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Leona y Lainey se negaban a irse a la cama y, como de costumbre, Mary estaba a punto de desistir, cuando Danny Boy entró en el enorme vestíbulo de mármol de su nueva casa y gritó:

– Idos a la cama de una vez, ¿de acuerdo?

Las dos chicas subieron a sus dormitorios sin decir una sola palabra. Mary las arropó y les dio un beso de buenas noches mientras se preguntaba por qué Danny Boy no había salido como de costumbre. De hecho, ni siquiera estaba vestido y, en lugar de prepararse para salir, llevaba un chándal de botones y una vieja camiseta de tirantes. Estaba viendo los deportes y no dejaba de pedirle cosas, desde que le preparase un té, café o sándwiches hasta una cerveza, brandy o sus puros. No había parado desde que había llegado y la única razón por la que les había llamado la atención a sus hijas era porque debía de querer quedarse en casa esa noche y ansiaba un poco de tranquilidad y sosiego. Mary, no obstante, se lo agradeció porque finalmente las niñas se habían acostado, algo que a ella le suponía siempre un enorme esfuerzo. Mary creía que se había convertido en su peor enemigo a ese respecto, ya que la única vez que les había gritado pidiéndoles que le obedecieran, Danny Boy la había sorprendido y le había dado una buena tunda delante de ellas. Desde entonces había perdido toda la autoridad sobre sus hijas. Se daban cuenta del miedo que le inspiraba su padre y lo utilizaban en contra de ella. Aun así, no las culpaba, pues, aunque le dolía, sabía que cuando uno vivía en esa casa utilizaba cualquier medio para sobrevivir. La madre de Danny se lo había enseñado y no le iba mal desde entonces.

Mary se dirigió lentamente a la cocina, pero Danny la llamó, y se preparó para una reprimenda antes de entrar en el enorme salón donde se encontraba echado en el sofá de seda japonés, viendo los deportes.

Se quedó de pie, como un chico de los recados, con el cuerpo tenso.

– ¿Qué quieres, Dan?

Mary sonreía amablemente, con la mirada alerta ante un posible cambio de humor, esperando que la atacase verbal o físicamente.

Danny la observó durante unos momentos antes de decirle tranquilamente:

– No permitas que te hablen de esa manera.

Mary se encogió de hombros con indiferencia, como si no tuviera nada que responder.

La forma en que las niñas le hablaban a su madre molestaba a Danny, aunque sabía que era el principal culpable de ello. Pensaba que su esposa debía imponerse más, pero sabía de sobra que era incapaz de hacerlo en lo que se refería a sus hijas o a él mismo. Danny deseaba en algunos momentos que opusiera cierta resistencia, que mostrara algo de pasión, pero él había acabado con todo ello hacía ya años. En momentos como ése se preguntaba por qué le inspiraba tanto odio, y deseaba empezar de nuevo, pero eso era irrealizable porque nadie es capaz de cambiar el pasado. De ser así, el mundo sería mucho más agradable, de eso estaba seguro.

Dando unos golpes en el asiento de al lado le pidió que se sentase. Mary obedeció, como esperaba que hiciese. Era como un cachorrito, un cachorrito admirable, la verdad. Aún seguía siendo una mujer sorprendentemente hermosa y eso le agradaba en cierta forma, aunque también le desagradaba. Era como una muñeca perfectamente maquillada, con el pelo recogido y vestida impecablemente. Tenía un gusto especial para vestirse y, lo más importante, también tenía el don de elegir bien su ropa. Él siempre dejaba que la eligiese y jamás olvidaba un detalle, por eso siempre iba tan elegante. Danny sabía que era una mujer que tenía todos los atributos que un hombre poderoso puede desear, pero eso le importaba un carajo. Ella era su esposa y eso era lo único que le permitiría ser.

Después de que la niña falleciera, no le había puesto una mano encima durante mucho tiempo. Luego, con ayuda de los médicos, había logrado quedarse embarazada y tener dos hijas más, aunque Danny sabía que ansiaba darle un hijo. Él jamás se molestó en quitarle esa idea de la cabeza pero, después de la muerte de su padre, jamás había sentido el menor deseo de tener un varón y estaba más que satisfecho con sus hijas. Un hijo, al menos eso pensaba, se convertiría en un rival más tarde o más temprano y, además, terminaría por ponerse del lado de su madre, como suele suceder. No, él prefería tener sus hijas, eran menos complicadas y más fáciles de controlar.

Danny se percató de que Mary no le había respondido y de lo incómoda que se sentía. De repente él miró y la vio tal como la veían los demás. Tenía unos ojos fascinantes, enmarcados en largas pestañas, capaces de dejar embelesado al hombre que quisiera, aunque ninguno en su sano juicio le daría los buenos días sin que él le hubiera concedido permiso para eso.

– Hablo en serio, Mary. Tienes que imponerte y demostrarles quién es la que manda.

Intentaba relajar las cosas y Mary se dio cuenta de ello. Muchos años antes hubiera apreciado su interés y habría agradecido que fuese tan amable, pero ya era demasiado tarde. Sonrió afablemente y, sin pensar en las consecuencias, respondió:

– Ellas saben perfectamente quién es el que manda en esta casa, igual que tú, y ésa no soy yo.

La tristeza de su voz lo abrumó durante unos segundos, por eso la acercó y la estrechó entre sus brazos. Cuando se comportaba de esa manera, Danny detestaba que ya no lo deseara y sabía que permanecía a su lado porque tenía demasiado miedo para rechazarlo. El, sin embargo, precisaba de su amor en ese momento, necesitaba ver que aún le deseaba. La besó en el pelo, sintiendo el suave olor de su perfume y el plácido tacto de su cuerpo.

– Qué pasa, Mary, ya sabes que te quiero.

La estrechaba con fuerza pero, como siempre, era sólo un gesto de pertenencia y posesión, más que de amor. Mary sonrió y respondió tristemente:

– Lo peor de todo, Danny, es que a veces creo que es verdad lo que dices.

Michael escuchaba al hombre que tenía delante con tal expresión de asombro que Arnold se echó a reír. Michael miró a su amigo y, suspirando, respondió:

– Arnie, no deberías decir eso de Danny Boy ni en broma. Él tiene a todo el mundo en nómina y, si alguien le comenta lo que acabas de insinuar, no sé… Dejó la frase sin terminar.

Arnold era un muchacho grande y fuerte que también se había forjado su reputación. Además, se había casado con la hermana de Danny y ya había tenido algunos hijos con ella, algo que, en su opinión, había hecho como un gesto de humanidad. También disponía de una serie de hombres en los que confiaba plenamente y, cuando se unió a la banda de Danny Cadogan, todos se montaron en ese carro con él. Ahora alguno le había proporcionado esa información y quería, o mejor dicho, necesitaba, comprobar si era cierto. Confiaba en Michael más que en ninguna otra persona de raza blanca, pues, en muchos aspectos, eran compañeros. Con el paso de los años, se había creado entre ellos una buena relación y, en muchas ocasiones, habían comentado en secreto las insensateces que cometía Danny Boy con sus actos violentos, por esa razón, no temió compartir con él esa información, pues sabía que Michael necesitaba tanto como él averiguar la verdad. Después de todo, si eso era cierto, tenía mucho más que perder que él.