– Te amo, te admiro, y me gustas tanto…
– Yo creo que está amaneciendo domingo otra vez, Natalia de mi corazón…
– A ver, prueba guiñar el ojo izquierdo, Carlitos…
– No creo que salga bien, por ahora. Las cortinas están cerradas y aún no logro ver claramente… Por más que guiño y guiño…
– ¿No? ¿No ves nada?
– Absolutamente nada. Pero, en cambio, a ti basta con tocarte un poquito por aquí, otro por allá, otro más por acullá, para que veas qué bien hablo, y eres puritito domingo, cuerpona…
– Lo tuyo sí que se llama pasos agigantados, miiiiii…
Pero fue aquel primer lunes de su amor el que realmente se les agigantó a ambos. ¡Y cómo! Primero fue Natalia, porque jamás creyó que la madre de Carlitos, su gran amiga Antonella, iba a cerrar filas con su esposo y con todo Lima. Increíble, cómo podía cambiar una persona en esta ciudad. Natalia la había conocido cuando llegó de Italia, recién casada con Roberto Alegre, y desde entonces ambas mujeres habían congeniado mucho. Además, Antonella había sido su gran confidente, durante su infeliz matrimonio, y hasta ese día, y prácticamente había sido la única persona que siempre quiso escucharla, que siempre la entendió, y que desde el primer momento estuvo cien por ciento de su parte. A aquella Antonella había acudido ese lunes Natalia, confiada en su comprensión, en su inteligencia y generosidad proverbiales, pero de golpe se encontró con una mujer cerrada y hostil, llena de prejuicios, y que tomaba en cuenta únicamente lo que la sociedad podía decir o pensar. De su amiga italiana, abierta e inteligente, sensible, cosmopolita y culta, aquel lunes por la mañana no quedaba absolutamente nada. Además, Antonella ni siquiera le habló en singular, y en ningún momento le dijo quee ella pensaba o creía o sentía algo. Habló siempre de su marido y de ella, en plural, y con un tremendo plural la puso prácticamente de patitas en la calle.
– Roberto y yo hemos decidido que nuestra amistad ha terminado. Terminado, Natalia. Que quede bien claro.
Y a Miguel, el segundo mayordomo, le indicó que acompañara a la señora hasta la calle. Hasta la mismita calle, por favor, Miguel.
Natalia de Larrea abandonó la casa de la familia Alegre con lágrimas en los ojos, profundamente triste, decepcionada, y herida, y con la convicción plena de que su gran amiga Antonella, su ex amiga y hasta su gran enemiga, a partir de entonces, había cambiado del todo en algún momento del sábado o el domingo. Sin duda su esposo y sus amigos la sometieron a un tremendo cargamontón y le exigieron un cambio radical de actitud. Y ella cedió ante tanta rabia y cerrazón y, lo que resultaba mucho peor, ella comprendió, no sólo tuvo que ceder. No, Antonella había comprendido, finalmente, y a partir de ahora era una limeña mas, un satisfecho y convencido miembro de aquel mundillo que Natalia tanto despreciaba y, en el fondo, temía, aquel mundillo cerrado y gris que se creía eterno y se sentía dueño de la verdad y también del gendarme.
También el pobre Carlitos salió escaldadísimo de su conversación con los mellizos Céspedes. Ni Raúl ni Arturo tuvieron una sola palabra de afecto o comprensión para él y su detalladísima crónica, contada entre los sollozos que le producía una felicidad que, de rato en rato, irrumpía a borbotones, y entre las carcajadas que le producía recordar al doctor Salieri volando por los aires o al ilustre senador Fortunato Quiroga gritándoles a los cuatro auquénidos que lo estaban despellejando vivo, que él era el primer contribuyente de la república, indios de mierda, carajo, mientras Víctor, a su vez, le replicaba que él era el premer mayordomo di don Ruberto Aligre y la señora di Locca, madre que es del joven Carlitos, nuestro amego, que desde niño ha sabido ser.
Pobre Carlitos, su historia la terminó con dos buenas quemaduras en los brazos, y, recién cuando regresó al huerto, esa noche, cayó en la cuenta, al cabo del interminable interrogatorio al que lo acababa de someter una desmoralizadísima Natalia, que sí, que en efecto, alguien había fumado en sus brazos horas antes. Y que le ardía. Y que le ardía muchísimo, caray, esto es atroz, mi amor, con lo cual Natalia tuvo que llevarlo nuevamente a la clínica Angloamericana para gran satisfacción del médico, porque era el mismo joven doctor que había estado de guardia la noche del viernes, y porque el escándalo ya había llegado a oídos del todo Lima, y él era uno de los primeros en haber visto y atendido a los pecadores, y, eso sí que sí, yo soy el primero que los vio meterse mano de lo lindo, porque besarse apenas podían con ese labio del tal Carlitos, todito partido, y a ella la vi escandalosamente desnuda, sí, señores, porque lo que es la Nataliota esa, mucho de Larrea y mucho de Olavegoya y que este virrey y que el otro presidente, también, más todos los billetes del mundo, además, estoy de acuerdo, señores, pero hay que oírla cuando te suplica con esa voz tan suya, genial, sensual, así de medio la'o, y sexi hasta decir basta, un favorcito, doctor, para su Carlitos, hay que verla ondularse y hasta retorcerse de amor, señores, porque entre una cosa y otra como si se fuera quitando prenda tras prenda y hasta con música de ambiente, y uno ahí paradito, sudando y cediendo en todo, cómo no, doña Natalia, claro que sí doña Natalia, no faltaba más, y con muchísimo gusto, además es mi obligación, doña Natalia, porque el juramento de Hipócrates, doña Natalia, usted me desespera, me mata, me enloquece… Señores: yo les juro por lo más sagrado que se le pone a uno la verga al palo con sólo verla y escucharla, por lo que más quieran, yo se lo juro, señores.
Pero a otros que también habría valido la pena ver y escuchar, aquel lunes por la noche, es a los mellizos Céspedes Salinas, aunque en este caso son ellos los que se tuercen y se retuercen, y también los que sudan, y la gota gorda, además, qué asco, y los que se desnudan, o más bien se calatean, pero social y calculadoramente, ya lo sabemos, de qué otra manera podría ser, tratándose de ellos. Y por supuesto que no hay música de ambiente alguna, en este caso, sino una suerte de sonido y de furia, y todo debido a que un shakespereano Carlitos Alegre acaba de demostrarles, con hechos y con palabras, que la vida sí que es un cuento contado por un idiota. ¿O son ellos, Arturo y Raúl, los verdaderos idiotas?
Y ahora como que se había levantado el telón en el segundo piso de la casona más triste y desconcertada de la calle de la Amargura, calle del diablo, valgan verdades, y la vida era, además de todo lo contado por el muy cretino de Carlitos, una verdadera mierda. En fin, sobre todas estas cosas, aunque situadas en un contexto limeño bien determinado, conversan los hermanos Raúl y Arturo Céspedes Salinas, que, como bien sabemos, además de ser mellizos y exactos son almas gemelas, por más que uno se sienta muy a la altura de su apodo, que es El Duque, y crea poseer de nacimiento excelentes modales en la mesa y finísimas maneras en los salones, y por más que el otro, que no tiene ni apodo siquiera, sienta que el hombre cuanto más parecido al oso, mas hermoso, y presuma de ello ante el espejo y en todas las demás ocasiones en que la presencia de una señora o una chica bien se lo exigen. El Duque pretende ser el mellizo educado y el otro el mellizo de oro, pero hasta su propia madre dice que sus hijos son desconcertantemente parecidos y, además, almas gemelas. De tal manera que cuando habla uno, bien podría ser el otro, y viceversa qué importa cuál de los dos dijo tal cosa y cuál tal otra ya que siempre lo que afirma o niega Raúl es el eco de lo afirmado o negado por Arturo.
Con lo cual, ahora, por ejemplo, se les oye decir que Carlitos Alegre es un verdadero cretino, aunque hay que reconocer que tiene huevos, lo que realmente tiene es que está loco de remate, creo yo, ¿pero tú no crees que todavía puede sernos útil?, bueno, a lo mejor, sí, porque esa Natalia, por más puta o loca que sea, no deja de ser toda una De Larrea y Olavegoya, e hija única, además, y además ya heredó a su padre y a su madre, pues sí, claro, y ya qué le puede faltar en esta vida, si posee alta cuna y fortuna, ¿qué?, ¿cómo?, que yo pienso que no deberíamos decir alta cuna y fortuna, ¿te suena mal?, yo creo que sí, pues entonces tenemos que irlo probando por ahí y a ver qué pasa, buena idea, sí, aunque soltémosla con mucho cuidado, porque yo el otro día le dije al cretino de Carlitos que el tenista Alejandro Olmedo había alcanzado la cumbre del estrellato, al ganar la Copa Davis, y el muy huevón repitió Olmedo ha alcanzado la cumbre del estrellato y soltó la carcajada, casi lo mato, carajo, pero en cambio sólo le pregunté de qué se reía y él por toda respuesta dijo Me río de lo de la cumbre del estrellato, y alcanzada, además, porque estoy viendo a mi abuela Isabel reírse de todos los que han alcanzado todo tipo de cumbres, o, mejor dicho, de todos los que afirman que alguien ha escalado tanto estrellato…
– ¿Y qué más, Carlitos?
– Pues seguro que mi abuela Isabel se ríe sólo porque su abuela, que también se llamaba Isabel, se rió a carcajadas hace siglos porque ni sé quién dijo que alguien había escalado hasta alguna cumbre sublime, ¿me entiendes? Como que eso de tanta cumbre y tanto estrellato resulta medio huachafo, o algo por el estilo, digamos que demado sublime y por lo tanto medio ridículo, también, ¿me entiendes, Raúl?
– Cuántas veces tengo que decirte que yo soy Arturo, carajo…
– Perdón, je, pero ya te he contado que a mí siempre se me escapan las cosas más elementales, según mi abuela Isabel, la de la cumbre del estrellato y Alejandro Olmedo…
Y el telón se alzó aún más en aquel segundo piso de casona triste y calle de la Amargura, cuando esa noche, no mucho después de que el idiota de Garlitos les contara la historia de su vida y se largara con ambos antebrazos quemados, y como si nada, trayéndose abajo sus más profundas convicciones, demoliéndoles hasta la última certidumbre, mas no su casa, carajo, este imbécil pudo haber aprovechado, de una vez por todas, los mellizos Arturo y Raúl oyeron los mismos pasos cansados de siempre subiendo la misma escalera crujiente y lastimosa de siempre y pensaron en el pan nuestro de cada día y hágase, Señor, tu voluntad, y muchas cosas así de duras y de tristes, porque su madre continuaba subiendo, silenciosa, resignada, igualito que ayer y que cuando éramos niños, y continúa subiendo, desde que tenemos memoria, una tras otra, todas las noches, de la misma manera en que, todas las mañanas, baja y baja y continuará bajando y subiendo y llénelo igualito porque hace un millón de años que murió nuestro padre, maldita sea, y…