– Por lo visto, me has tomado por gilipollas, Jonjo. ¿Quién te has creído que eres? ¿Crees que puedes avergonzarme delante de mis amigos y, lo que es peor, de mis enemigos? Hasta Arnold ha acabado hasta los cojones de ti y eso que le pagué para que te vigilara. Todo el mundo está hasta las narices de ti, yo el primero.
Jonjo trataba de apartarse de su hermano y de su cólera. Que encima tuviera razón para estar cabreado empeoraba las cosas, pues ya no tenía argumentos que inventarse.
Arnold le habría garantizado que el incidente de la noche anterior no hubiese llegado a mayores, habría sabido salvar la situación. En ese momento deseaba haber apreciado más su ayuda cuando había tenido la oportunidad, pero ya era demasiado tarde porque lo había tratado como a un empleado, como a un don nadie.
– Voy a darte un club para que lo dirijas y salves el pellejo, el tuyo, no el mío, y más te vale que esta vez lo hagas bien porque, si no, te vas a ver más solo que la una. Te di una oportunidad y la has echado a perder. Ahora te doy otra, pero estás avisado.
Danny salió de la habitación sin decir nada más, aunque su cólera aún permanecía allí, como una descarga eléctrica que chisporroteara entre ellos. Jonjo sabía que era su última oportunidad, que debía buscar la forma de volver a ganarse a su hermano, y cuanto antes mejor. Sabía a ciencia cierta que él le importaba un carajo a su hermano. Oyó cómo Danny Boy bajaba las escaleras y daba un portazo que hizo temblar hasta los cimientos de la casa.
– ¿Podemos ver a mamá ahora? -preguntó Leona.
Su tono de voz, que no admitía discusiones, y su actitud tan firme hicieron que Danny estuviese a punto de echarse a reír. También lo hizo sentir orgulloso, orgulloso de que fuese tan leal. Era algo que había heredado de él, algo que él le había inculcado. Sabía, además, que no era la clase de niña que admitía un «no» por respuesta. Danny Boy la besó cariñosamente en la mejilla, pero ella se apartó y eso le dolió tanto como si le clavasen un cuchillo en el corazón.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué te apartas de mí?
Leona miró a ese hombre enorme que era su padre, el mismo que aterrorizaba a todos los que tenía a su alrededor y, al notar el tono doloroso de su voz, respondió con la exasperación y la sinceridad propia de una niña:
– Hueles a cerveza y a tabaco. Es asqueroso. Hueles peor que mamá.
Respiraba pesadamente, su pequeño pecho subía y bajaba convulsivamente. Tenía los ojos empañados de lágrimas y su voz denotaba lo sola que se sentía.
Leona amaba a su madre, como también su hermana, y Danny sabía que así debía ser. Aun así, su rechazo le dolió.
Las había traído a casa de su amante con la esperanza de que les agradara estar allí, lejos de la borracha a la que tenían que soportar a diario, pero obviamente se había equivocado. Hacía falta algo más que unas pocas promesas y unos cuantos juguetes para romper esa alianza.
– Quedaros sólo esta noche y os aseguro que Michelle se encargará de que lo paséis mejor que nunca, ¿verdad que sí, Mish?
La joven asintió, tal como se esperaba que hiciese, tratando de parecer lo más agradable y simpática posible. Sin embargo, las dos niñas se negaron rotundamente.
– No -respondió Leona con terquedad-. Yo no quiero quedarme aquí. Yo quiero ver a mamá. Las dos queremos.
Lainey asintió al escuchar las palabras de su hermana, pues estaba demasiado asustada como para decir nada. Esa casa, con esos colores tan chillones y esa mujer aún más chillona, le daba miedo, al igual que pensar en quedarse allí.
– Por favor, papá. Llévanos a casa ahora.
Danny se fijó en los ojos de Lainey y estudió su reacción ante lo que veía. Notó que ninguna de sus hijas se sentía relajada en su presencia, y mucho menos en ese nuevo ambiente. Estaba molesto por su rechazo y ambas se daban cuenta, pero sabía que su enfado no las haría simular que se sentían bien. Ambas lo querían lo suficiente como para ser honestas con él, algo que apreciaba. También se dio cuenta de que ninguna de las dos estaba impresionada con la nueva casa que se había buscado.
– ¿No queréis quedaros aquí? ¿Preferís estar con la borracha de vuestra madre?
Leona asintió furiosamente, enarcando los ojos en señal de lo mucho que le molestaba su comentario.
– Bueno, al menos esa borracha es nuestra madre. Nosotras no queremos vivir con nadie más, ni siquiera contigo. Tú puedes quedarte a vivir aquí si quieres, pero no nos obligues a quedarnos. Nosotras queremos estar en nuestra casa con nuestra madre. El que tú no la quieras no significa que no la tengamos que querer nosotras.
Lainey asintió con tristeza. Como siempre, esperó a que su hermana tantease el terreno con su padre para luego intervenir:
– Sí, por favor, papá. Queremos ir a nuestra casa. A nuestra casa de verdad.
Empezó a llorar, derramando lágrimas como puños. Su hermosa voz sonaba distorsionada por el dolor y sus mejillas estaban encendidas por la angustia.
– Yo quiero estar con mi mamá, no con esa mujer. Por favor, papá, llévanos a casa.
Danny asintió y las llevó hasta el coche sin pronunciar palabra. Las colocó en el asiento trasero y les puso los cinturones de seguridad. Las dos niñas estaban calladas, con el rostro tenso y la mirada llena de miedo y preocupación. Danny se sentó en el asiento del conductor, pero no arrancó el coche. Con toda la amabilidad que pudo, les preguntó:
– Preferís estar con vuestra madre que conmigo, ¿verdad que sí?
Leona había contestado preguntas como ésa desde que nació y sabía jugar tan bien a ese juego que le podrían haber dado un diploma.
– No es eso y tú lo sabes. Sólo queremos ir a nuestra casa y estar con nuestra mamá y con nuestro papá, pero no con esa mujer ni con ninguna otra. Nosotros tenemos una madre y la queremos como te queremos a ti.
Danny arrancó y las llevó directamente a ver a su madre. Las miraba por el espejo retrovisor y vio que intercambiaban miradas de alivio. La manera en que ambas se agarraban de la mano lo dejó impresionado. Se quedó maravillado por esa lealtad y ese lazo de unión que existía no sólo entre las dos, sino también con la mujer que las había engendrado. Por mucho que quisiera acabar con esa relación, sería imposible. Al menos, mientras la necesitasen y la quisiesen hasta ese extremo.
El trayecto hasta su casa lo hicieron en silencio y, cuando las vio correr en dirección a su madre y estrecharla entre sus brazos, se quedó maravillado del lazo de unión que existe entre una madre y sus hijos, por muy mala que sea la madre.
Michelle le había dado un hijo, un hijo al que no quería en absoluto, o por lo menos no de la misma manera que quería a sus dos hijas. Al contrario que esas dos niñas, su hijo no le suscitaba el más mínimo sentimiento, ni tampoco los demás hijos que tenía. En realidad, no quería a ninguno de ellos, ni tampoco a sus madres, ni tan siquiera a la encantadora Michelle. No era nada personal, pues era una chica encantadora, pero las chicas encantadoras estaban a la orden del día en su mundo. Después de todo, cuando se había llegado a lo más alto, las chicas feas dejaban de ser una opción. Sin embargo, en su interior sabía que la borracha de su esposa siempre le provocaría un sentimiento que ninguna de sus otras amantes era capaz de despertarle. Eso lo obligó a afrontar una verdad que hasta entonces no había querido admitir, pero que siempre había estado presente en su vida. Ahora, al ver a sus dos hijas tan desesperadas por su compañía, por sus caricias y sus abrazos, se preguntó cómo había logrado que ellas la quisiesen tanto como él. Sí, él la amaba, aunque a su modo y cuando le convenía. Danny se marchó haciendo chirriar los neumáticos y derrapando en la gravilla, llevado por la rabia que empezaba a acumularse en su interior.