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– ¿Maggie? -pregunté débilmente.

Sobel negó con la cabeza.

– Está bien. Tuvo que seguir la corriente, porque no sabíamos si Roulet le había pinchado la línea o no. No podía decirle que ella y Hayley estaban a salvo.

Cerré los ojos. No sabía si simplemente estar agradecido de que estuvieran bien o enfadado porque Maggie hubiera usado al padre de su hija como cebo para un asesino.

Traté de sentarme.

– Quiero llamarla. Ella…

– No se mueva. Quédese quieto.

Volví a apoyar la cabeza en el suelo. Tenía frío y estaba a punto de temblar, aun así también sentía que estaba sudando. Sentía que me debilitaba y mi respiración era más tenue.

Sobel sacó la radio del bolsillo otra vez y preguntó el tiempo estimado de llegada de la ambulancia. Le contestaron que la ayuda médica estaba todavía a seis minutos.

– Aguante -me dijo Sobel-. Se pondrá bien. Depende de lo que esa bala le haya hecho por dentro, se pondrá bien.

– Genial…

Quise decir genial con todo el sarcasmo. Pero me estaba desvaneciendo.

Lankford se acercó a Sobel y me miró. En una mano enguantada tenía la pistola con la que me había disparado Mary Windsor. Reconocí el mango de nácar. La pistola de Mickey Cohen. Mi pistola. La pistola con la que ella había matado a Raúl.

Asintió y yo lo tomé como una especie de señal. Quizá que a sus ojos había subido un peldaño, que sabía que había hecho el trabajo que les correspondía a ellos al hacer salir al asesino. Quizás incluso me estaba ofreciendo una tregua y quizá no odiaría tanto a los abogados después de eso.

Probablemente no. Pero asentí y el leve movimiento me hizo toser. Sentí algo en mi boca y supe que era sangre.

– No se nos muera ahora -ordenó Lankford-. Si terminamos haciendo el boca a boca a un abogado defensor, nunca lo superaremos.

Sonrió y yo le devolví la sonrisa. O lo intenté. Entonces la oscuridad empezó a llenar mi campo visual. Pronto estuve flotando en ella.

EPÍLOGO

47

Martes, 4 de octubre

Han pasado cinco meses desde la última vez que estuve en un tribunal. En ese tiempo me han sometido a tres operaciones para reparar mi cuerpo, he sido demandado dos veces en tribunales civiles y he sido investigado por el Departamento de Policía de Los Ángeles y la Asociación de la Judica tura de California. Mis cuentas bancarias se han desangrado por los gastos médicos, el coste de la vida, la pensión infantil y, sí, incluso por los de mi misma especie, los abogados.

Pero he sobrevivido a todo y hoy será el primer día desde que me disparó Mary Alice Windsor que caminaré sin bastón y sin estar aturdido por calmantes. Para mí ése es el primer paso verdadero para volver. El bastón es un signo de debilidad. Nadie quiere un abogado defensor que parece débil. Debo mantenerme firme, estirar los músculos que la cirugía cortó para extraer la bala y caminar por mi propio pie antes de sentir que puedo volver a entrar en un tribunal.

Que no haya estado en un tribunal no quiere decir que no sea objeto de procedimientos legales. Jesús Menéndez y Louis Roulet me han demandado, y los casos probablemente se prolongarán durante años. Se trata de demandas separadas, pero mis dos anteriores clientes me acusan de mala práctica y violación de la ética legal. A pesar de todas las acusaciones específicas de su demanda, Roulet no ha sido capaz de averiguar cómo supuestamente llegué a Dwayne Jeffery Corliss en County-USC y le proporcioné información privilegiada. Y es poco probable que llegue a saberlo. Gloria Dayton se fue hace mucho. Terminó su programa, cogió los 25.000 dólares que le di y se trasladó a Hawai para empezar una nueva vida. Y Corliss, que probablemente sabe mejor que nadie el valor de mantener la boca cerrada, no ha divulgado nada salvo lo que testificó en el juicio, manteniendo que cuando estaban detenidos Roulet le habló del asesinato de la bailarina de serpientes. Se ha librado de las acusaciones de perjurio porque ello minaría la acusación contra Roulet y sería un acto de autoflagelación por parte de la oficina del fiscal del distrito. Mi abogado me dice que la demanda de Roulet contra mí es un esfuerzo de cubrir las apariencias sin fundamento y que al final se desestimará. Probablemente cuando yo ya no tenga más dinero para pagar las minutas de mi abogado.

Pero lo de Menéndez no terminará. Es él quien se me aparece por la noche cuando me siento en la terraza a contemplar la vista del millón de dólares desde mi casa con la hipoteca del millón de dólares. Fue indultado por el gobernador y liberado de San Quintín dos días después de que Roulet fuera acusado del asesinato de Martha Rentería. Pero sólo cambió una cadena perpetua por otra. Se desveló que había contraído el VIH en prisión y el gobernador no tiene indulto para eso. Nadie lo tiene. Soy responsable de lo que le ocurra a Menéndez. Lo sé. Vivo con eso todos los días. Mi padre tenía razón. No hay ningún cliente que dé más miedo que un hombre inocente. Ni ningún cliente que deje tantas cicatrices.

Menéndez quiere escupirme en la cara y llevarse mi dinero como castigo por lo que hice y por lo que no hice. Por lo que a mí respecta, tiene derecho. Pero no importa cuáles fueran mis errores de juicio y lapsus éticos, sé que al final hice lo correcto. Cambié el mal por inocencia. Roulet está entre rejas por mí. Menéndez está fuera por mí. A pesar de los esfuerzos de su nuevo abogado -ahora ha elegido al bufete de Dan Daly y Roger Mills para sustituirme-, Roulet no volverá a ver la libertad. Por lo que he oído de Maggie McPherson, los fiscales han construido un caso impenetrable contra él por el homicidio de Rentería. También han seguido los pasos de Raúl Levin y han conectado a Roulet con otro homicidio: siguió a casa, violó y acuchilló a una mujer que atendía el bar en un club de Hollywood. El perfil forense de su navaja coincidía con las heridas fatales de esa otra mujer. Para Roulet, la ciencia será el iceberg avistado demasiado tarde. Su barco colisionará y se hundirá sin remedio. Para él, la batalla consiste en conservar la vida. Sus abogados están enzarzados en negociaciones para conseguir un acuerdo que le evite la inyección letal. Están lanzando indirectas sobre otros crímenes y violaciones que Roulet podría ayudar a resolver a cambio de su vida. Sea cual sea el resultado, vivo o muerto, a buen seguro ha desaparecido de este mundo y ésa es mi salvación. Eso me ha curado más que cualquier cirugía.

Maggie McPherson y yo también estamos tratando de sanar nuestras heridas. Ella me trae a mi hija a visitarme cada fin de semana y a menudo se queda a pasar el día. Nos sentamos en la terraza y hablamos. Ambos sabemos que nuestra hija será lo que nos salvará. Yo ya no siento rabia porque me usara como cebo para un asesino. Y creo que Maggie ya no siente rabia por las elecciones que yo hice.

La judicatura de California contempló todas mis acciones y me suspendió por conducta impropia de un abogado. Me apartaron por noventa días. Fue por una chorrada. No pudieron demostrar ninguna violación ética específica en relación con Corliss, así que me acusaron por usar una pistola de mi cliente Earl Briggs. Tuve suerte con eso. No era una pistola robada o sin registrar. Pertenecía al padre de Earl, así que mi infracción ética era menor.

No me molesté en protestar contra la reprimenda de la judicatura ni en apelar la suspensión. Después de recibir una bala en el estómago, noventa días en el dique seco no me parecía tan mal. Cumplí la suspensión durante mi convalecencia, sobre todo en bata mirando Court TV.

Ni la judicatura ni la policía descubrieron violaciones éticas o criminales por mi parte en la muerte de Mary Alice Windsor. Ella entró en mi casa con un arma robada. Ella disparó primero y yo después. Desde una manzana de distancia, Lankford y Sobel vieron cómo Windsor efectuaba el primer disparo desde la puerta de la calle. Defensa propia, punto y final. Pero lo que no está tan claro son mis sentimientos por lo que hice. Quería vengar a mi amigo Raúl Levin, pero no quería hacerlo con sangre. Ahora soy un homicida. Haber sido sancionado por el Estado sólo atempera ligeramente los sentimientos que me provoca.