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Sofía ha leído mi novela y está indignada. En realidad, no la ha leído toda, sólo la primera parte, el primer tercio más o menos, lo suficiente para que se escandalice y se oponga a que intente publicarla. La leyó mientras yo fui al cine en autobús, y casi mejor que lo hiciera, porque ya me parecía extraña su reticencia a leerla. Yo nunca quise esconderle el manuscrito y más bien la animé a que lo leyera, pero ella decía que estaba muy ocupada en sus tareas académicas y que lo haría apenas tuviese tiempo. Pensé que en realidad ella sospechaba, por las cosas que le había contado escribiéndola, que no le gustaría leerla, dado que la historia o las historias están impregnadas de una sensibilidad gay que me resultó natural, inevitable.

Al llegar del cine, ya de noche, la encuentro en el teléfono hablando con su madre, que está en Lima, y apenas cuelga me mira con ojos llorosos y dice: Por favor, no publiques este libro, Gabriel. Me quedo sorprendido. Veo el manuscrito abierto sobre la cama y le pregunto: ¿Lo has leído todo? Ella dice: No todo, pero me basta con lo que he leído. Yo trato de tomar las cosas con calma y le pido que se siente conmigo en la cama. Luego le pregunto con dulzura: ¿No te ha gustado? Ella no me mira a los ojos, como si le costara trabajo responderme: No puedo mentirte, tú me conoces demasiado. Me duele decirte esto, pero no, no me ha gustado, me parece demasiado fuerte. Yo me entristezco porque, a pesar de que la novela es por momentos dura y hasta sórdida, pensé que ella podía entender mi necesidad de escribirla, de encontrarle algunos méritos y de leerla con cierto agrado. Sí, es fuerte -digo-. Pero la vida también es fuerte, y yo he escrito esta novela porque me ha salido del alma y tenía que escribirla. Es así. No hay vueltas. Ésta tenía que ser mi primera novela. Ella me acaricia la mano y me mira con amor. Es tan hermosa cuando me mira así, llena de ternura. Yo te entiendo -dice-. Entiendo que tenías que escribirla. Tenías que sacarte de encima esos recuerdos tan feos. Ha sido como una terapia y ahora te veo más feliz. Pero sólo te pido, por favor, que no la publiques. No ahora. Yo retiro mi mano de la suya. ¿Porqué?-pregunto-. ¿Por qué no ahora? Ella me mira como si le sorprendiese la pregunta, una sombra en sus ojos: ¿No te das cuenta? Vamos a tener un hijo. No puedes publicar esa novela tan escandalosa. Me harías mucho daño. Nos harías daño a esta criaturita y a mí. Yo asiento y digo, resignado: Te entiendo. Déjame pensarlo. Pero no te preocupes, que, la verdad, no creo que ninguna editorial quiera publicarla. O sea, que no hay ningún peligro por el momento.

Sin embargo, parece que esa respuesta no la deja satisfecha y por eso dice: ¿Y si te dicen que quieren publicarla? Acuérdate de que Vargas Llosa te está ayudando. Yo creo que si él les pide que la publiquen, lo van a hacer. Yo tomo aire profundamente, como nos ha enseñado miss Milligan a hacer en los momentos de tensión, y digo: Si una editorial española me hace una buena oferta, lo pensaría, pero creo que sería muy difícil para mí decirle que no. Sofía se pone de pie, molesta: ¿Aunque yo te pida que no la publiques? Yo también me pongo de pie y digo con firmeza: Aunque tú me lo pidas. Ella se da vuelta y se retira bruscamente de la habitación. Yo me acerco y la detengo con suavidad. No me entiendes, mi amor -le digo con ternura, y veo que está llorando-. Yo no puedo abortar mi novela como tú no pudiste abortar a tu bebé, amado, tocándole la barriga. Ella me mira, fastidiada por la comparación, y dice: Es muy distinto. No es igual. Tu novela me va a dejar humillada. Puedes escribir otra. Puedes escribir una historia bonita, que no sea tan deprimente, tan fea, tan escandalosa. Una historia tierna, que tu hijo pueda leer algún día. ¿Por qué no escribes una novela así? ¿Por qué tienes que publicar un libro lleno de historias feas, horribles? Yo trato de no enfadarme y digo: ¿Tanto te ha disgustado el libro? Ella dice: ¿No te das cuenta de que si lo publicas no vamos a poder volver más al Perú? ¡Es una locura! ¡Vas a tener un hijo y quieres publicar un libro diciéndole a todo el mundo que eres una loca! ¡Y ni siquiera eres una loca, eres mucho más hombre de lo que dices en el libro! Yo me irrito y digo antes de salir del cuarto: Lo siento, Sofía. Si no te gusta la novela, mala suerte. Pero si alguna editorial se anima, creo que voy a publicarla. Ella tira la puerta de su cuarto.

Esa noche vamos a dormir sin hablarnos. No me gusta dormir así, peleado con ella. Duermo mal, tengo pesadillas. A la mañana siguiente, se va temprano y no me deja una nota ni el desayuno preparado. A media mañana, mientras trato de escribir, suena el teléfono y cometo la imprudencia de contestar. Es Bárbara, que me habla con una amabilidad sospechosa: Hola, Gabriel, qué gusto hablar contigo, hace tiempo que no hablamos. Yo me hago el tonto: Sí, qué gusto, ¿todo bien? Ella no pierde tiempo: Sí, mira, te llamo porque Sofía me ha contado que ya terminaste tu libro y que quieres publicarlo en España. Yo temo lo peor. Sí, así es, digo, odiando a Sofía por acusarme ante su madre. Mira, sólo quiero decirte algo para que lo pienses, y no te lo digo para fastidiarte la vida, sino por tu bien. -Claro, seguro que es por mi bien, pienso, seguro que no duermes pensando en hacerme feliz, vieja arpía, ¿crees que soy tan ingenuo para engatusarme de esta manera tan chapucera? Ella continúa-: Sofía me ha contado que tu libro es tremendo, que está lleno de mariconadas, que es un libro para maricones. -Yo guardo silencio: nada que pueda decir cambiará las cosas. A Bárbara, al parecer, le molesta que no diga nada, tal vez por eso se pone más agresiva y dice-: Todos en la familia pensamos que sería una locura que publiques un libro así. Recapacita, por favor. Tú eres una persona inteligente. Comprende que estás por tener un hijo con Sofía. Eso es para toda la vida, Gabriel. Vas a ser papá y no puedes seguir haciendo payasadas, irresponsabilidades, cosas de chico malcriado que quiere fastidiar a sus papas. Ya basta de rebeldías, basta de poses de niño terrible. No puedes publicar ese libro, Gabriel. Simplemente, no puedes publicarlo si quieres ser papá. -Yo sigo callado. Ella pregunta-: ¿Me estás escuchando?, ¿estás ahí? Yo digo secamente: Sí, aquí estoy. Bárbara dice entonces: Tienes que elegir. O tu hijo o el libro. No puedes hacer las dos cosas. Si eliges a tu hijo, olvídate de tu libro, bótalo a la basura, quémalo. Si eliges esa novela de maricones, olvídate de tu hijo, no vas a ver a Sofía y no vas a ver nunca a tu hijo. Yo me indigno de escuchar ese chantaje viclass="underline" ¿Y quién dice eso? ¿Lo dices tú o lo dice Sofía? Ella responde con firmeza: Lo decimos todos en esta familia, incluyendo a Sofía. Yo me defiendo, aunque no debería decir nada, lo mejor sería quedarme callado: No tienes derecho a decirme eso. Yo puedo ser un buen papá y también publicar mi novela, aunque a ti y a Sofía no les guste. No es justo que me hagan escoger entre mi hijo y mi novela. Ella habla con su voz más despiadada y egoísta: A mí no me importa si te parece justo o no. Yo lo he hablado con todos en la familia y hemos tomado una decisión: Si publicas ese libro de maricones y haces un escándalo asqueroso y nos salpica a todos la mierda que vas a poner en el ventilador, olvídate de tu hijo y de Sofía para siempre. Eso es todo lo que tenía que decirte. Adiós.