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Sentado en el Blind Beggar, miró a su alrededor, a la clientela, y sonrió alegremente. En ese momento estaba de buen humor; normalmente era después, cuando ya iba por la décima cerveza, cuando empezaba a convertirse en una persona desagradable; es decir, cuando alguien le pedía que se marchase, o cuando una chica le decía que la dejase en paz y no la molestase, o cuando algún taxista se negaba a dejarle subir en el coche porque estaba vomitando en la acera. Entonces era cuando pensaba que todas esas personas, todos esos seres extraños, intentaban que se sintiera inferior. La errónea idea de que era feliz y todos los demás unos desgraciados se introducía en su psique de tal forma que, repentinamente, decidía que la única forma de solucionar ese problema era rompiéndole un vaso en la cara a alguien, dándole un cabezazo o estampándole un puñetazo, dependiendo de con quién se tuviera que pelear en cada momento. La única razón por la que siempre se libraba de que alguien le diera una paliza era por ser hermano de Danny Boy, aunque él seguía sin darse cuenta de ello. De momento, sin embargo, estaba contento, disfrutando del efecto que le hacía la primera cerveza y pensando si le sentaría bien tomarse un buen whisky luego.

Fuera hacía frío y él continuaba mirando cómo reía y hablaba la gente. Los vio quitarse el abrigo y disponerse a pasar la noche charlando y bebiendo. Notó el calor de la calefacción, unido a ese sentimiento de camaradería, y decidió tomarse otra cerveza antes de reunirse con su hermano en el pequeño club que solía frecuentar en el sur de Londres. Sabía que llegaría tarde, pero aun así optó por tomarse una cerveza primero.

Cuando Danny Boy entró con Michael, dos horas después, Jonjo ya estaba convencido de que habían acordado reunirse allí. Intentó excusarse ante su hermano, pero éste no le prestó la menor atención. Eso le molestaba, pero no mordió el anzuelo y así evitó una discusión con él.

Danny Boy no estaba de buen humor y Michael Miles aún menos. Jonjo se dio cuenta de que, en muchos aspectos, no se sentía nada contento. Al parecer, fuese por donde fuese, la gente parecía de todo menos feliz.

Ange estaba preparando un chocolate cuando oyó que la puerta trasera se abría. Danny Boy entró en la casa, llevando a rastras a Jonjo. Como de costumbre, estaba maldiciendo, pero ella prefirió guardar silencio mientras él lo conducía hasta la cama. El ruido que hicieron al subir las escaleras era como el chirrido de alguien que arrastra las uñas por una pizarra, lo que le provocó una enorme dentera. Los gritos y las quejas de Danny Boy terminaron por sacarla de quicio.

Ange se sentó en la cocina y, después de encender un cigarrillo, esperó pacientemente a que Danny bajase. Le había preparado un chocolate caliente, pues sabía que le gustaba cuando hacía frío.

Cuando entró en la cocina, reduciendo el tamaño de la habitación con su corpulencia, ella le señaló la taza y se alegró de que se sentara con ella un rato.

– Gracias, madre. Es justo lo que necesitaba.

Dio unos cuantos sorbos antes de mostrar su fastidio y decir:

– Me lo he tenido que traer porque estaba dando el coñazo a todo el mundo. Se quitó del caballo para echarse a la bebida. Es como el viejo. Si no le da por una cosa, le da por la otra.

Ange no le respondió, ya que se sentía amedrentada por su presencia. Danny se dio cuenta de ello, pero prefirió ignorar su gesto porque no quería reconocer que asustaba hasta a su madre. Sin embargo, lo sabía y eso le irritaba.

– Necesita que alguien lo meta en cintura, madre, y no va a quedar más remedio que sea yo.

Danny se rió de sus palabras y ella sonrió, siguiendo su ejemplo.

Danny dejó la taza en la mesa y, mirando de frente a su madre, le dijo:

– ¿Por qué no hablas conmigo, madre?

Parecía tan vieja y tan pequeña que Danny pensó que no viviría tanto como él deseaba. Estaba muy delgada, había perdido peso progresivamente y tenía el pelo cubierto de canas, de unas canas que ya ni tan siquiera se molestaba en disimular. Las arrugas de su cara eran más profundas y él también sintió el peso de la edad mientras la miraba.

– ¿De qué quieres que hable, hijo?

Le hablaba como si fuese un extraño, como si se estuviese riendo de él, y eso que era la mujer que lo había parido y la que más lo había querido.

Danny deseó repentinamente apoyar su cabeza en su pecho y echarse a llorar, tal como había hecho en muchas ocasiones cuando era un niño y alguien le había hecho daño. Su madre siempre había estado a su lado para consolarlo, para abrazarlo, siempre le había mostrado su amor cuando creía que nadie lo quería. Ella había trabajado el día entero para que no le faltase de nada y él jamás se lo había agradecido, más bien todo lo contrario. La había tratado mal y ahora deseaba no haber sido tan estricto a la hora de juzgarla. Sin embargo, cuando dejó que su marido se metiese de nuevo en su cama después de todo el daño que le había causado a la familia y después de todo lo que él se había visto obligado a hacer por culpa del egoísmo y la indiferencia de su padre, murió algo en su interior.

Esa noche, sin embargo, deseó con todas sus ganas no haber sido tan duro con ella, pues, después de todo, era su madre y ella le había dado su amor. El problema era que había amado más a su marido. De alguna manera, la comprendía y sabía que no era nada personal, sino fruto de su egoísmo, de ese egoísmo tan intenso que los había destruido a todos.

– Madre, lamento el daño que te he hecho y el sufrimiento que te he causado por culpa del viejo. Lo siento de veras.

Suspiró profundamente. La tristeza de su madre se le había pegado. Lo único que deseaba era que ella siguiera con su vida, que comprendiera lo que su padre les había hecho a todos ellos. Y también lo que él, Danny Boy, había hecho por ellos.

– Lo único que quise es que no os faltara de nada, madre. Que Jonjo y Annie no fuesen los más pobres de la clase. Que no los señalaran por ser los hijos de una mujer que lavaba la ropa. Quería que se nos conociese por algo más que por ser los hijos de un borracho y un juerguista. Quería que fuesen niños normales.

Ange sintió una oleada de lástima por su hijo porque sabía que era la responsable de que hubiese madurado tan rápidamente.

No se podía decir que su actitud para con ellos hubiese sido la más adecuada. Al fin y al cabo, ella lo había utilizado para conseguir lo que deseaba.

Le cogió la mano a Danny y se la llevó al pecho. Negó con la cabeza y dijo con tristeza:

– No sé qué hubiera sido de nosotros sin ti, Danny Boy. Lo sé perfectamente.

Tenía el corazón roto por el amor que sentía por su hijo.

Danny la abrazó con ternura y ella disfrutó de su abrazo como hacía muchos años que no lo hacía. Por unos instantes, volvió a ver al pequeño Danny Boy, el niño al que había adorado, ese chico amable que un día había desaparecido y que ya creía que nunca más volvería a ver. Estaba sumamente dolida por ese hombre grande y desgraciado en que se había convertido su hijo, ya que sabía que por dentro era un hombre roto, tanto que jamás volvería a ser el mismo. Algo le había estado carcomiendo todos esos años hasta convertirlo en una persona vengativa y rencorosa. Había llegado a ser un hombre cruel y despiadado, un verdadero y auténtico capo. Estaba repleto de odio, de ese odio encarnizado tan peculiar de los capos. Además, en el caso de Danny, ese odio se había desbordado y había impregnado todas las facetas de su vida, arrasando cualquier posibilidad de ser mínimamente feliz. Ahora era un chulo, un matón que no tenía el más mínimo escrúpulo en acabar con quien se interpusiera en su camino o en arruinar la vida de cualquiera, incluida su esposa y sus hijas. Ange pensaba que, de alguna forma, era responsable de ese odio y se juró a sí misma que intentaría ayudarlos, a él y a su familia, en todo lo que pudiera. Al fin y al cabo, era lo menos que podía hacer.