Annie miró a su marido, vio la expresión tan cambiante de su apuesto rostro y, una vez más, se preguntó qué le preocupaba. Fuese lo que fuese, al parecer no estaba dispuesto a decírselo. Al contrario que Arnold, ella sabía lo difícil que resultaba tratar con su hermano y con su socio, pues conocía de sobra el miedo que inspiraban a todo el mundo. También sabía que Danny era un tipo de mucho cuidado y, aunque fuese su hermano, no confiaba en él, ni ahora ni nunca.
Mary estaba tendida en el sofá, le dolía la espalda y había bebido demasiado para que le fuera posible ocultarlo. Una vez más inventaría una enfermedad, pero, a pesar de lo borracha que estaba, sabía que esa excusa ya no colaría, que ya nadie la creería. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas de autocompasión. La noche anterior, Danny le había hecho verdadero daño. La había tirado al suelo de la cocina, diciéndole que era una borracha asquerosa de la que todos se reían. Al final, se quedó allí tirada, disfrutando del respiro que le daba y gozando del frío suelo en contacto con su piel. Danny se irritaba porque ella jamás parecía tan borracha como estaba. De hecho, les había preparado a todos la cena y le había salido de maravilla. Las niñas hasta repitieron. Sin embargo, su espalda la estaba matando y sabía que era probable que el dolor que sentía procediera de su hígado. Tenía las palmas de las manos enrojecidas y le picaban constantemente de tanto beber alcohol. Pero no podía evitarlo porque era la única forma de afrontar la vida. Ella cuidaba de las chicas, pero, por desgracia, empezaban a comprender lo dura que era su vida. Ahora que habían crecido y que él no podía controlarlas tanto, habían empezado a ver las cosas desde su propia perspectiva.
Escuchó sus pasos al entrar en la casa y, una vez más, notó que el miedo le oprimía el pecho. El corazón empezaba a latirle con tanta fuerza que ahogaba el resto de los sonidos. Esperó hasta que entró en el salón, esperó sus sarcásticos comentarios, pero esta vez se decepcionó.
Parecía sumamente cordial, como a veces se comportaba. Se arrodilló a su lado y la besó afablemente en los labios. Era terriblemente atractivo y, aunque ella lo despreciaba, comprendía que otras mujeres se sintiesen atraídas por él. Casi todo el mundo lo consideraba un hombre decente y honesto, y Mary se preguntó cómo era posible que una persona engañase a todo el mundo de esa manera, como había hecho con ella durante mucho tiempo.
– ¿Te duele la cabeza otra vez?
Mary asintió ligeramente, preguntándose si se abalanzaría encima de ella.
– ¿Te traigo algo? ¿Una aspirina, una cataplasma con hielo o prefieres un vodka?
Mary cerró los ojos con fuerza y esperó que le soltara la perorata, pero no lo hizo. Por el contrario, le trajo un vodka y dejó la copa en la mesita que estaba junto al brazo del sofá. Ella miró el vaso aterrorizada. Danny, poniendo esa sonrisa socarrona tan suya, dijo:
– Venga, bebe. Te prometo que no se lo diré a nadie. Te lo juro por la vida de Leona.
Parecía tan interesado, tan comprensivo.
Mary negó con la cabeza lentamente; el hielo de la copa había formado gotas de agua que se escurrían por el vaso y el aroma del vodka le impregnaba las fosas nasales, pero no se atrevió a cogerlo. Danny suspiró pesadamente. Estaba impecable. Desde las uñas de los pies hasta el pelo, sumamente cuidados.
– Escucha, Mary. Hoy he decidido que si te apetece una copa, te dejo que te tomes una, así que aprovéchate.
Danny cogió el vaso y se lo puso en la mano. Estaba frío y escurridizo y lo cogió con ambas manos porque le aterrorizaba tirarlo. Luego, con una sonrisa, Danny la ayudó a llevárselo a la boca mientras la animaba a que se lo bebiese con palabras afectuosas. Ella dio un sorbo y saboreó el vodka con su lengua.
– Vamos, Mary, bébetela de una vez y te sirvo otra -dijo.
Mary se la bebió lentamente pero sin pausa. Recibió el vodka como la llegada de un viejo amigo. Luego, mirando fijamente a Danny, le preguntó:
– ¿Por qué haces esto, Danny?
Balbuceaba, no tanto como para que un extraño se hubiese dado cuenta, pero sí lo bastante como para que los que la rodeaban se percatasen de que estaba más ebria de lo normal.
Danny se encogió de hombros con indiferencia.
– Espera y te traigo otra.
Cuando salió de la habitación, Mary cerró los ojos lentamente. Estaba convencida de que se traía algo entre manos, como siempre. Intentó enderezarse en su asiento, pero no atinó con el brazo del sofá y estuvo a punto de caerse varias veces. Se rió en silencio, alegrándose de que Danny no la hubiese visto. Luego logró enderezarse en su asiento, clavando los tacones en el otro brazo del sofá para darse impulso.
Cuando Danny Boy regresó con otra copa, estaba medio sentada y dispuesta a lo que viniese. Una vez más le tendió el vaso y, sentándose a su lado en el sofá de piel, le pasó el brazo por encima del hombro y dijo cariñosamente:
– Mirad, niñas. Ésta es vuestra madre cuando se emborracha.
Mary se dio cuenta de que sus dos hijas estaban sentadas en el sofá de enfrente, en silencio. La habían estado observando todo el tiempo y, por tanto, la habían visto beber.
Las dos tenían los ojos abiertos de par en par, de lo sorprendidas que estaban. Mary comenzó a emitir un gemido, un largo y prolongado gemido parecido al de un animal, como si algo le doliese en su interior. Las dos niñas continuaban mirándola, con sus bonitos rostros distorsionados por el miedo y la pena que inspiraban los gritos de su madre.
Danny se reía a carcajadas, como si le hubiese gastado una broma sumamente graciosa.
– Vamos, bebe. Desde la puerta he visto que no te dabas cuenta de que estaban tus hijas presentes y ni siquiera te has dado cuenta de que yo había llegado. Y eso que no soy nada pequeñito, ¿verdad que no? Casi todo el mundo me ve, menos mi esposa, que está más pendiente de lo que bebe.
Mary estaba casi histérica; se sentía tan humillada que creía que se iba a morir del dolor que sentía en su interior. Le colgaban los mocos y el maquillaje se le estaba corriendo, pero no podía dejar de llorar y cada vez lo hacía con más fuerza. Era como si se hubiesen abierto las compuertas de una presa y estaba derramando todas las lágrimas que había acumulado en muchos años, todas las que había contenido con una voluntad férrea.
– Mamá, cállate, me estás asustando.
La voz de Leona se elevaba por segundos. Les estaba transmitiendo el dolor y el desengaño a sus hijas, y ambas parecían muy conmovidas.
Cuando las dos niñas se echaron a llorar, asustadas por el sufrimiento de su madre, Danny se echó a reír a carcajadas. La hermosa casa que había comprado retumbaba con el ruido de su risa y los llantos de sus hijas. Fue entonces cuando Mary decidió que, de alguna forma, tenía que poner fin a todo aquello.
Jonjo saboreaba la cerveza que había pedido, ya que la primera del día era la que más disfrutaba. Al igual que cuando había estado enganchado a la heroína y el primer chute era el que mejor le sabía, sólo que ahora en lugar de terminar flotando en una nube tenía que ir con más frecuencia al aseo. Sabía mear lo que bebía y, por casualidad, había descubierto que disfrutaba tomándose una copa. Por eso, se había entregado a ese nuevo pasatiempo con un fervor que hasta a él le sorprendía. Cuando era adicto a las drogas, jamás había disfrutado del alcoholy sólo lo consumía cuando no tenía nada que pincharse. Ahora, sin embargo, le sentaba bien, pues le hacía sentirse alegre y le hacía disfrutar más de la música que salía de la máquina de discos. Le encantaba. Sin embargo, aunque no lo supiera, pertenecía a ese grupo de personas que no deben beber con ningún pretexto porque se convierten en seres agresivos, susceptiblesy, lo peor de todo, temerarios.