– ¿Has hecho esto alguna vez con otra mujer? -preguntó Nyssa momentos después.
– Me niego a contestar a esa pregunta -rió Varian.
– ¡Lo has hecho!
– Yo no he dicho nada -se defendió él-. Además, si lo hice fue mucho antes de conocerte y casarme contigo. Será mejor que te tapes un poco -añadió besándole la punta de la nariz y empezando a abrocharle el corpino-. No quiero organizar un escándalo en la posada.
– Mañana pediré a Tillie que nos acompañe -sonrió Nyssa.
– Si lo haces te daré una paliza que no olvidarás mientras vivas -amenazó Varian-. Conozco otros juegos para combatir el tedio de los viajes pero temo escandalizar a Tillie.
– Ocupaos de vuestras ropas, señor -replicó Nyssa apartándole las manos y arreglándose el cabello.
– Olvídate de Tillie -repitió él mientras Nyssa le dirigía una sonrisa seductora.
De repente, todo había cambiado y cada vez que una mujer se acercaba a él los celos la invadían. ¿Era eso amor? No le encontraba defectos y sólo tenía ojos para él. Había advertido que Varian la amaba más que nunca desde que ella le había confesado su amor y había dejado de sentirse culpable por aceptar un amor que hasta ahora no había podido devolver.
El viaje a Lincoln se convirtió en una segunda luna de miel y ambos lamentaban que tuviera que llegar a su fin. Atravesaron el condado de Worcestershire, famoso por la riqueza de sus cultivos. El maíz estaba listo para ser cosechado- y el ganado pastaba en las verdes praderas. Los frondosos bosques estaban habitados por ciervos y venados y, aunque los rebaños no eran muy numerosos, también había ovejas. La fruta, especialmente manzanas y peras, se hallaba madura y a punto para ser cogida. Los habitantes del condado fabricaban un vino de pera que llamaban Perry y que a los condes de March les pareció delicioso. Nyssa descubrió que era demasiado fuerte cuando empezó a decir tonterías después de haber bebido un par de copas.
La región también era conocida por la belleza de su arquitectura. La mayoría de los edificios estaban hechos de madera pintada de blanco y negro y sólo las casas solariegas y las iglesias estaban construidas con la arenisca de color rojizo originaria de la comarca. Los abundantes jardines cuajados de flores llamaron la atención de Nyssa y Varian le explicó que había escogido a propósito la ruta que dejaba la ciudad de Droit-wich al sur. En esa ciudad había tres manatiales de salmuera y cuatrocientos hornos en los que la sal se secaba, por lo que el aire resultaba irrespirable.
El condado de Warwickshire quedaba al norte del río Avon. Allí los bosques eran propiedad de los pequeños propietarios y los labradores, pero los grandes propietarios pretendían cercar los campos y arrebatarles sus derechos. Un gran agitación sacudía la comarca y los salteadores de caminos se aprovechaban de la situación.
Decidieron pernoctar en Coventry, una ciudad fortificada que durante la Reforma había perdido su catedral y la tradición de representar los Misterios. Como consecuencia, el comercio había resultado afectado, ya que muchos pequeños artesanos vivían de vender sus productos a los peregrinos que se acercaban a presenciar las representaciones. A pesar de hallarse en plena decadencia, la ciudad conservaba su belleza.
– ¿Por qué hay tan pocas granjas? -quiso saber Nyssa.
– Esta tierra no es cultivable -contestó Varian-. Hay grandes depósitos de hierro y carbón bajo la superficie.
El paisaje de Leicestershire entusiasmó a Nyssa. Apenas se veían árboles, setos o animales. El trigo, la cebada y las legumbres crecían por doquier y las plantaciones se extendían hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Los pastos eran frondosos y abundaba el ganado y los rebaños de ovejas.
Sin embargo, aquellas tierras pertenecían a la nobleza y sus trabajadores vivían sumidos en la más absoluta pobreza. Sus cabanas de una habitación construidas con una mezcla de barro, paja y excrementos de animales mostraban signos evidentes de abandono. Aunque se producía lana en abundancia, no existía la industria necesaria para tratar aquella materia prima y mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la comarca.
Pasaron una noche en Leicester, el centro del comercio de la piel y de las subastas de ganado y caballos. Era era una ciudad próspera, pero Nyssa advirtió que carecía del ambiente festivo de otros centros comerciales de su nativa Herefordshire.
El viaje empezó a llegar a su fin cuando la caravana atravesó la frontera entre Leicestershire y Lincolnshire. La economía de este condado dependía del ganado y la calidad de la lana era tan buena que ésta se vendía a precios elevadísimos que sólo los forasteros podían pagar. Los juncos utilizados para construir los techos de las cabanas y el lino se extraían de los pantanos. Como ocurría en Leicestershire, los grandes propietarios controlaban la explotación de las tierras y abusaban de sus arrendatarios. Durante el viaje, Nyssa había tenido la oportunidad de observar que la estructura feudal se hacía cada vez más rígida conforme avanzaban hacia el norte del país, un área que había perdido toda su riqueza durante su rebelión contra Guillermo I.
Nottingham había arrebatado su importancia a la ciudad de Lincoln, pero esta última seguía presumiendo de castillo y catedral majestuosa. Los condes de March llegaron allí antes que los reyes pero los carros que transportaban las tiendas se habían adelantado. Los criados se encontraban armando las tiendas a las afueras de la ciudad y Varían corrió a preguntar cuál era el lugar que él y su esposa debían ocupar. Uno de ellos señaló hacia una esquina del campamento.
– Yo no llamaría a esto un lugar de honor precisamente -comentó Nyssa, divertida-. Después de todo, sólo soy amiga de la reina y tú, su primo.
– Por lo menos estamos apartados del bullicio de las otras tiendas -se consoló Varían-. Nadie nos molestará. Además, la vista es excelente.
El conde de March ayudó a los criados a montar las plataformas de madera sobre las que debían levantar las tiendas, una grande para él y su esposa y otra más pequeña para los sirvientes, esta última dividida por una cortina de manera que hombres y mujeres pudieran preservar su intimidad. La tienda de los condes de March era de lona a rayas rojas y azules y el estandarte de la familia De Winter pendía de un asta colocada sobre la entrada. En su interior, gruesas alfombras cubrían el suelo de madera y una cortina separaba el salón y el dormitorio. Nyssa había decidido incluir algu nos braseros en el equipaje porque, aunque estaban en el mes de agosto, en el norte hacía frío durante todo el ano.
En el salón destacaban una gran mesa y varias sillas, mientras que en el dormitorio una hamaca de piel cuyos cuatro extremos habían sido atados a cuatro estacas firmemente clavadas en el suelo hacía las veces de cama. Junto a ella se encontraban los baúles que guardaban sus efectos personales y varios candelabros de bronce y lámparas de cristal que colgaban del techo iluminaban la estancia. Los criados hicieron una hoguera en el exterior de la tienda y se acercaron al río a buscar agua que calentaron sobre el fuego para que los condes pudieran tomar un baño antes de la llegada de los reyes.
Nyssa y Varían compartieron la pequeña bañera que habían traído de Winterhaven y se secaron el uno al otro sin que al parecer el frío les importara. Tillie y Toby se habían mostrado sorprendidos y escandalizados cuando sus señores habían rechazado su ayuda.
– Me preguntó a dónde vamos a llegar -resopló Tillie, disgustada-. Nunca pensé que llegaría el día en que viera a mi señora bañar a su marido.
– A mí tampoco me gusta, pero me temo que nuestra opinión les trae al fresco -repuso Toby.
– ¡Tillie, te necesito! -llamó Nyssa en ese momento-. Estoy en el dormitorio. Lord De Winter quiere que Toby acuda al salón con sus ropas. ¡Daos prisa!
– ¿Lo ves? -sonrió Toby, satisfecho-. No pueden vivir sin nosotros.
Los condes se vistieron con sus mejores ropas y, cuando la caravana real llegó al campamento, se encontraban listos para presentarse ante Enrique Tudor y su esposa. El vestido de Nyssa era de terciopelo azul oscuro con perlas y cuentas plateadas bordadas en el corpino y sobrefalda de brocado plateado y azul. El escote era bajo y de forma cuadrada y las mangas, vueltas en los puños, tenía forma de campana. Lucía una doble sarta de perlas alrededor del cuello y llevaba el cabello peinado en un moño recogido en una redecilla plateada. Un cinta de la que colgaba un zafiro atada alrededor de la cabeza completaba el conjunto.