Выбрать главу

Asentí. No sabía cómo responder. Sobel se entretuvo, aparentando que quería contarme o preguntarme algo.

– ¿Qué? -dije.

– No lo sé. ¿Hay algo que quiera contarme?

– No lo sé. No hay nada que contar.

– ¿De verdad? En el tribunal parecía que estaba tratando de decirnos mucho.

Me quedé un momento en silencio, tratando de leer entre líneas.

– ¿Qué quiere de mí, detective Sobel?

– Sabe lo que quiero. Quiero al asesino de Raúl Levin.

– Bueno, yo también. Pero no podría darle a Roulet para el caso Levin por más que quisiera. No sé cómo lo hizo. Y esto es off the record.

– O sea que eso todavía le deja en el punto de mira.

Miró por el pasillo hacia los ascensores en una clara insinuación. Si los resultados de balística coincidían, todavía podía tener problemas por la muerte de Levin. O decía cómo lo hizo Roulet o cargaría yo con la culpa. Cambié de asunto.

– ¿Cuánto tiempo cree que pasará hasta que Jesús Menéndez salga? -pregunté.

Ella se encogió de hombros.

– Es difícil de decir. Depende de la acusación que construyan contra Roulet, si es que hay acusación. Pero sé una cosa. No pueden juzgar a Roulet mientras haya otro hombre en prisión por el mismo crimen.

Me volví y caminé hasta la pared acristalada. Puse mi mano libre en la barandilla que recorría el cristal. Sentí una mezcla de euforia y pánico y esa polilla que seguía batiendo las alas en mi pecho.

– Es lo único que me importa -dije con calma-. Sacarlo. Eso y Raúl.

Ella se acercó y se quedó a mi lado.

– No sé lo que está haciendo -dijo-, pero déjenos el resto a nosotros.

– Si lo hago, probablemente su compañero me meterá en prisión por un asesinato que no cometí.

– Está jugando a un juego peligroso -dijo ella-. Déjelo.

La miré y luego miré de nuevo a la plaza.

– Claro -dije-. Ahora lo dejaré.

Habiendo oído lo que necesitaba oír, Sobel hizo un movimiento para irse.

– Buena suerte -dijo. La miré otra vez.

– Lo mismo digo.

Ella se fue y yo me quedé. Me volví hacia la ventana y miré hacia abajo. Vi a Dobbs y Windsor cruzando la plaza de hormigón y dirigiéndose al aparcamiento. Mary Windsor se apoyaba en su abogado. Dudaba que todavía se dirigieran a comer a Orso.

45

Esa noche, había empezado a correr la voz. No los detalles secretos, pero sí la historia pública. La historia de que había ganado el caso, que había conseguido que la fiscalía retirara los cargos sin posibilidad de recurso, y todo sólo para que mi cliente fuera detenido por asesinato en el pasillo del mismo tribunal. Recibí llamadas de todos los profesionales de la defensa que conocía. Recibí llamada tras llamada en mi teléfono móvil hasta que finalmente se agotó la batería. Todos mis colegas me felicitaban. Desde su punto de vista no había lado malo. Roulet era el cliente filón por excelencia. Había cobrado tarifas A por un juicio y cobraría tarifas A por el siguiente. Era como untar dos veces el mismo trozo de pan en la salsa, algo con lo que la mayoría de los profesionales de la defensa no podían ni siquiera soñar. Y, por supuesto, cuando les dije que no iba a ocuparme de la defensa del nuevo caso, cada uno de ellos me preguntó si podía recomendarles a Roulet.

Fue la única llamada que recibí en el teléfono fijo la que más esperaba. Era de Maggie McPherson.

– He estado toda la noche esperando tu llamada -dije.

Estaba paseando en la cocina, amarrado por el cable del teléfono. Había examinado mis teléfonos al llegar a casa y no había encontrado pruebas de dispositivos de escucha.

– Lo siento, he estado en la sala de conferencias -dijo ella.

– Oí que te han metido en el caso Roulet.

– Sí, por eso llamaba. Van a soltarlo.

– ¿De qué estás hablando? ¿Van a soltarlo?

– Sí. Lo han tenido nueve horas en una sala y no se ha quebrado. Quizá le enseñaste demasiado bien a no hablar, porque es una roca y no le han sacado nada, y eso significa que no tienen suficiente.

– Te equivocas. Hay suficiente. Tienen la multa de aparcamiento, y hay testigos que pueden situarlo en The Cobra Room. Incluso Menéndez puede identificarlo allí.

– Sabes tan bien como yo que Menéndez no sirve. Identificaría a cualquiera con tal de salir. Y si hay más testigos de The Cobra Room, entonces vamos a tardar un tiempo en investigarlos. La multa de aparcamiento lo sitúa en el barrio, pero no lo sitúa en el interior del apartamento.

– ¿Y la navaja?

– Están trabajando en eso, pero también llevará tiempo. Mira, queremos hacerlo bien. Era responsabilidad de Smithson y, créeme, él también quería quedárselo. Eso haría que el fiasco que has creado hoy fuera un poco más aceptable. Pero no hay con qué. Todavía no. Van a soltarlo y estudiarán las pruebas forenses y buscarán testigos. Si fue Roulet, entonces lo encontraremos, y tu otro cliente saldrá. No has de preocuparte. Pero hemos de hacerlo bien.

Lancé un puñetazo de impotencia en el aire.

– Han hecho saltar la liebre. Maldita sea, no tendrían que haber actuado hoy.

– Supongo que creyeron que les bastaría con un interrogatorio de nueve horas.

– Han sido estúpidos.

– Nadie es perfecto.

Estaba enfadado por su actitud, pero me mordí la lengua. Necesitaba que me mantuviera informado.

– ¿Cuándo van a soltarlo exactamente? -pregunté.

– No lo sé. Todo acaba de saberse. Kurlen y Booker han venido aquí a presentar el material, y Smithson los ha enviado otra vez a comisaría. Cuando vuelvan, supongo que lo soltarán.

– Escúchame, Maggie. Roulet sabe de Hayley.

Hubo un horrible y largo momento de silencio antes de que ella respondiera.

– ¿Qué estás diciendo, Haller? ¿Has dejado que nuestra hija…?

– Yo no he dejado que pase nada. Se coló en mi casa y vio su foto. No significa que sepa dónde vive ni siquiera que conozca su nombre. Pero sabe que existe y quiere vengarse de mí. Así que has de volver a casa ahora mismo. Quiero que estés con Hayley. Cógela y sal del apartamento. No corras riesgos.

Algo me retuvo de contarle todo, que sentía que Roulet había amenazado específicamente a mi familia en el tribunal. «No puede proteger a todo el mundo.» Sólo utilizaría esa información si Maggie se negaba a hacer lo que quería que hiciera con Hayley.

– Me voy ahora -dijo-. Iremos a tu casa.

Sabía que diría eso.

– No, no vengáis aquí.

– ¿Por qué no?

– Porque él podría venir aquí.

– Es una locura. ¿Qué vas a hacer?

– Todavía no estoy seguro. Sólo coge a Hayley y ponte a salvo. Luego llámame desde el móvil, pero no me digas dónde estás. Será mejor que yo ni siquiera lo sepa.

– Haller, llama a la policía. Pueden…

– ¿Y decirles qué?

– No lo sé. Diles que has sido amenazado.

– Un abogado defensor diciéndole a la policía que se siente amenazado…, sí, vendrán corriendo. Probablemente manden a un equipo del SWAT.

– Bueno, has de hacer algo.

– Pensaba que lo había hecho. Pensaba que iba a quedarse en prisión el resto de su vida. Pero habéis actuado demasiado deprisa y ahora tenéis que soltarlo.

– Te he dicho que no bastaba. Incluso sabiendo ahora de la posible amenaza a Hayley, todavía no hay suficiente.

– Entonces ve a buscar a nuestra hija y ocúpate de ella. Déjame a mí el resto.

– Ya voy.

Pero no colgó. Era como si me estuviera dando la oportunidad de decir más.

– Te quiero, Mags -dije-. Os quiero a las dos. Ten cuidado.

Colgué el teléfono antes de que pudiera responder. Casi inmediatamente lo descolgué y llamé al móvil de Fernando Valenzuela. Contestó después de cinco tonos.

– Val, soy yo, Mick.

– Mierda. Si hubiera sabido que eras tú no habría contestado.