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– ¡Una rana, una rana! ¡Menea ya las fichas y cállate, administrador! ¡Yo soy una rana en seco, pero tú eres un sapo enjugado, ya lo sabes!

– Chss; asunto profesión no te metas. Ya sabes que no me hacen gracia las bromas sobre este particular.

– Venga; yo salgo – cortaba Coca-Coña-. ¡A cincos! Marcó un fichazo seco contra el mármol.

– ¿Y qué hay de vuestra boda, Miguel? – preguntó Sebastián.

Miguel estaba tendido, con el antebrazo derecho sobre los párpados cerrados; dijo:

– Qué sé yo. No me hables de bodas ahora. Hoy es fiesta.

– Pues tú estás bien. No sé yo qué problema es el que tenéis. Ya quisiéramos estar como tu novia y tú.

– Ca, no lo pienses tan sencillo.

– Pues la posición que tú tienes…

– Eso no quiere decir nada, Sebas. Son otros muchos factores con los que tiene uno que contar. Uno no vive solo, y cuando en una casa están acostumbrados a que entre un sueldo más, se les hace muy cuesta arriba resignarse a perderlo de la noche a la mañana. Eso aparte otras complicaciones, que no sé yo, un lío.

– Pues yo no es que quiera meterme en la vida de nadie, pero, chico, te digo mi verdad: yo creo que uno en un momento dado tiene derecho a casarse como sea. O vamos, compréndeme, a no ser que tenga responsabilidades mayores, por caso, enfermos o cosa así. Pero si es sólo cuestión de que se vayan a ver un poquito más estrechos, ¿eh?, económicamente, yo creo que hay que dejarse de contemplaciones y cortar por lo sano. Que les quitas un sueldo con el que han estado contando hasta hoy; bueno, pues ¡qué se le va a hacer! Todos tienen derecho a la vida. Y también, si te vas, es una boca menos a la mesa. Por eso te digo; yo que tú, no sé las cosas, ¿verdad?, pero vamos, que respecto a la familia, me liaba la manta a la cabeza y podían cantar misa. Mi criterio por lo menos es ése, ¿eh?, mi criterio.

– Eso sé dice pronto. Pero las cosas no son tan simples, Sebastián. Desde fuera nadie se puede dar una idea de los tejesmanejes y las luchas que existen dentro de una casa. Aun queriéndose. Las mil pequeñas cosas y los tiquismiquis que andan de un lado para otro todo el día, cuando se vive en una familia de más de cuatro y más de cinco personas. No creas que es cosa fácil.

– Si eso ya lo sabemos, pero con todo eso hay que arrostrar.

– Que no, hombre, que no; prefiere uno fastidiarse y esperar el momento oportuno.

Alicia bostezó, dándose con los dedos sobre la boca abierta. Miró hacia el río. Luego le dijo a Sebas, moviendo la cabeza hacia los lados:

– No le hagas caso, Sebastián. Déjale. Lo importante no son las razones, este o aquel motivo. El quid de la cuestión está en lo que más pueda para uno. Uno está siempre propenso a disculparse en aquello que más tira de él. Lo que se habla por la boca no obedece más que a eso. Y para todo se encuentra explicación.

Sebas le dio a Miguel en el brazo:

– Toma del frasco, Carrasco. Tiran con bala, niño. Menuda. Ésa es de las que pican. Para que luego digamos que las mujeres todo se lo creen.

Miguel sonrió torcido; miró a su novia encima de su cabeza y se puso serio:

– Estáis hablando de lo que no sabéis. Era mejor si no sacabas esta conversación a relucir. Ya te lo dije.

– Tú la has seguido, Miguel. A mí no me digas nada. Yo te advertí, lo primero, que no era con ánimo de entrometerme en la vida de nadie. Si te ha escocido lo que ha dicho tu novia, conmigo allá películas.

– Anda, mira, date una vuelta, ¿sabes? Déjame ya. Habéis metido la pata y se ha terminado.

– ¡Jo, qué tío! – dijo -. Ahora se pone que yo he metido la pata. ¿No te fastidia? Ahora las paga conmigo. No se le puede ni tocar.

Miguel no contestaba. Intervino Paulina:

– Tiene razón. Tú no tenías por qué querer arreglarle la vida a nadie. Bastante tienes ya con la tuya, para meterte a redentor de la ajena. Te contestan por pura educación, pero tú has estado inoportuno, eso no quiere decir.

– ¿Tú también? Pues vaya una forma de cogerlo entre medias a uno. No lo entiendo, te juro.

– Está bien claro – dijo Miguel -. Más claro no han podido decírtelo. Cuando tu novia te lo dice, por algo será, Sebastián.

Alicia dijo:

– Mira Miguel, a ti el que no te conozca que no te compre.

– No estoy hablando contigo, Alicia. Tú ya has hablado de más. Así que mutis por el foro.

– Pero bueno, Miguel – dijo Sebas -, yo lo que digo es una cosa: ¿somos amigos, sí o no? Porque es que si lo somos, como yo me lo tengo creído, no comprendo a qué viene todo esto, francamente. Que no podamos tener ni un cambio de impresiones sobre las cosas de cada cual.

– No lo comprendes, ¿eh? – Miguel hizo una pausa y resopló por la nariz, suspirando; levantó el torso sobre los codos y miró a todas partes, hacia el río y los puentes -. Pues yo tampoco, Sebas, si quieres que te diga la verdad. Es que está uno muy quemado. Eso es lo único que pasa. Y ya no quieres ni oír hablar de lo que te preocupa – se pasó por la frente una mano y buscó el sol con la vista, por encima de los árboles -. Complicaciones no las quiere nadie. Y tú tienes razón y ésta tiene razón, y yo, y aquel de más allá. Y al mismo tiempo no la tiene nadie, pasa eso. Por eso no gusta hablar. Así es que no te incomodes conmigo. Ya lo sabes de siempre que…

Sonrió con franqueza. Sebas habló:

– Chico, es que das unos cortes que lo dejas a uno patidifuso. Te pones la mar de serio y de incongruente. Pero por mi parte, figúrate. Mejor lo sabes tú. Por descontado, desde luego, y además…

Miguel lo interrumpía:

– Acaba ya, que apestas. No se hable más. Saca tabaco, anda.

– A saber dónde andarán esos otros – dijo Paulina.

Sebastián se acercó a asomarse al otro tronco para ofrecer tabaco a Santos. Estaban Carmen y él muy mimosos, haciéndose caricias.

– ¡Eh! – dijo Sebas -; a ver si os vais a dar el lote ahora, aquí, en público. ¿Quieres fumar?

– ¿Es a mí?

– No, será a aquel otro.

– Gracias, chato. De momento no fumo.

– Bueno, pues hasta luego, ¿eh? A disfrutar.

Sebastián volvió de nuevo hacia su corro. Alicia le preguntó:

– ¿Qué es lo que hablabas con ellos?

– Nada, que están ahí a novio libre.

– Pues tú déjalos a los chicos, que ellos vivan su vida.

– A buena parte vas. Pierde cuidado, que ya se encargan ellos de vivirla.

– Pero a base de bien – dijo Miguel -. Chico, en mi vida he visto otra pareja más colocados el uno por el otro.

– Pues di que está la vida hoy en día como para eso – comentaba Paulina.

– Mujer, si no se tiene un poquito de expansión de vez en cuando – replicaba Miguel-, saltas del sábado al lunes que ni te enteras de que estás en el mundo.

– Pues lo que es él, me parece a mí que está para pocas. El mejor día le da un patatús.

– Ca. Si lo vieron por la pantalla este invierno, y está más sano que sano – dijo Sebas – No le encontraron nada. Los pies sucios. No es más que la constitución esa que tiene, que se ve que no es de engordar.

– Lo que yo no acabo de ver claro – dijo Paulina – es la vida que se traen, ni lo que piensan para el porvenir. Llevan de novios un par de años lo menos y antes los matan que ocurrírseles apartar una peseta.

– Pues eso ya es peor – comentó Alicia.

– Como lo oyes – decía Sebastián -. No le escuece el bolsillo a éste. Lo mismo para irse con la novia a bailar a una sala de fiestas de las caras, o comprarla regalos, que para alternar con nosotros por los bares.

– Pues mira, si a él le parece que puede hacerlo, hace bien. Eso nadie lo puede achacar como un defecto – dijo Miguel.

– Déjate. Aquí el que más y el que menos sabemos lo que es tener diez duros en la cartera. Y lo que escuecen. Pero eso no quita tampoco para que sepamos también pensar en el mañana – le replicaba Sebastián.

– ¡En el mañana…! – decía Miguel echando atrás la cabeza-. Demasiado nos estamos ya siempre atormentando la sesera con el dichoso mañana. ¿Y hoy qué? ¿Que lo parta un rayo? Di tú que el día que quieras darte cuenta, te llega un camión y te deja planchado en mitad de la calle. Y resulta que has hecho el canelo toda tu vida. Has hecho un pan como unas hostias. También sería una triste gracia. Ya está bien; ¡qué demonios de cavilar y echar cuentas con el mañana puñetero! De aquí a cien años todos calvos..Ésa es la vida y nada más. Pues claro está que sí.

Sebastián lo miraba pensativo y habló:

– Ya ves, lo que es en eso, Miguel, no estoy contigo. El chiste está precisamente en arriesgarse uno a hacer las cosas, sin tener ni idea de lo que te pueda sobrevenir. Ya lo sabemos que así tiene más exposición. Pero lo otro es lo que no tiene ciencia y está al alcance de cualquiera.

– Y que te crees tú eso. ¿Conque no tiene exposición vivir la vida según viene, sin andarse guardando las espaldas? ¿No tiene riesgo eso? Para eso hace falta valor, y no para lo otro.

Pasaban unos cantando. Sebastián no sabía qué contestar.

– Hombre – repuso -, si vas a ver, riesgo tiene la vida por dondequiera que la mires.

– Pues vayase lo uno por lo otro y el resultado es que no la escampas por ninguna parte. Y por eso más vale uno no andarse rompiendo la cabeza ni tomarse las cosas a pecho.

– Sí, pero menos. También hay que tener… Alicia canturreaba:

– Tomar la vida en serio… es una tontería… Paulina y ella rompieron a reír.

– ¡La insensatez de las mujeres! – decía Sebastián, Luego extendía el brazo y atraía a Paulina hacia sí:

– Ven a mi vera, ven. Paulina hizo un resorte brusco:

– ¡Ay, hijo! No me plantes los calcos en la espalda, que duele. La tengo toda escocida del sol.

Se pasaba las manos por los hombros desnudos, como para aliviarse.

– No haber estado tanto rato. Así que ahora no la píes. Se diría que os vayan a dar algo por poneros morenas. Pues esta noche ya verás.

– Acostumbro a dormir bocabajo, conque ya ves.

– ¿Bocabajo? Debes de estar encantadora durmiendo.

Miguel le cantó a Sebas junto al oído, con un tono burlón:

– … porverel – porverel – por ver el dormir que tienes… ¡ Jajay! – seguía – la vida romanticisma es lo que a mí me gusta. No te enfades.