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– Por aquí pasaba todo el tráfico de relojes de cuco. ¿Has oído hablar de ellos?

– Claro. Mi abuela tenía uno. Mi abuelo siempre quitaba las pesas de las cadenas para que se detuviera. Detestaba ese maldito reloj. A cada hora: «cucú, cucú…».

– Y ésta era la ruta que se utilizaba para llevarlos al mercado. Hoy en día ya no hay tantos que los fabriquen, pero en otros tiempos pasaban por aquí carros cargados, a todas horas, día y noche… Ach, mira allí ese río. Es afluente del Danubio. Y los ríos del otro lado de la carretera desembocan en el Rin. Esto es el corazón de mi país. ¿Verdad que es muy bello a la luz de la luna?

A poca distancia se oyó el reclamo de un búho; suspiró el viento y el hielo que cubría las ramas de los árboles repiqueteó con un ruido como de cacahuetes al caer al suelo de un bar.

«Tiene razón», pensó Paul. «Este lugar es realmente bello». Y sintió una satisfacción tan crepitante como la nieve bajo sus botas.

Un increíble giro del destino lo había convertido en residente de esa tierra extraña, pero había acabado por encontrarla mucho menos extraña que aquel país donde lo esperaba la imprenta de su hermano, un mundo al que, sin duda, no retornaría jamás.

No: hacía años ya que había dejado atrás esa vida, cualquier circunstancia que incluyera una modesta empresa, una casa como todas, una buena esposa, niños alegres. Y estaba muy bien así. Paul Schumann sólo deseaba lo que tenía en esos momentos: caminar bajo la mirada tímida de la media luna, con un compañero afín a su lado, rumbo al objetivo que Dios le había fijado, aun cuando ese papel fuera la difícil y presuntuosa misión de corregir sus errores.

Nota del autor

Si bien la aventura de Paul Schumann y su misión en Berlín es pura ficción (y los individuos de la vida real no desempeñaron, desde luego, los papeles que les he asignado), por lo demás he sido exacto en cuanto a la historia, la geografía y la tecnología, así como las instituciones culturales y políticas de Estados Unidos y Alemania en el verano de 1936. La ingenuidad de los Aliados y su ambivalencia en lo que a Hitler y a los nacionalsocialistas se refería eran tal como las he descrito. El rearme alemán se desarrolló tal como lo he trazado, aunque no fue un solo individuo, como mi ficticio Reinhard Ernst, sino varios los que tuvieron la misión de preparar al país para lo que Hitler soñaba desde hacía tiempo. En Manhattan existía en verdad un sitio llamado «La Habitación». Y el Departamento de Inteligencia Naval fue la CIA de sus tiempos.

Algunas partes de Mein Kampf, el libro de Hitler, sirvieron de inspiración para las transmisiones de radio de este relato. Si bien no existió ningún Estudio Waltham, se efectuaron investigaciones de ese tipo, aunque en fechas posteriores: los hombres de la SS fueron responsables de exterminios masivos (conocidos como Einstatzgruppen) bajo la dirección de Artur Nebe, quien en otros tiempos había sido jefe de la Kripo. En 1937 el Gobierno nazi utilizaba las máquinas clasificadoras DeHoMag para seguir el rastro de sus ciudadanos, aunque según mis conocimientos nunca funcionaron en la sede de la Kripo. Es verdad que la Policía Internacional Criminal, que resulta ser la salvación de Willi Kohl, se reunió en Londres a principios de 1937; esa organización acabaría por convertirse en la Interpol.

Ya avanzado el verano de 1936, el campo de concentración de Sachsenhausen reemplazó oficialmente al viejo campo de Oranienburg; durante los nueve años siguientes hubo allí más de doscientos mil prisioneros políticos y raciales. Muchos millares fueron ejecutados o murieron a consecuencia de palizas, maltrato, hambre y enfermedad. Los rusos ocupantes, a su vez, utilizaron esas instalaciones como prisión para albergar a sesenta mil nazis y otros prisioneros políticos; se calcula que antes de que se cerrara el campamento, en 1950, murieron unos doce mil de ellos.

En cuanto al bar favorito de Otto Webber, la Cafetería Aria cerró definitivamente sus puertas poco después de que terminaran los juegos Olímpicos.

Una breve nota referida al destino de varios de los personajes que aparecen en este relato: en la primavera de 1945, cuando Alemania yacía en ruinas, Hermann Göring creyó equivocadamente que Adolf Hitler pensaba abandonar el mando del país y pidió sucederlo. Para su horror y vergüenza, Hitler se ofendió y lo tachó de traidor; fue expulsado del Partido nazi y se ordenó su arresto. En el Juicio de Nuremberg Göring fue sentenciado a muerte. Se suicidó en 1946, dos horas antes del momento fijado para su ejecución.

Heinrich Himmler, a pesar de ser el colmo de la adulación, hizo por cuenta propia propuestas de paz a los Aliados (este hombre, jefe de la SS y arquitecto de los programas de asesinatos masivos, llegó a insinuar que judíos y nazis debían olvidar el pasado y «enterrar el hacha de guerra»). Al igual que Göring, fue tachado de traidor por Hitler. Al caer el país trató de huir disfrazado para escapar de la justicia, pero por algún motivo decidió asumir la personalidad de un policía militar de la Gestapo, lo cual significaba el arresto automático. Inmediatamente se descubrió su identidad. Se suicidó antes de que se le sometiera al Juicio de Nuremberg.

Hacia el final de la guerra, Adolf Hitler se fue volviendo cada vez más inestable, físicamente débil (se cree que padecía la enfermedad de Parkinson) y depresivo; planeaba ofensivas militares con divisiones que ya no existían, apelaba a todos los ciudadanos a luchar hasta la muerte y ordenó a Albert Speer que instituyera un plan de tierra calcinada (cosa a la que el arquitecto se negó). Pasó sus últimos días en un búnker cavado bajo el jardín de la Cancillería. El 29 de abril de 1945 se casó con Eva Braun, su amante, y poco después ambos se suicidaron.

Paul Joseph Goebbels se mantuvo leal a Hitler hasta el final y fue elegido sucesor suyo. Tras el suicidio del Führer intentó negociar la paz con los rusos. Sus esfuerzos fueron inútiles. El antiguo ministro de Propaganda y Magda, su esposa, también se quitaron la vida (después de que ella asesinara a sus seis hijos).

Al principio de su carrera, Hitler dijo de la expansión militar que conduciría a la Segunda Guerra Mundiaclass="underline" «Será mi deber llevar a cabo esta guerra cualesquiera que sean las pérdidas… Tendremos que abandonar mucho de lo que nos es querido y que hoy parece irreemplazable. Las ciudades se convertirán en montones de ruinas; nobles monumentos arquitectónicos desaparecerán para siempre. Esta vez nuestro sagrado suelo no se salvará. Pero esto no me atemoriza».

El imperio que, según Hitler, sobreviviría por mil años duró doce.

Mi sincera gratitud a los «sospechosos habituales» y a algunos nuevos: Louise Burke, Britt Carlson, Jane Davis, Julie Deaver, Sue Fletcher, Cathy Gleason, Jamie Hodder-Williams, Emma Longhurst, Carolyn Mays, Diana Mackay, Mark Olshaker, Tara Parsons, Carolyn Reidy, David Rosenthal, Ornella Robiatti, Marysue Rucci, Deborah Schneider, Vivienne Schuster y Brigitte Smith.

También a Madelyn, por supuesto.

Quienes quieran saber más sobre la Alemania nazi encontrarán estas fuentes tan interesantes como valiosas fueron para mí en mi investigación: Louis Snyder, Encyclopedia of the Third Reich; Ron Rosenbaum, Explaining Hitler; John Toland, Adolf Hitler; Piers Brendon, The Darle Valley; Michael Burleigh, El tercer Reich; Edwin Black, IBM and the Holocaust; William L. Shirer, Auge y caída del Tercer Reich y 20th Century Journey, Volume II, The Nightmare Years; Giles MacDonogh, Berlin; Christopher Isherwood, Historias d e Berlín; Peter Gay, La Cultura Weimar y My German Question; Frederick Lewis Allen, Since Yesterday; Edward Crankshaw, Gestapo: Instrument of Tyranny; David Clay Large, Berlin; Richard Bessel, Life in the Thrid Reich; Nora Waln, The Approaching Storm; George C. Browder, Hitler’s Enforcers; Roger Manvell, Gestapo; Richard Grunberger, The 12-Year Reich; Ian Kershaw, Hitler 1889-1936; Joseph E. Persico, Roosevelt’s Secret War; Adam LeBor y Roger Boyes, Seduced by Hitler; M élanie Gordon, Voluptuous Panic: The Erotic World of Weimar Berlin; Richard Mandell, The Nazi Olympics; Susan D. Bachrach, The Nazi Olympics; Mark R. Mc-Gee, Berlin: A Visual and Historical Documentation from 1925 to the Present; Richard Overy, Historical Atlas of the Third Reich; Neal Ascherson, Berlin: A Century of Change; Rupert Butler, Gestapo; Alan Bullock, Hitler; A Study in Tyranny; Pierre Aycoberry, The Social H istory of the Third Reich, 1833-1945, y Otto Friedrich, Antes del diluvio.