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Hasta ahora somos sólo cuatro. Pero habrá más. Aquí avanzamos gradualmente. Encuentro nuevos discípulos según los voy necesitando. Conozco ya el nombre del próximo, y sé cómo le convenceré de que se una a nosotros, así como el momento en que lo hará, al igual que me ocurrió con los tres anteriores. Hace sólo seis meses eran extraños para mí; ahora son mis hermanos.

Lo que estamos levantando aquí es una sociedad, una cofradía, una comunidad, un sacerdocio; si lo preferís, una banda de videntes. Estamos ampliando y perfeccionando nuestra capacidad de visión, eliminando las ambigüedades, afinando nuestra percepción. Carvajal tenía razón: todo el mundo posee el don. Puede ser despertado en cualquiera. En ti, o en ti. Y así conseguiremos salir de nuestro pequeño círculo, dándonos la mano unos a otros. Difundiendo lentamente el evangelio postestocástico, multiplicando silenciosamente el número de los que ven. Será un proceso lento, no exento de peligros y persecuciones. Se aproximan tiempos duros, y no sólo para nosotros. Tenemos todavía que atravesar la era de Quinn, una era que me resultaba ya tan familiar como cualquier otra de la Historia, a pesar de no haberse iniciado aún: para su elección faltan todavía cuatro años de futuro. Pero yo veo más allá, veo las conmociones que siguen, los disturbios, el llanto y el dolor. No importa. Sobreviviremos al régimen de Quinn, como sobrevivimos a los de Asurbanipal, Atila, Gengis-Khan y Napoleón. Las nubes que ocultan la visión se apartan ante nosotros, y vemos ya más allá de las tinieblas un tiempo de recuperación y consuelo.

Lo que estamos levantando aquí es una comunidad consagrada a la abolición de la incertidumbre, a la eliminación absoluta de la duda. Conseguiremos finalmente conducir a la Humanidad a un Universo en el que nada sea aleatorio, en el que nada sea desconocido, en el que todo sea previsible a todos los niveles, desde el microcósmico al macrocósmico, desde la contracción de un electrón a los desplazamientos de las nebulosas galácticas. Enseñaremos a la Humanidad a saborear la dulce comodidad de lo dispuesto de antemano. Y, de ese modo, nos transformaremos en dioses.

¿En dioses? Sí, en dioses.

Escuchad, ¿sintió Jesús temor cuando los centuriones de Pilato llegaron a prenderle? ¿Lloriqueó porque iba a morir; se lamentó del acortamiento de su tiempo de ministerio? No, no, se encaminó tranquilamente hacia su muerte, sin mostrar miedo, amargura ni sorpresa, limitándose a ajustarse al guión, interpretando el papel que se le había asignado, serenamente consciente de que lo que le estaba ocurriendo formaba parte de un plan prefijado, necesario e inevitable. ¿Y qué decir a Isis, la joven Isis, amando a su hermano Osiris, sabiendo incluso de niña todo lo que les aguardaba a ambos, que Osiris sería descuartizado, que ella habría de buscar su cuerpo desmembrado en el fango del Nilo, que, a través de ella, volvería a restaurarse y que de sus entrañas surgiría el potente y poderoso Horus? Isis vivió con dolor, sí, y vivió también el conocimiento previo de una pérdida terrible, sabiendo todas estas cosas desde el primer momento, pues se trataba de una diosa. Y actuó como tenía que actuar. A los dioses no se les concede capacidad de elección; ése es el precio y lo maravilloso de su deidad. Y los dioses no conocen el miedo, la autocompasión o la duda, ya que para eso son dioses y no pueden elegir otro camino que el verdadero. Muy bien, seremos como dioses, todos nosotros como dioses. Yo ya he superado el tiempo de las dudas, he sufrido y sobrevivido los ataques y asaltos de las confusiones y los terrores, me he adentrado en un reino en que todas esas cosas están superadas, pero sin la parálisis que afligió a Carvajal; me encuentro en una situación más avanzada, que puedo transmitiros a vosotros. Veremos, comprenderemos, abarcaremos la inevitabilidad de lo inevitable, aceptaremos cualquier giro del guión alegremente y sin el menor remordimiento. Viviremos envueltos en Belleza, sabiendo que constituimos sólo aspectos de un gran Plan.

Hace aproximadamente cuarenta años, el científico y filósofo francés Jacques Monod escribió: «El ser humano sabe finalmente que se encuentra solo en la indiferente inmensidad del Universo, de la que ha surgido por casualidad».

Eso es lo que yo creía antes. Eso es lo que podéis creer vosotros ahora.

Pero, examinemos la frase de Monod a la luz de una observación formulada en cierta ocasión por Albert Einstein, quien dijo: «Dios no juega a los dados».

Una de estas dos afirmaciones está equivocada. Creo saber cuál.

FIN