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Conejo asintió. Su mirada se unió a la de Lamb en el suelo, debajo de sus vasos de ginebra.

– ¿Y fue usted quién escribió la carta de nuestro padre?

– ¿Qué te hace pensar eso?

– Meter el dedo en la llaga: lo dice en la carta.

– Bueno -dijo Lamb-, la situación es realmente más complicada. Aunque en realidad, hablando de ese tema, esta tarde tengo algo especial que le va a gustar. Le quiero presentar a alguien.

– ¿Ah?

La voz de Ludmila resonó desde el buffet.

– ¡No, Maksimilian! ¡No hay Fanta de naranja!

Y el tema de la conversación se fundió con la velada. Una y otra vez los ingleses que iban de un lado para otro removían el aire sofocante por todo Albion House, igual que los ingleses que estaban de pie y que simplemente movían los brazos. El sofocante aire se estuvo moviendo en forma de nubes polvorientas por toda la sala de actividades, hasta que la gente empezó a marcharse por el pasillo que llevaba al vestíbulo, pasando frente a la habitación de un hombre del que se decía que tenía un cerebro que era como una medusa, con solamente una fina capa de materia gris suspendida en fluido cerebro-espinal. Probablemente un nervio conectaba el cerebro y el cuerpo de aquel hombre, a quien todo el mundo se tomaba la molestia de llamar «señor», y a quien también se tomaban la molestia de vestir, cuidar y hablar con él, porque así es como terminamos todos, con la ayuda de Dios.

La ginebra estuvo corriendo hasta que se hizo oscuro, y siguió corriendo después. Y cuando por fin un tango vehemente se hizo con el aire de Albion House, en el amplio salón solamente quedaban Lamb, su ayudante y Conejo. Lamb no paraba de mirarse el reloj de pulsera.

Conejo se puso de pie y muy recto en el centro de la sala.

Sus pies empezaron a cruzarse, a juntarse y separarse y a moverse bruscamente al ritmo del tango, pero al cabo de unos pasos, y de apenas un solo giro, dio un traspiés y se cayó.

El ayudante de Lamb se puso alerta, preparado para correr en su ayuda. Pero Lamb permaneció inmóvil y se limitó a observar en silencio. Aquello frenó al ayudante.

– ¿Quiere que ayude a Su Alteza Real? -susurró el joven al cabo de un momento.

– Déjalo -dijo Lamb-. Va a tener que encontrar la forma de hacerlo solo.

Mientras el exparásito desplomado intentaba recuperar el equilibrio, un ruido de gravilla aplastada entró flotando por las ventanas de Albion House. Una flota de coches negros apareció en la entrada.

Lamb estaba a punto de dar un paso adelante cuando Ludmila asomó la cabeza por la puerta.

– ¡Inglés! -gritó-. Venga, vamos a casa.

– Puede que me quede un rato. -Conejo se miró las piernas con cara de rabia-. Puede que me quede un poco más… Millie. A ver si se me entiende. Puede que me quede ahora.

– Vamos, Inglés. -Ella miró su ginebra con el gesto endurecido-. Lo que devoras, te acaba por devorar.

Conejo se dio la vuelta y miró a través de sus gafas protectoras como una mosca albina.

Ludmila se adentró un paso más en la sala. Arqueó un poco la espalda e hizo un mohín. Enarcó una ceja.

– Vamos, Inglés, mañana viernes… pastel de carne.

***