Ali vio la cara de asco que ponían al ver cómo vivía y se sintió dolido en su orgullo. Que lo hubieran localizado personas que no eran nada amistosas ya resultaba una vergüenza, pero que encima lo hubieran apresado en un lugar tan pestilente como aquél lo sacaba de quicio, pues se consideraba un hombre de dinero y prestigio. También era un típico turco y, como tal, consideraba a la chica que estaba con él como su compañera de cama y la niña que le había dado como una forma de conservarla a su lado. Tenía hijos por todos lados, pues era su forma de adueñarse para siempre de una mujer. Tener un hijo con ellas le proporcionaba una ventaja, ya que era la forma de dejar su sello en las mujeres con las que se acostaba. Detestaba pensar que lo habían sorprendido en ese lugar, como si estuviese acostumbrado a vivir en ese antro, cuando era tan sólo un escondite. Sintió una vergüenza inmensa al ver que esos hombres lo despreciaban en lugar de respetarlo por sus hazañas pasadas, y no deseaba en lo más mínimo ser recordado como alguien que vivía como un cerdo. En Turquía vivía como un rey.
Ali apretó la niña contra su pecho. Se había convertido en su rehén, en su rescate. Su carácter agrio y odioso había salido a relucir y gritaba, incapaz de asumir lo que le había sucedido, lo que le iba a suceder ahora que lo habían pillado in fraganti.
– Fuera de mi casa, negros de mierda. Os mataré a todos. Ninguno de vosotros me dais miedo. Hablo en serio, Danny Boy, tú sabes que soy capaz de saltar con la niña en brazos.
Hablaba rápido y no decía nada más que tonterías. La cara y la calvicie le sudaban por el nerviosismo. Se dio cuenta de que el guardaespaldas lo había dejado solo con sus problemas. Sabía que era hombre muerto, pero estaba dispuesto a luchar por su vida. I labia sobrevivido en prisión y había soportado el aislamiento, por eso creía que también podría sobrevivir a esa situación.
Mientras lo miraban con desprecio, una chica entró en el piso. Al ver la puerta principal tirada en el suelo, se dio cuenta de que algo malo debía de pasar y su reacción instintiva fue correr en ayuda de su bebé. Entró en el salón y tiró los kebabs que acababa de comprar encima de una mesita de café. Al ver a los hombres que había dentro, se dio cuenta de que la situación era muy seria. Sabía que Ali estaba en apuros. Lo había visitado en la cárcel, había disfrutado de los vis a vis y había utilizado su embarazo como pretexto para poder salir de allí. Estaba claro que había esperado que le diese una vida decente, pero ahora veía que sus sueños se desvanecían y se quedaban en nada.
Los hombres se la quedaron mirando, ya que ninguno la esperaba. Todos se preguntaron qué hacía con ese mierda que bien podía ser su padre, con un tío que utilizaba a su hija como escudo para protegerse. El frío aire de la noche los había despertado a todos y se estaban dando verdadera cuenta de a quién se enfrentaban, lo que resultaba deprimente. La chica era una joven delgada con el pelo teñido de rubio y una buena capa de maquillaje para ocultar las numerosas cicatrices de acné que tenía en la cara. Tenía tanto colorete que parecía una extra de la película Trumpton. Era realmente joven y los hombres se quedaron consternados al verla llegar. De hecho, estaban fastidiados, pues sólo querían arreglar cuentas con él. Le dijeron que cogiera la niña y se fuese. Ella reaccionó dando tal grito que los dejó ensordecidos. Danny Boy, que empezaba a cabrearse de verdad, salió disparado al balcón, le arrebató la niña de los brazos a Ali y se la arrojó a la chica.
– Vete de aquí. Coge a la niña y vete de aquí. El muy cabrón estaba amenazando con tirarla por el balcón y, si te vuelvo a ver esta noche, te juro que lo haré yo.
La niña empezó a llorar y la joven, que no tenía un pelo de tonta, no se lo pensó dos veces. Quería marcharse y quería hacerlo de una pieza.
Ali vio cómo la chica salía del piso a toda prisa, olvidándose de los kebabs que aún estaban enrollados encima de la mesita. El aroma de la carne impregnaba el ambiente, haciendo la habitación al menos habitable. Los hermanos gemelos seguían registrando el lugar, tratando de encontrar el dinero que les faltaba y las armas que habían utilizado en el atraco. Ninguno de los dos quería formar parte de la matanza y se alegraron de dejar esa parte del entretenimiento a Eli; después de haber hablado tanto, ahora comprendían lo efímera que podía ser la vida si uno no cuidaba de sus intereses. Estaban consternados al ver cómo la vida de un hombre se derrumbaba en un santiamén y eso les daba mucho en qué pensar.
Ali había sido un serio oponente en otro tiempo, pero ahora se veía reducido a ser justo eso, un mierda que tenía que utilizar a su hija para protegerse. Resultaba increíble.
Eli se dirigió hacia el hombre que estaba en el pequeño balcón. Ali era diminuto a su lado y parecía un hombre incapaz de hacer ningún daño si no tenía un arma encima. Eli se percató de la diferencia de tamaño, de la diferencia de fuerza. Vio el miedo que emanaba de los ojos de su oponente y disfrutó con ello, del poder que ahora tenía sobre ese hombre que le había causado tantos problemas. El muy capullo había tenido el descaro de creer que era tan débil que podía robarle, intimidarle y salirse con la suya. El muy cabrón, además, había tenido la desfachatez de ponerle una pistola en la cara mientras sostenía en brazos a su hija. Una hija por la que él hubiera dado la vida sin pensarlo, no como ese mamón que estaba dispuesto a matar a la suya con tal de salir bien librado de esa situación. Una situación que él había provocado sin pensar en las consecuencias.
Cuando Eli levantó el machete por encima de la cabeza de Ali, éste levantó los brazos instintivamente para protegerse la cara y la cabeza. Ese gesto, al igual que el de utilizar a su hija como escudo, irritaron más a Eli. El turco no tenía agallas ni para defenderse ni para intentar arrebatarle el machete de las manos. Al parecer, no estaba dispuesto a morir peleando, sino protegiéndose como una mujer que consideraba al hombre que la estaba golpeando superior en fuerza y, sobre todo, en intelecto. Eli le estampó el machete con toda su fuerza y observó con fascinación cómo le cortaba el brazo a la altura de la muñeca. Vio caer la mano al suelo produciendo un sonido sordo y la sangre manar de la muñeca. Ali se quedó mirando la mano completamente perplejo, como si perteneciese a otra persona, incapaz de pronunciar palabra. Ver su mano tirada en el mugriento suelo le resultaba increíble. Luego lo abrasó el dolor. Con cada latido de su corazón, salía un borbotón de sangre, como si un hombre invisible se la estuviera ordeñando. Ahora había gente presenciando la escena. Las luces de otros balcones se habían encendido y ya empezaban a encenderse las de los restantes pisos. La humillación de Ali se convirtió en un espectáculo público.
– Negros hijos de puta.
– Vaya, encima racista. ¿Y qué pasa con nosotros, los blancos hijos de puta? -dijo Danny Boy.
Hasta Eli se rió. Ali no cesaba de llorar.
– Sois todos unos hijos de puta, cabrones…
Gritaba, con la voz impregnada de odio. Cayó de rodillas, sintiendo el tacto pegajoso de su propia sangre empapándole los pantalones. Había sangre por todos lados y no dejaba de brotar con cada latido del corazón. Había formado un charco tan grande que se escurrió cuando intentó apoyarse en los codos para levantarse. Era como una pesadilla ver su mano tirada en el mugriento suelo. Se quedó más consternado aún cuando oyó las voces que procedían de los pisos colindantes; abucheaban animando a sus enemigos para que utilizasen más violencia, así como una cacofonía de insultos por parte de un completo extraño que estaba disfrutando de verlo en esa situación. Danny Boy y los demás, sin embargo, no estaban interesados en la escena que estaban representando y lo único que querían era terminar lo antes posible. Aun así, ninguno creyó que llamasen a la policía. Nadie sería tan estúpido de hacer semejante cosa, porque si eran capaces de hacerle eso a un turco, entonces ¿qué serían capaces de hacerles a ellos? Especialmente a un chivato. Danny Boy sabía que sus identidades estaban a buen recaudo y que aquello quedaría como otra leyenda urbana que luego sería adornada y exagerada por todos los que habían tenido la suerte de presenciarla. Era una anécdota más que añadir a las otras. Ese anonimato lo entristeció en cierto sentido, aunque por otro lado le alegrara. La brutalidad del ataque sería suficiente para mantener a raya a la pasma.