fin, los barriles apiñados comenzaron a dispersarse y a balancearse, uno por uno, bajo la arcada de piedra y más allá. Entonces Bilbo vio que no le habría servido de mucho si hubiese subido a horcajadas sobre el barril, pues apenas había espacio, ni siquiera para un hobbit, entre el barril y el techo ahora inclinado de la compuerta.

Fuera salieron, bajo las ramas que colgaban desde las dos orillas. Bilbo se preguntaba qué sentirían en ese momento los enanos, y si no estaría entrando mucha agua en las cubas. Algunas de las que pasaban flotando en la oscuridad, junto a él, parecían bastante hundidas en el agua, y supuso que llevarían enanos dentro.

«¡Espero haber ajustado bastante las tapas!», pensó, pero en seguida estuvo demasiado preocupado por sí mismo para acordarse de los enanos. Conseguía mantener la cabeza sobre el agua de algún modo, pero temblaba de frío, y se preguntó si moriría congelado antes de que la suerte cambiase, cuánto tiempo sería capaz de resistir, y si podía correr el riesgo de soltarse e intentar nadar hasta la orilla.

La suerte cambió de pronto: la corriente arremolinada arrastró varios barriles a un punto de la ribera, y allí se quedaron un rato, varados contra alguna raíz oculta. Bilbo aprovechó entonces la ocasión para trepar por el costado del barril apoyado contra otro. Subió arrastrándose como una rata ahogada, y se tendió arriba, tratando de mantener el equilibrio. La brisa era fría, pero mejor que el agua, y esperaba no caer rodando de repente.