Выбрать главу

Arnold se consoló a sí mismo diciéndose que tenía una reputación, que no era un pelele cualquiera, sino alguien que se había abierto paso y disponía de un buen currículo. De hecho, pensaba que podría conseguir un trabajo con quien quisiera, aunque si dejaba el trabajo con Danny Boy estaba seguro de que no le sería tan fácil. Si Danny decidía ponerlo en la lista negra, estaba acabado y él lo sabía. No obstante, y por mucho que le molestara, estaba decidido a manifestar su opinión, aunque eso significase tener que irse a otro país. No estaba dispuesto a seguir siendo un don nadie; eso bajo ningún pretexto. Tenía que hacerse respetar, aunque sólo fuese por conseguir un poco de sosiego mental.

Cuando cogió el vaso que le tendía Danny, Arnold notó el miedo que le aprisionaba el pecho. Danny Boy le sonrió amistosamente y Arnold se dio cuenta de que ese hombre lo apreciaba sinceramente. Michael también, de eso estaba seguro, pero cuando dijera lo que tenía que decirles, la reacción de Danny sería la que valdría, pues sabía por experiencia que Michael siempre esperaba la respuesta de Danny antes de dar la suya; la cual, por supuesto, siempre respaldaba la de Danny. Además, sabía que si Michael se oponía en algo, siempre se lo expresaba en privado, jamás en público. Al fin y al cabo, era la única persona a la que Danny permitía que cuestionase sus acciones, ya que lo consideraba la voz de la razón en medio de ese caos que constituía la mentalidad de Danny.

Ése era el motivo por el cual Michael era en realidad el más fuerte de los dos. La gente solía acercársele para consultarlo antes de plantearle algún trato a Danny Boy, y Arnold no estaba seguro de si no se daba cuenta o era lo bastante inteligente como para no demostrarlo. Conociendo a Danny Boy como lo conocía, suponía que se debía sobre todo a esto último. Danny Boy pasaba meses enteros sin padecer ningún episodio psicótico, pero cuando le daba alguno, cualquiera podía llegar a ser el objetivo de sus paranoias. Después de eso, recuperaba su estado normal y amistoso, y se comportaba como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, se hablaba de sus fechorías durante meses, aunque su comportamiento y sus arrebatos sólo se comentaran en privado y con personas de confianza, no fuera a ser que se enterase y eso provocara una reacción adversa por su parte. A veces, las acusaciones resultaban tan ultrajantes que hasta los peores enemigos de sus víctimas dudaban que fuesen ciertas. Danny Boy se había forjado una reputación, pero no sólo por su habilidad para los negocios y por descubrir filones de oro, sino también porque era un elemento de mucho cuidado que había demostrado en más de una ocasión no estar bien de la cabeza. Y si bien eso le había servido para llegar a la cima, también había hecho que nadie confiara en él plenamente.

Arnold vio que Michael se echaba sobre el respaldo de la silla y, como siempre, guardaba silencio hasta que todo el mundo hubiera dicho la última palabra. Michael se había dado cuenta de que Arnold quería hablar con Danny de algún asunto personal, por eso sostuvo la copa entre las manos y esperó hasta que hablase. Danny Boy miraba a Michael, y Arnold tuvo la impresión de que le hacían gracia sus gestos. Dándose la vuelta y dirigiéndose al hombre que era la media naranja de su hermana, dijo:

– ¿Qué problema tienes, Arnold?

Danny Boy puso esa sonrisa que lo transformaba en un hombre apuesto y agradable. La verdad es que era un hombre bastante guapo, eso hasta Arnold tenía que admitirlo. Si no lo conociera bien, hubiera interpretado su sonrisa como un gesto de amistad.

Arnold, respirando profundamente y dándole un buen sorbo al brandy, dijo:

– No estoy nada contento, Danny Boy, y no me queda más remedio que decírtelo. Aunque no te guste, cosa que comprendo, tengo que hacerlo.

Danny asintió. Luego le hizo señas para que prosiguiera, sin dejar traslucir nada en su rostro.

– Me encanta mi trabajo, me gusta lo que hago y creo hacerlo bastante bien, pero no puedo con Jonjo. Me trata como si fuese un puñetero gilipollas cuando él sólo coge el dinero y no hace nada de nada. Se limita a interpretar el papel de mafioso; creo que ha visto demasiadas películas de Scorsese y hasta se pasea con el abrigo echado por encima de los hombros. Nos está costando una fortuna y me trata como si fuese un recadero. Yo no puedo trabajar de esa forma y hacerme respetar al mismo tiempo.

Arnold oyó un gemido y un tono quejoso en su voz que no le agradó ni a él mismo. Sin embargo, tenía que dejar clara la situación y lo que pensaba.

– ¿De verdad se pasea con el abrigo encima de los hombros? -preguntó Danny en voz baja e interesada.

Arnold asintió.

– ¿En mitad de agosto? Debe de estar derritiéndose. Menudo gilipollas, ¿verdad, Michael? Tenía que ser él; el más palurdo de toda Inglaterra.

Michael se echó a reír y Arnold no pudo evitar hacer otro tanto. Danny sacudía la cabeza y chasqueaba la lengua en señal de consternación. A veces resultaba muy gracioso y él lo sabía.

– Es un huevazos, ¿verdad que sí? He tratado de darle una oportunidad, pero no hay nada que hacer. Yo sabía que acabarías encargándote de todo. Imagino que alguna vez habrás intentado mantener una conversación con él y te habrás dado cuenta de que es corto de luces. Yo lo aprecio, es mi hermano, pero, dadas las circunstancias, puedo permitirme el lujo de prescindir de él, pero no de ti. Tienes razón, Arnold. Necesita que alguien le baje los humos y yo seré quien se encargue de eso. A partir de mañana, tú serás el jefe. Sé que tú no nos meterás en ningún lío. Eres un tipo listo y lamento si te han tratado como un gilipollas. No era nada personal. Si he de serte sincero, esperaba que a mi hermano se le pegase algo tuyo. Es muy duro tener que admitir públicamente que tu hermano es más tonto que un nabo. Pero ¿qué le vamos a hacer? Es como su padre, un puñetero inútil que sólo sirve para vivir de gorra.

Arnold se estremeció ante el curso que tomaban las cosas y hasta sintió ganas de abrazar a ese hombre que acababa de darle el equivalente a la llave maestra del Banco de Inglaterra. Estaba sorprendido de lo fácil que había sido, aunque lo lamentaba en parte por Jonjo porque no deseaba dejarlo en mal lugar.

– Gracias, Danny Boy. Quiero que sepas que no tengo nada personal en contra de Jonjo.

Danny sonrió.

– Por supuesto que es personal, y has hecho bien en decírmelo. Si tú piensas de esa manera, también lo harán otros y eso no es bueno para los negocios. Ya le buscaré algo, al fin y al cabo es mi hermano, pero presentía que no sabría hacerse valer por sí mismo. Es un puñetero gilipollas, pero no creo que se pueda hacer gran cosa al respecto, ¿verdad que no? Mi abuela siempre decía que si los sesos fuesen de pólvora, los suyos jamás explotarían.

Todos se rieron al escuchar el viejo proverbio.

Michael se echó hacia delante y, finalmente, se pronunció:

– Le daremos un club para que lo dirija. Eso alimentará su ego y no se necesita demasiada inteligencia para llevarlo. No creo que sea la persona más adecuada para trabajar bajo presión, Danny Boy.

Arnold escuchó la forma tan sosegada en que Michael expresaba siempre sus opiniones y se dio cuenta de que estaba de su lado, al menos a ese respecto. Se sintió aliviado porque la aprobación de Michael siempre era la guinda del pastel para Danny Boy.