– La tragedia está servida. Entiendo. Escuche… ¿Me da su número de teléfono y le llamo dentro de cinco minutos? Tengo que recabar unos datos.
Rebus le dio el número y aguardó los cinco minutos.
– Ha estado comprobando mi identidad -comentó Rebus al gales nada más descolgar.
– Hay que ser precavido. Ha sido una pillería por su parte decirme que era de la Brigada Criminal.
– Bueno, pongamos que estoy en el escalafón previo. ¿Puede darme algún dato?
Morgan lanzó un hondo suspiro.
– Nosotros descubrimos mucho dinero negro por todo el mundo.
Rebus no encontraba un papel para anotar y Hogan le pasó un bloc.
– Tenemos, por poner un ejemplo -continuó Morgan-, la antigua Asia soviética, el mayor proveedor actual de opio puro. Y donde hay droga hay dinero para blanquear.
– ¿Y ese dinero viene a parar a Inglaterra?
– Camino de otro lugar. Hay empresas en Londres, bancos privados en Guernsey… El dinero va filtrándose y el blanqueo va en aumento. Con los rusos todos quieren hacer negocio.
– ¿Por qué?
– Porque allí hay ganancias por el dinero que entra de todas partes. Rusia es un inmenso bazar gigantesco donde se compran armas, géneros de imitación, dinero, pasaportes falsos, cirugía plástica… En Rusia se encuentra de todo y es un país con muchas fronteras y numerosos aeropuertos… Es ideal.
– Para el gansterismo internacional.
– Exacto. Y la mafiya ha establecido contacto con sus hermanos sicilianos, con la Camorra, con los calabreses… La lista sería interminable. Los delincuentes ingleses van allí de compras. Todos cortejan a los rusos.
– ¿Y ahora los tenemos aquí?
– Eso es. Se dedican a la extorsión, a la trata de blancas, al tráfico de drogas…
Prostitución y drogas: el área del señor Ojos Rosa y de Telford.
– ¿Hay pruebas de alguna conexión con la Yakuza?
– No que yo sepa.
– ¿Pero si ahora comienzan a venir a Inglaterra…?
– Será para asegurarse el control de las drogas y de la prostitución y para blanquear dinero.
Y la manera de hacerlo era a través de negocios legales como clubs de campo y similares, cambiando el dinero negro por fichas de juego en un casino como el Morvena.
Rebus sabía que la Yakuza se dedicaba a introducir obras de arte de contrabando en Japón y que el señor Ojos Rosa había ganado su primer dinero precisamente sacando de contrabando iconos de Rusia. Cuestión de atar cabos y relacionarlos con Tommy Telford.
¿Necesitaban el golpe de Maclean's? A él no se lo parecía. Entonces, ¿por qué Tommy Telford persistía en darlo? Dos posibles razones: por alardear o porque se lo habían ordenado a modo de una especie de rito iniciático… Si quería jugar con los grandes tenía que demostrar su valía. Le exigían que borrara a Cafferty del mapa y que llevase a cabo lo que pasaría a ser el mayor atraco en la historia de Escocia.
Pero Rebus tuvo una súbita inspiración.
Lo planeado no era que Telford tuviera éxito, sino que fracasara.
Tarawicz y la Yakuza le estaban tendiendo una trampa porque tenía algo que ellos ambicionaban: una red fija para el suministro de drogas, un imperio que se disponían arrebatarle. Miriam Kenworthy había comentado que corría el rumor de que la droga iba a parar al sur de Escocia. Lo que significaba que Telford tenía la mercancía…, algo que nadie sabía.
Con Cafferty fuera de juego se deshacían de la competencia y la Yakuza dispondría en Inglaterra de una base sólida, respetable, fiable. La fábrica de componentes electrónicos sería la tapadera ideal para la operación de blanqueo. Lo mirara como lo mirara, Telford era prescindible en todo aquel plan, un simple cero a la izquierda.
Precisamente lo que Rebus quería… pero no al precio que le pedían, i
– Gracias por la información -dijo y colgó; advirtió que Hogan t ya no escuchaba y estaba ausente-. Perdona que te haya aburrido.,
– No, ni mucho menos -replicó Hogan parpadeando-. Es que estaba pensando algo.
– ¿Qué?
– Que confundí a El Guapito con una mujer…
– No creas que habrás sido el único.
– Precisamente por eso.
– No acabo de entenderte…
– Esa mujer joven del restaurante… que acompañaba a Lintz -añadió Hogan encogiéndose de hombros-. Es mucho suponer, desde luego.
Rebus captó la idea.
– ¿Irían allí a hablar de negocios?
Hogan asintió con la cabeza.
– El Guapito dirige la red de prostitución de Telford.
– Y casi en persona el negocio de las azafatas más caras. Vale la pena comprobarlo, Bobby.
– ¿Qué te parece si le hacemos comparecer para interrogarle?
– Desde luego. Exagera en lo del restaurante, dile que disponemos de una identificación inequívoca. A ver cómo reacciona.
– ¿Igual que hicimos con Colquhoun? El Guapito lo negará.
– Pero con ello no queda descartado el hecho de que fuera él -dijo Rebus dando una palmadita a Hogan en el hombro.
– ¿Y tu llamada?
– ¿Mi llamada? -Rebus miró lo que había anotado. Gángsteres dispuestos a repartirse Escocia-. No es la peor noticia que recibo en mi vida.
– ¿Y te sirve de mucho la información?
– Me temo que no, Bobby -respondió Rebus poniéndose la chaqueta-. Me temo que no.
Capítulo 30
Al final de la farsa Rebus no había recibido el expediente del Cangrejo, pero sí una cruda e insultante llamada de Abernethy acusándole de obstrucción -realmente, el colmo- y hasta de racismo y otras lindezas. Había recuperado el coche. En el polvo del capó encontró escrito: CASO TERMINAL y LIMPIADO POR STEVIE WONDER. El Saab, ofendido, arrancó a la primera y dio muestras de haberse desprendido de gran parte del repertorio de traqueteos y vibraciones. Rebus lo llevó hasta su casa con las ventanillas abiertas para ventilar el olor a whisky de la tapicería.
Hacía una buena tarde con cielo despejado y había descendido la temperatura. El sol rojo del ocaso, tan vituperado por los automovilistas, ya se había ocultado tras los edificios. Rebus se acercó a la tienda de patatas fritas con la chaqueta desabrochada y compró una ración de pescado, dos panecillos con mantequilla y un par de latas de Irn-Bru. Una vez en casa, vio que no había nada interesante en la televisión y puso un disco de Van Morrison, Astral Weeks. Estaba tan rayado que daba pena.
En la primera canción sonaba el estribillo de «Volver a nacer» y pensó en el padre Leary sobreviviendo gracias a una nevera de medicamentos, pero luego pensó en Sammy, cubierta de electrodos y rodeada de aparatos como una víctima propiciatoria. Leary hablaba a menudo de la fe, pero no resultaba fácil tener fe en la raza humana, una especie que nunca aprendía, que aceptaba con indiferencia la tortura, el crimen, la destrucción. Abrió el periódico. Kosovo, Zaire, Ruanda, palizas de represalia en Irlanda del Norte. En Inglaterra, una joven asesinada y otra desaparecida, «motivo de preocupación», decían del caso. Había depredadores por todas partes. A poco que rasques la capa externa compruebas que el mundo ha progresado apenas unos pasos desde la edad de piedra.
Volver a nacer. …Pero a veces sólo se logra tras un bautismo de fuego.
En 1970, cuando él estaba en Belfast, a un soldado británico le volaron la cabeza de un tiro. Era un muchacho de diecinueve años, natural de Glasgow. En el cuartel, más que pesar se produjo un estallido de rabia porque nunca detendrían al asesino, que había huido al amparo de la oscuridad entre unos bloques de apartamentos de una barriada católica.
Al hecho se le dio la simple relevancia de una gacetilla en la sección de «Incidentes» del periódico.
Pero entre los militares provocó indignación.
Al jefe de la patrulla le apodaban el «Máquina». Era soldado de' primera, natural de un pueblo de Ayrshire; un individuo de pelo rubio corto, con aspecto de jugador de rugby, que se complacía en ordenarles ejercicios de gimnasia, aunque sólo fueran simples flexiones; y ponerles firmes. Él fue quien abrió la campaña de represalias en la que se suponía que nada tenían que ver los jefazos. Fue la válvula de escape a la frustración, a la presión acumulada en el confinamiento de aquel cuartel cercado por territorio enemigo. Como no era posible castigar al francotirador, el «Máquina» decidió culpabilizar a todo el vecindario: a la culpa colectiva se aplicaría justicia colectiva.