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– ¿Y si probaras a no escuchar la música?

– Pues es una idea -dijo él sonriendo con desgana-. ¿Qué sugieres, Emerson, Lake y Palmer, The Enid? ¿O el triple elepé de Yes?

– Esa es tu especialidad, no la mía.

– No sabes lo que te pierdes.

– Sí que lo sé. He pasado por ello.

Un antiguo refrán escocés dice que a quien le pegan le gusta pegar a otro. Ese fue el motivo de que Watson volviera a llamarle al despacho. Al jefe aún no se le habían ido los colores de su entrevista con el director general. Rebus fue a sentarse, pero Watson le ordenó seguir de pie.

– Siéntese cuando yo se lo diga.

– Gracias, señor.

– ¿Qué demonios está pasando, John?

– ¿Cómo dice, señor?

Watson miró la nota que Rebus le había dejado.

– ¿Esto qué es?

– Un muerto y un herido grave en Paisley, señor; son hombres de Telford. Cafferty está pegando donde duele. Probablemente se ha dado cuenta de que Telford quiere abarcar más territorio del que puede y eso le permite atacar en las brechas.

– Paisley. No es nuestro problema -dijo Watson guardando el papel en el cajón.

– Lo será, señor. Porque cuando Telford replique lo hará aquí.

– Olvídese de eso, inspector. Hablemos de Productos Farmacéuticos Maclean's.

Rebus puso cara de sorpresa y, acto seguido, de resignación.

– Iba a decírselo, señor.

– Pero he tenido que saberlo yo directamente por boca del director.

– No por culpa mía, señor. Es un asunto de la Brigada Criminal.

– Pero ¿quién ideó ese asunto?

– Iba a decírselo, señor.

– ¿Sabe cómo he quedado yendo a Fettes ignorando cosas de las que están al corriente mis subalternos? Como un imbécil.

– Perdone, señor, pero no creo que sea así.

– ¡Como un imbécil! -repitió Watson dando un golpe en la mesa con la palma de las manos-. Y además no es la primera vez. Sabe perfectamente que yo siempre he procurado su bien.

– Sí, señor.

– Siempre me he portado como es debido.

– Ni que decir tiene, señor.

– Y mire cómo me lo paga.

– No volverá a suceder, señor.

Watson le miró fijamente y Rebus le sostuvo la mirada.

– Eso espero -dijo Watson recostándose en el sillón y calmándose por efecto de la terapia abroncadora a un semejante-. Ya que está aquí, ¿tiene algo más que decirme?

– No, señor. Salvo que… no sé…

– Adelante -dijo Watson irguiéndose de nuevo.

– Señor, creo que el que vive encima de mi piso podría ser lord Lucan.

Capítulo 27

Leonard Cohen: There Is a War.

Estaban a la espera de represalias por parte de Telford. El director había sugerido una «presencia ostensible como factor disuasorio». Para Rebus no fue una sorpresa, y probablemente menos aún para Telford, que ya tenía a mano a Charles Groal para alegar acoso cuando se presentaron los coches patrulla en Flint Street. ¿Cómo iba su cliente a poder desarrollar su legítimo y sustancioso negocio y diversas mejoras sociales con el hostigamiento que representaba aquella desagradable y prepotente vigilancia policial? Con «mejoras sociales» quería decir los jubilados que vivían en pisos sin pagar alquiler y que Telford no vacilaría en esgrimir como justificación. Un caramelo para la prensa.

Acabarían por retirar los coches patrulla, desde luego, no iban a estar apostados eternamente. Y cuando lo hicieran, otra vez fuegos artificiales. Era lo que todos se esperaban.

Rebus se acercó al hospital y se sentó con Rhona. La habitación, con la que ya se había familiarizado, era un oasis de calma y orden donde a cada hora del día se sucedían los rituales al uso.

– Le han lavado el cerebro -comentó Rebus.

– Porque le hicieron otro encefalograma -dijo Rhona- y tuvieron que quitarle esa mugre que ponen. Dicen que tú la viste mover los ojos.

– Eso me pareció.

Rhona le tocó el brazo.

– Jackie dice que es posible que vuelva este fin de semana. El que avisa no es traidor.

– Recibido y entendido.

– Tienes cara de cansado.

Rebus sonrió.

– Seguro que un día de estos alguien me dice que estoy estupendo.

– No será hoy -replicó Rhona.

– La culpa la tienen la bebida, los clubs nocturnos y las mujeres.

Conforme lo decía pensó en las Coca-Colas, el Casino Morvena y en Candice. «¿Por qué estaré entre dos fuegos?» «¿No estarán Cafferty y Telford liándome en su juego?», y pensó también cuánto ansiaba que no le sucediera nada a Jack Morton.

Cuando llegó a su casa, en Arden Street, sonaba el teléfono. Lo cogió justo antes de que se conectara el contestador automático.

– Un momento que pare este cacharro -dijo pulsando al fin el botón adecuado.

– La tecnología, ¿eh, Hombre de paja?

Cafferty.

– ¿Qué quieres?

– Me he enterado de lo de Paisley.

– ¿Eres ventrílocuo?

– Yo no tengo nada que ver con ello.

Rebus soltó una carcajada.

– Lo digo en serio.

Rebus se dejó caer en el sillón.

– Y yo voy y me lo creo.

Seguía pensando en el juego que se traían.

– Lo crea o no, sólo quería decírselo.

– Gracias. Seguro que ahora duermo mejor.

– Me están tendiendo una trampa, Hombre de paja.

– Telford no necesita tenderte trampas -replicó Rebus con un suspiro estirando el cuello a un lado y otro-. Escucha, ¿no has pensado en otra posibilidad?

– ¿En cuál?

– Que tus hombres se hayan desmandado y actúen a espaldas tuyas.

– Lo habría sabido.

– Tú te enteras de lo que te cuentan tus subalternos. ¿Y si te mienten? No digo toda la banda, pero podría haber dos o tres que fueran por libre.

– Lo habría sabido.

Ahora contestaba en un tono de voz más hueco, como pensándoselo.

– Bueno, muy bien; lo habrías sabido. ¿Quién te lo iba a haber advertido? Cafferty, tú estás en la otra punta del país, en la cárcel. ¿Va a ser tan difícil ocultarte algo?

– Son hombres que tienen toda mi confianza -replicó Cafferty haciendo una pausa-. Me lo habrían dicho.

– Si lo supieran, o si no les hubieran advertido que no te dijeran nada. ¿Me entiendes?

– Dos o tres que fueran por libre… -repitió Cafferty.

– ¿Se te ocurre alguno?

– Jeffries lo sabrá.

– ¿Jeffries? ¿Se llama así El Comadreja?

– Que no le oiga que le llama así.

– Dame su número de teléfono.

– No, le diré que le llame.

– ¿Y si es de los desmandados?

– Al menos sabremos de uno.

– ¿Reconoces que puede ser?

– Reconozco que Tommy Telford quiere verme en una caja.

Rebus miró por la ventana.

– ¿Tal como suena?

– Me han llegado rumores de un encargo especial.

– ¿Y estás protegido?

Cafferty contuvo la risa.

– Parece hasta preocupado, Hombre de paja.

– Pura imaginación tuya.

– Escuche, no hay más que dos soluciones. Que se ocupe usted de Telford o que me ocupe yo. ¿No le parece? Me refiero a que no soy yo quien ha iniciado la caza al hombre invadiendo territorio y amenazando.

– Tal vez sea más ambicioso que tú. A saber si no te recuerda al que fuiste tú.

– ¿Insinúa que me he ablandado?

– Lo que digo es que hay que adaptarse o morir.

– ¿Usted se ha adaptado, Hombre de paja?

– Puede que un poco.

– Ah, muy poca cosa.

– Pero no estamos hablando de mí.

– Usted está tan implicado como el que más. No lo olvide, Hombre de paja. Que duerma bien.

Rebus colgó. Se sentía extenuado y deprimido. Los niños de la casa de enfrente ya se habían acostado y las contraventanas estaban cerradas. Miró el cuarto. Jack Morton le había ayudado a pintarlo cuando él pensaba vender el piso. Su amigo le había ayudado también a dejar la bebida…