—No —replicó Carvajal—. El mensaje le fue transmitido de forma correcta y literal, pero su mente lo revolvió y lo codificó, pues usted estaba dormido y era incapaz de operar sus receptores de forma adecuada. Sólo la mente racional despierta puede procesar y asimilar tales mensajes de manera fiable. Pero la mayor parte de las personas despiertas rechazan totalmente los mensajes, y cuando están dormidas sus mentes trastocan todo lo que les llega.
—¿Usted cree que mucha gente recibe mensajes desde el futuro?
—Creo que todo el mundo —dijo Carvajal con vehemencia—. El futuro no es el reino inaccesible e intangible que se cree. Pero muy pocos admiten su existencia, salvo como concepto abstracto. ¡Y por eso les llegan tan pocos mensajes! —su expresión se caracterizaba ahora por una intensidad sobrenatural. Bajó la voz y me dijo—: El futuro no es una simple construcción verbal. Es un lugar con una existencia propia. Justo ahora, según estamos sentados aquí, nos encontramos también allí, en allí más uno, en allí más dos, en allí más n, en una infinidad de allís, todos ellos simultáneos, anteriores y posteriores al mismo tiempo a nuestra actual posición en la línea del tiempo. Esas otras posiciones no son ni más ni menos reales que ésta. Se encuentran simplemente en un lugar que no es aquel en que se ubica de momento la sede de nuestras percepciones.
—Pero, de cuando en cuando, nuestras percepciones…
—Dan el salto —dijo Carvajal—. Se desvían hacia otros segmentos de la línea del tiempo. Recogen acontecimientos, estados de ánimo o fragmentos de conversación que no pertenecen al «ahora».
—Pero ¿son nuestras percepciones las que se desvían —pregunté—, o son los propios acontecimientos los que están mal anclados en su propio «ahora».
Se encogió de hombros.
—¿Qué importa eso? No hay forma de averiguarlo.
—¿No le preocupa saber cómo funciona? ¡Toda su vida dominada por ello, y usted ni siquiera…!
—Ya le dije —me respondió Carvajal— que tengo muchas teorías. Tantas, de hecho, que se contrarrestan y anulan unas a otras. Lew, Lew, ¿cómo puede pensar que no me preocupa? He consagrado toda mi vida a intentar comprender en qué consiste mi don, mi poder, y puedo responder a cualquiera de sus preguntas con una docena de respuestas, cada una de ellas tan plausible como la anterior. La teoría de las dos líneas de tiempo, por ejemplo. ¿Se la he contado ya?
—No.
—Bien, entonces… —sacó fríamente una pluma y trazó dos firmes líneas paralelas en el mantel. Señaló los extremos de una línea X e Y y los de la otra X' e Y'—. La línea que va desde X a Y es el curso de la historia tal como lo conocemos. Comienza con la creación del universo en X y termina con el equilibrio termodinámico en Y, ¿correcto? Y éstas son algunas de las fechas significativas a lo largo del tiempo —con pequeños trazos nerviosos, fue cruzando las dos líneas, comenzando por el lado de la mesa más próximo a él y avanzando hacia mí—. Esta es la era del hombre de Neanderthal. Esta es la época de Jesucristo. Esto es mil novecientos treinta y nueve, el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Dicho sea de pasada, también el comienzo de Martín Carvajal. ¿Cuándo nació usted? ¿Hacia mil novecientos setenta?
—En mil novecientos sesenta y seis.
—Mil novecientos sesenta y seis. Está bien. Y aquí está usted, en mil novecientos sesenta y seis. Y éste es el año en curso, mil novecientos noventa y nueve. Digamos que usted va a llegar a los noventa. Este es, pues, el año de su muerte, dos mil cincuenta y seis. Esto por lo que se refiere a la línea X–Y. Pasemos ahora a la otra, a la línea X'–Y', que representa también el transcurso de la historia en este universo, exactamente el mismo transcurso de la historia que en la otra línea. Sólo que en sentido contrario.
—¿Cómo?
—¿Por qué no? Supongamos que existen muchos universos, cada uno de ellos independientes de todos los demás, conteniendo su propio juego de soles y planetas y de acontecimientos que ocurren sólo para dicho universo. Una infinidad de universos, Lew. ¿Hay alguna razón lógica por la que el tiempo tenga que fluir en el mismo sentido en todos ellos?
—Entropía —musité—. Las leyes de la termodinámica. La flecha del tiempo. El principio de causa y efecto.
—No voy a refutar ninguna de esas teorías. Por lo que sé, son todas válidas dentro de un sistema cerrado —dijo Carvajal—. Pero un sistema cerrado no tiene responsabilidades entrópicas con respecto a otro sistema cerrado, ¿no? El tiempo puede transcurrir desde A a Z en un universo y desde Z a A en otro, pero sólo un observador ajeno a ambos podrá darse cuenta de ello siempre que, dentro de cada universo, el flujo de las cosas vaya de causa a efecto y no en sentido contrario. ¿Reconoce que todo esto es perfectamente lógico?
Cerré mis ojos un instante, y dije:
—Está bien. Tenemos una infinidad de universos, separados todos ellos entre sí, y la dirección del flujo del tiempo en cualquiera de ellos puede parecer disparatada en relación con la de todos los demás. ¿Y qué?
—En una infinidad de cualquier cosa se dan todos los casos posibles, ¿no?
—Sí. Por definición.
—Pero, entonces, estará también de acuerdo —continuó Carvajal— en que en esa infinidad de universos no conexionados entre sí puede haber uno idéntico al nuestro en todos los sentidos, salvo en la dirección o sentido de su flujo de tiempo en relación con el de aquí.
—No estoy seguro de comprenderle.
—Mire —dijo con impaciencia, señalando la línea trazada en el mantel que iba de X' a Y'—. Aquí tenemos otro universo, codo a codo con el nuestro. Todo lo que ocurra en él va a ocurrir también en el nuestro, hasta en los menores detalles. Pero en éste, la creación se encuentra en Y’ en lugar de en X, y la desaparición del universo por exceso de calor en X' en lugar de en Y. Y aquí abajo… —trazó una línea muy cerca del extremo de la mesa próximo a mí—…se encuentra la era del hombre de Neanderthal. Aquí la Crucifixión. Aquí mil novecientos treinta y nueve, mil novecientos sesenta y seis, mil novecientos noventa y nueve, dos mil cincuenta y seis. Los mismos acontecimientos, las mismas fechas clave, pero yendo de adelante hacia atrás. Es decir, que si vives en este universo y consigues atisbar al otro, te parecen ir de adelante hacia atrás. Allí, por supuesto, todo parece transcurrir en la dirección correcta —Carvajal prolongó los trazos correspondientes a 1939 y 1999 en la línea X–Y hasta que se encontraron en la línea X'–Y', y luego hizo lo mismo con los trazos correspondientes a 1999 y 1939 de la segunda línea. Después unió ambos juegos de trazos, formando así un dibujo como éste:
Un camarero que pasaba miró lo que estaba haciendo Carvajal con el mantel, y tras unas ligeras tosecitas se marchó sin decir nada, con las facciones rígidas. Carvajal no pareció darse ni cuenta. Continuó:
—Supongamos ahora que una persona nacida en el universo de X a Y puede, no se sabe por qué, atisbar de cuando en cuando en el universo X'–Yэ. Ese soy yo. Aquí me tiene, yendo desde mil novecientos treinta y nueve a mil novecientos noventa y nueve en X-Y y echando de cuando en cuando un vistazo a X'–Y' y observando los acontecimientos de los años de mil novecientos treinta y nueve a mil novecientos noventa y nueve, que son exactamente idénticos a los de aquí, con la única diferencia de que fluyen en sentido contrario, de forma que en el momento de mi nacimiento toda mi vida en el tiempo X-Y ha transcurrido ya en X'–Y'. Cuando mi consciencia conecta con la de mi otro yo en ese otro universo, le encuentro recordando su pasado que, da la casualidad, es mi futuro.